Soberbia sordera
Qué tendrá que pasar para que un hombre, un solo hombre, se sienta con el derecho de imponer su voluntad a la de miles de personas. Qué tendrá que suceder para que un presidente se aferre al cargo aun cuando esa decisión ponga en riesgo vidas humanas y hasta la seguridad de todo un pueblo.

Qué tendrá que pasar para que un hombre, un solo hombre, se sienta con el derecho de imponer su voluntad a la de miles de personas. Qué tendrá que suceder para que un presidente se aferre al cargo aun cuando esa decisión ponga en riesgo vidas humanas y hasta la seguridad de todo un pueblo.
Hosni Mubarak es hoy célebre, pero por motivos nada edificantes sino, ojalá, como el ejemplo de lo que puede llegar a ser un ser humano que se cree el dueño de un país, de los destinos de sus ciudadanos, al grado de padecer de una increíble sordera crónica. Un mal que ha causado, en este caso, la irreparable pérdida de 300 vidas, personas heridas y el surgimiento de bandos, de enemigos entre los propios egipcios, que ahora tendrán que superar odios.
Si de algo sirve el ejemplo de Mubarak, que asumió el poder en 1981 y que procedió a suspender las libertades de la prensa y a anular derechos civiles y políticos, lo dirán otros pueblos, otros mandatarios, otros líderes: no hay poder humano intocable, no puede haberlo y menos mal, habrá que decir.
Mubarak fue soberbio. No por nada la soberbia es uno de los pecados capitales. Como define la psicología, serlo «es la trampa del amor propio: estimarse muy por encima de lo que uno vale. Es falta de humildad y por tanto, de lucidez».