Los Mamani
El sacrificio de los mineros ha servido también para abrirnos los ojos
¿En qué piensa un hombre que vive encerrado, sin poder ver la luz del sol, durante 69 días? De sólo imaginarlo, estremece. Pocos hechos en la historia moderna han llamado tanto la atención como el que acaban de registrar las cámaras de televisión y las lentes de los fotógrafos en Copiapó.
Será difícil encontrar un lugar en el mapa que no haya seguido de cerca los acontecimientos de la mina cuyo derrumbe, pero especialmente el rescate de los mineros atrapados por él, tuvo al planeta amarrado a las pantallas de los televisores. En un país, sin embargo, había una razón extra para fijar sus ojos en el yacimiento San José: Bolivia debía estar pendiente de la salud de uno de los suyos, Carlos Mamani.
«Estamos bien en el refugio los 33», decía el arrugado papel que providencialmente habían logrado enviar los mineros desde una profundidad de 700 metros; cómo tranquilizaron esas pocas palabras a sus acongojados familiares, pero… ¿qué tan bien se puede estar en esas condiciones? ¿Y en las condiciones en las que trabajan miles de mineros como ellos?
Los 33 nunca estuvieron bien, como toda persona se merece. Ni en esos duros momentos ni antes. Desde que la fama los abordó sin habérselo propuesto, barajan millonarias ofertas de trabajo que jamás imaginaron, menos aún los que antes de ingresar a la mina aquel fatídico 5 de agosto despidieron a sus familias en humildes viviendas de barrios marginales. La heroicidad que todos conocemos por los cómics apenas si les cabe a estos trabajadores de vida austera; el boliviano Mamani, por ejemplo, tiene que caminar varias cuadras para llegar hasta dos llaves y así poder abastecerse de agua.
Entre las lecciones que deja el caso de los mineros está la del trabajo. A veces, da la sensación de que los gobiernos, al menos los de la región, despiertan a la realidad sólo después de las tragedias. Bolivia y Chile, ¿ahora se acuerdan de que el trabajo escasea? ¿Cuánto les importaban los Mamani antes de Copiapó?
El mundo, despojándose de sus hipocresías, se atreve a mirarse al espejo para descubrir que la falta de empleo asfixia, que las penurias anidan en el seno de los hogares pobres por las necesidades insatisfechas de millones de familias. Para esto también ha servido el sacrificio de los mineros, para abrirnos los ojos; por esto también cobra mayor dimensión el sufrimiento de los 32 chilenos y uno de los nuestros.