Xenofobia
Ciertas personas suelen ver a los migrantes como rivales, como enemigos
Con su trabajo y esfuerzo, los inmigrantes traen desarrollo a las regiones donde se trasladan. Como bien señala Juan Antonio Morales en un artículo publicado por este diario (9-04-2011), su desempeño suele ser sobresaliente. Cuando, en busca de mejores oportunidades, uno deja atrás la seguridad económica y moral que deviene de la familia, de la tradición o del Estado, no cabe la posibilidad del fracaso. Para salir adelante, los inmigrantes no tienen otra opción salvo la de esforzarse.
Y cuando este esfuerzo comienza a ser evidente, a través de reconocimientos, logros y bienes materiales, surge entonces la envidia y las rencillas principalmente entre aquellas personas locales que permanecen estancadas en su propia mediocridad. Resulta más fácil mirar al frente y culpar al «otro» por los fracasos, que reconocer los propios errores.
Cabe entonces preguntarse sobre el origen de este comportamiento. El crítico y antropólogo francés Rene Girard entiende que los deseos de los hombres no se conciben de manera directa, sino a través de un tercero que le da valor a los entes u objetos apetecidos. Es decir, que los deseos humanos manifiestan una naturaleza mimética, en el sentido de que el prójimo es en realidad el modelo y motor de nuestros anhelos. Desde esta perspectiva, la violencia no es entendida como accidental o como un rasgo de la naturaleza humana, sino como un proceso de retroalimentación.
La codicia del ser humano, que surge no del objeto deseado sino del valor que otra persona le otorga, viene impregnada de violencia. Las personas suelen ver a los mediadores como rivales, como enemigos, como los culpables de la imposibilidad de alcanzar su felicidad, y no se dan cuenta de que el mediador no sólo acompaña siempre al deseo, sino que en realidad lo provoca. En este sentido, Girard afirma que «los inextricables conflictos que resultan de nuestra doble idolatría (por el prójimo y por nosotros mismos) constituyen la fuente principal de la violencia humana».
¿Cómo interrumpir entonces este comportamiento? El primer paso consistiría en adquirir consciencia de nuestra naturaleza mimética, entender que el motor de nuestros anhelos no son los objetos sino los otros; para luego buscar modelos dignos de emular. Girard pone de ejemplo a Jesús, que no intenta poner en obra sus propios deseos, sino los de su Padre, que son justos, puros y honorables.