Dolor pakistaní
Paquistán es un país en crecimiento y, sin embargo, no deja de recibir duros golpes
Menos pomposo suena el número cinco, pero cuánto puede doler si se trata de la cifra de niños que han muerto de hambre en un distrito montañoso ubicado al noroeste de Pakistán, aislado del resto del país debido al derrumbe de caminos y puentes.
Pocos conocen la historia de este país (creado en 1947 como hogar para los musulmanes del subcontinente indio), y probablemente nadie supiera de su existencia, de no ser los medios de comunicación que informan casi a diario de la actividad terrorista allí desplegada de una manera inclemente.
En las últimas semanas ha vuelto la ola de violencia étnico-política, así es que los paquistaníes ni siquiera pueden darse el lujo de concentrarse plenamente en ver la forma mejor de atender a los damnificados por las lluvias. Ellos, son conscientes de su realidad: «El extremismo violento ha convertido a Paquistán en un Estado guiado por cuestiones de seguridad y no de bienestar», admitió su presidente, Asif Alí Zardari, el sábado, en el día de la independencia más triste de esta nación.
Las inundaciones, consideradas las peores en la historia de Pakistán, han obligado a evacuar a millones de personas. Sí, millones. La quinta parte de la población, de 170 millones de habitantes, resultó afectada y vive en estos momentos en un penoso estado de conmoción.
«Nunca he visto nada como esto», dijo el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, al constatar las terribles consecuencias de estos desastres naturales, que no tienen precedentes. La situación es tan grave que hay coincidencia en que ninguna parte del planeta ha padecido este tipo de inundaciones.
Ahora más que nunca, el mundo debe reaccionar con solidaridad. Naciones Unidas pidió 459 millones de dólares, pero hasta ayer solamente le había llegado la quinta parte. «Hoy por ti, mañana por mí», reza la conocida frase que, aun con inquietud, nunca debemos perder de vista.
Pakistán es un país en crecimiento y, no obstante, no ha dejado de recibir golpes, sobre todo en materia de seguridad. Pero tanto sufrimiento hace fuertes a los pueblos. En medio del llanto por la memoria de los muertos, el primer ministro, Yusuf Raza Guilani, sacó a relucir esa entereza al prometer que «no vamos a dejar ninguna piedra sin levantar». Invaluable enseñanza de ponerle el pecho a las balas de los extremistas o salir a flote, por más agua que se haya juntado.