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Mundo de sobornos

Pareciera que de corromperse y de corromper al otro se trata. Los objetivos, en estos tiempos de valores cambiados, se enfocan en tenderle una trampa a la ley en vez de respetarla para contribuir, entre todos, a la construcción de una convivencia donde primen la consideración con el vecino y la honorabilidad de uno mismo.

Qué triste concluir, a pocos días de la Navidad y de la felicidad con rostro de niño abrazado a un regalo, que, en la vida en sociedad, ya nadie respeta nada. Hoy, más que nunca, escasean los ejemplos de buen comportamiento o de obediencia a las normas. Estamos atrapados, desorientados, en un maremágnum de ciudades caóticas, muchas veces, por culpa de nuestra propia incapacidad de ser ordenados o, por último, mejores personas.

En la competencia diaria de quién se corrompe más, ¿a qué rincón de nuestras metrópolis (y de nuestros cuerpos) han sido confinados los valores morales? La honestidad individual, tan importante para la conformación del bien social, ¿dónde estará?

La encuesta de Transparencia Internacional, denominada «Barómetro 2010 de la corrupción mundial», buscó medir la «pequeña corrupción» y para ello se hicieron sondeos a 91.000 personas en 86 países. El resultado es escandaloso: una de cada cuatro personas pagó sobornos en el mundo este año.

En Bolivia esta forma práctica de la corrupción se ha convertido en hábito. Y lo peor de todo: su arraigo es tal que, para muchos, no sólo que está lejos de ser un delito sino que el soborno aparece en diferentes ámbitos de la cotidianidad como algo natural.

Pasar un semáforo en rojo o respetar las cebras en las esquinas obligan a tener una disciplina extraña en nuestra cultura. Lo mismo que al policía de Tránsito le cuesta imponer autoridad o dejar de pedir o recibir una coima; lo mismo que al conductor del vehículo público o privado, aprovechándose de las circunstancias, le lleva a infringir normas estériles en una sociedad carente de educación (y conciencia) vial.

¿Cuál es la salvación para este mundo de sobornos? Quizás, la única, la sólida formación en valores. Se dice tanto que ya hasta parece vacío de sentido. Pero, no. Hay que insistir en la única forma de superar la corrupción es pensar en construir una familia sólida en principios básicos como la honestidad, el decoro, la decencia y la rectitud. Con el correlato fundamental de una nueva escuela, más incisiva en este sentido.