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Futuro contaminado

Como ésta, en El Alto, hay infinidad de imágenes del daño que se provoca cotidianamente a los ríos Sek’e, Seco, Hernani y Larkajahuira, que tienen en común no sólo la alarmante contaminación de sus aguas, producto de la actividad industrial no regulada y de la indiferencia con que autoridades y ciudadanía observan la constante degradación ambiental de su ciudad, sino también el ser, todos ellos, afluentes del río Pallini, que desemboca en la bahía de Cohana en el lago Titicaca.

De acuerdo con información de la Dirección de Medio Ambiente del Gobierno Autónomo Municipal de El Alto, en esa ciudad hay 5.000 empresas, de las cuales solamente 13, el 0,26% del total, tienen sistemas de tratamiento de sus aguas residuales.

Las demás arrojan las aguas que producen directamente al alcantarillado que está conectado con la planta de tratamiento de Puchukollo. Pero entre ellas, además, hay un 10 por ciento, aproximadamente 500, que ni siquiera tienen acceso a la red de alcantarillado y vierten sus desechos en los ríos.

Del total de empresas alteñas, sólo 1.913 tienen registro ambiental, lo que entre otras cosas significa que se desconoce por completo el impacto ambiental de las restantes 3.087.

Similar es el caso de las aguas residuales de las viviendas, con la única diferencia de que éstas provienen de baños y cocinas, también contaminantes, pero nunca tanto como la que genera la actividad industrial.

No menos preocupante son los mataderos clandestinos, verdaderos «laboratorios» de enfermedades, origen de carne de dudosa calidad que pone en riesgo la salud de la población y, en fin, fuente de abundante contaminación y de imágenes como la que inicia este editorial.

Las autoridades municipales reconocen que regularizar la situación (ambiental, pero también legal) de las empresas    «es una tarea pendiente», es decir, postergada para el futuro. Es un lugar común decir que El Alto es «la ciudad del futuro», pero más parece una amarga ironía cuando se considera que, históricamente, la gestión pública en esa urbe tiene más «pendientes» que «entregados» en materia ambiental, tanto como en muchas otras. Así, el «futuro» alteño no se muestra esperanzador. El futuro boliviano, tampoco.