La primera camada
La columna sindical - Daniela Romero. He llegado a la conclusión de que la primera camada siempre llega medio fallada
El experimento de los padres, el ejemplo de los menores, los responsables de la casa, y el error de cálculo, entre otros, son adjetivos que se suele aplicar a quienes tenemos el orgullo, o la desventura, de ser los hermanos mayores de los hogares.
A veces esas calificaciones causan sonrisas en las reuniones familiares, en las que siempre los «mayorcitos» terminan siendo los preferidos por las expectativas depositadas en ellos; sin embargo, según expertos, esas diferencias con los hermanos menores pueden ahondarse y hasta ocasionar, en casos extremos, una ruptura familiar.
La otra noche, mientras cenaba con un amigo, con quien desde los seis años compartí las mismas vivencias, recordábamos anécdotas colegiales y familiares hasta que concluimos que nosotros, los mayores, visitamos a los médicos más que nuestros hermanos menores por diferentes dolencias que padecimos en nuestras vidas.
«He llegado a la conclusión de que la primera camada siempre llega medio fallada», me dijo, y después de tres segundos en silencio nos matamos de risa, al igual que hace 10 años.
Después de algunas horas me puse a meditar en la frase de mi compañero y deduje que ésa era una de las razones por las que los padres, en ocasiones, prestan más atención a sus primogénitos, porque los creen frágiles, con las excepciones del caso.
Probablemente esa situación origina los contrastes de personalidad que desarrollan las personas nacidas de un mismo vientre, mientras van creciendo y madurando. Y es así que unos hermanos pueden ser más alegres que otros, demostrar su entusiasmo más que los otros, mostrarse más independientes, relajados, osados y menos aferrados a las entrañas del hogar.
En cambio, en el otro extremo, los mayores, por el hecho de haber llegado primero, quieren cumplir ese rol en la familia con responsabilidad. Son meticulosos, preocupados siempre por el bienestar de los suyos y hasta a veces autoexigentes al extremo.
Esas actitudes, en su mayoría, causan críticas de parte de los más chicos, quienes ven a sus mayores como los más conflictivos de la familia.
Luego de hacer ese análisis, llegué a la conclusión de que todos esos calificativos, tanto para quienes nacieron primero como para los que lo hicieron después, pueden ser ciertos o carecer de veracidad, simplemente por los infinitos temperamentos que suelen tener los seres humanos.
Sin embargo, frente a todo ese debate, los primogénitos tuvimos algo que quienes nos siguen no tendrán jamás: la bendición de haberlos visto nacer y saber que de ahí en adelante nos acompañaremos siempre. Hoy son nuestros cómplices, nuestro refugio y una excusa para ser felices.
Daniela Romero
es periodista de La Razón.