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Evo en la ONU

La capacidad discursiva del presidente Evo Morales es evidente. Esto le ha llevado a equivocarse muchas veces, pero también a decir verdades que otros presidentes nunca se atrevieron a exteriorizar por distintos motivos, entre ellos por su compromiso con el sistema capitalista imperante.

Morales es arrojado, qué duda cabe. En no pocas ocasiones, ante los micrófonos de la prensa internacional, pecó de imprudente, pero en otras se mostró punzante y hasta llevó a algunos de sus colegas a replantear su manera de ver el mundo. No cambió en nada para participar en la reciente Asamblea General de la ONU, que reunió en Nueva York a un centenar de mandatarios.

En el marco de su acentuada personalidad, el Presidente se animó a pedir una «profunda revolución» para la ONU. Y, refiriéndose al máximo órgano de decisión de las Naciones Unidas, no se aguantó de decir que «habría que acabar con el Consejo de Seguridad, es un Consejo de inseguridad». Señaló directamente a los delegados permanentes con derecho a veto, que se restringen a un número de cinco y pertenecen a EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia. «Eso es autoritarismo, tenemos que empezar a democratizar las Naciones Unidas», disparó.

Bajo el mismo argumento de la democratización de la ONU, propuso abrir ese espacio a todos los países que, de acuerdo con su criterio, «deberían tener la máxima autoridad cuando se habla de seguridad».

Sin embargo,  a la hora de plantear un «grito de guerra» a la magna Asamblea, Morales fue traicionado por sus buenas intenciones, que con frecuencia se entrecruzan con una locuacidad a prueba de todo. La idea de que la ONU adoptase el pensamiento «planeta o muerte, venceremos» resulta simbólica y con seguridad no tendrá eco. No porque fuese esencialmente mala, sino porque alude al conocido eslogan «patria o muerte, venceremos» y, se sabe, ninguna alusión al castrismo puede encontrar consenso entre los miembros de las Naciones Unidas.

Por lo demás, Morales concitó de nuevo la atención del planeta. Criticó a Obama, a la DEA, al FMI, al Banco Mundial —al que imaginó contraponer con un «Banco del Sur»— y pidió seguir las recetas económicas de Bolivia. No se refirió a la reivindicación marítima, lo cual hubiese sido deseable porque Bolivia aún no ha demostrado tener una política internacional convincente en este tema.