Los aparapitas
El cargador o aparapita es, gracias a Jaime Saenz, una figura cargada de romanticismo. Casi etéreo. Libre ante todo, aun con hambre, como lo recreó el autor de Imágenes paceñas.
El cargador o aparapita es, gracias a Jaime Saenz, una figura cargada de romanticismo. Casi etéreo. Libre ante todo, aun con hambre, como lo recreó el autor de Imágenes paceñas. Muy poético, sin duda, sólo que en la realidad, el cargador es el trabajador que devela a un país de enormes injusticias sociales, un país en el que el migrante del campo no halla más oportunidad en la urbe que la que le permite la fuerza de sus espaldas.
Resulta sobrecogedor, para quien no está acostumbrado, ver a un cargador casi aplastado por el peso que lleva: ¿dos, tres bolsas de quintal de azúcar? Y mucho más asistir al momento del pago: unos centavos por todo ese esfuerzo que, de seguro y a la larga, le cuesta la salud a ese hombre anónimo, de quien al usuario no le interesa saber nombre ni historia.
Pues bien. No es que el aparapita haya desaparecido del paisaje paceño. Lo que ha sucedido es que se ha transformado. Ya no viste esas prendas de remiendo sobre remiendo, recurre quizás a la ropa usada que le permite lucir menos necesitado. También, en algunos casos, lleva un carrito que le ayuda a dar el servicio sin destrozarse las espaldas, o acepta pedidos en el celular. Y, asimismo, exige un pago más justo. Todo lo cual no borra el duro destino que todavía tiene quien migra del campo a las ciudades.