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Incendios forestales

Debido a la magnitud de los incendios y a los estragos que éstos ocasionaron en cerca de 60 viviendas, la opinión pública le presta especial atención al drama que sufren varias comunidades del departamento de Santa Cruz. Pero no menos dolor provoca el fuego en el Parque Nacional Tunari, de indiscutida importancia biológica, más allá de que reste clasificar una gran parte de sus riquezas.

El área reservada del Tunari —sitio en jurisdicción cochabambina— destaca por su valor acuífero y ecológico. Dicen que un grupo de personas encendió la mecha con una inocente fogata que no tardó en extenderse hasta tocar el parque de flora y fauna exuberantes.

Estas verdaderas catástrofes ecológicas, aunque comparadas con otras pareciesen menores, obligan a reflexionar sobre el grado de responsabilidad del ser humano en el cuidado de su propio hábitat. Porque, de no tomar consciencia, el millón de hectáreas de focos de calor registrado hasta ahora en cuatro departamentos: Santa Cruz, Beni, Pando y Cochabamba, se multiplicará año tras año.

Los incendios forestales provocan daños materiales y, a veces, humanos; pero además contribuyen al calentamiento global, contaminan el aire, desertizan y afectan gravemente a la biodiversidad.

Solamente entre la última semana de julio y la primera de agosto, los focos de calor (que no siempre se traducen en incendios) aumentaron en más de 100 por ciento, según la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra (ABT). Entre el 26 de julio y el 1 de agosto se detectaron 2.949, mientras que entre el 2 y el 8 de agosto, 6.714.

En la mayoría de los casos, todo comienza con los chaqueos. Esta práctica tradicional, que suele ser descontrolada, no encuentra alternativas debido a la imposibilidad de los campesinos de acceder a otros métodos que les permita recuperar la productividad del suelo. Aquí, falta la mano del Gobierno.

En el caso del Parque Tunari, falta entender la importancia de conservar las pocas zonas libres de contaminación atmosférica y acústica que quedan en el país. Falta que las autoridades se propongan seriamente impulsar campañas de concienciación para incorporar en los bolivianos, desde niños, el conocimiento de su medio ambiente y la forma de protegerlo.

Falta, en suma, asumir acciones preventivas y sostenidas mediante la educación, y no esperar a que se produzcan desastres ecológicos irreversibles para entonces reaccionar.