Icono del sitio La Razón

Después de Cristo

¿Y qué predicó Jesús? Sería vano intentar resumir en pocas líneas todo lo que el hijo de Dios enseñó; sin embargo, valga comentar uno de los pasajes más relevantes, resaltado por el apóstol Pedro en el libro de los Hechos: que Dios ungió a Jesús con el Espíritu para predicar, hacer el bien y curar a todos los oprimidos.

Aquí la palabra clave es unción, que por sí sola no tiene nada de especial (un pan puede ser ungido con mantequilla). Lo que le da relevancia es el tipo de unción, que el propio Jesús se encarga de explicar… «entró en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura del profeta Isaías donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor’. Enrollando el volumen se sentó y les dijo: ‘Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy’» (Lc. 4:16).

En efecto, desde que Jesús fue ungido por el Espíritu anduvo proclamando la Buena Nueva del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia; y a partir de ello recién se entiende el vocablo Cristo, que proviene de la denominación hebrea Mesías, que significa el ungido de Dios.

Ahora bien, ¿qué pasó con esa unción después de la muerte y resurrección de Cristo? Antes de partir, Jesús les explicó a sus discípulos que tendría que sufrir y morir por nuestros pecados, pero que nos convenía su partida, pues, de lo contrario «no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy, os lo enviaré, para que esté con vosotros para siempre» (Jn. 14:16). Aquí, el Paráclito se refiere al «Espíritu de verdad que procede del Padre», que es el poder de Dios que quita cargas y destruye yugos con el que Jesús fue ungido; unción que, según las Escrituras, también está a disposición de los hombres que creen en Jesús como su Señor y Salvador.

Todo esto permite concluir que el cristianismo no consiste en aprender qué se debe o no hacer, qué reglas se deben o no cumplir, sino más bien en comprender lo que sucedió hace más de 2.000 años, que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino tenga vida eterna» (Jn. 3:16); pero también que Jesús fue ungido por el Espíritu de Dios para quitar cargas y destruir yugos, y que esa unción constituye la herencia que nos dejó Cristo luego de su resurrección. Sólo así se entiende que haya dicho que «él vino a traer vida, y en abundancia».