La fidelidad y nobleza de los perros, sin parangón en el reino animal, los vuelven completamente dependientes de sus dueños, de quienes copian costumbres y carácter. Por eso, cuando son criados con cariño, responden positivamente siendo compañeros fieles y amorosos; si por el contrario son víctimas de maltratos, reaccionan también de manera agresiva, pero no contra sus dueños, sino contra otras personas y animales. Y desafortunadamente, muchos se aprovechan de esta fidelidad e ingenuidad canina para criar perros agresivos con el propósito de proteger sus hogares, pero también, los menos, para amedrentar. En efecto, sólo en abril, La Razón pudo comprobar que al menos tres mascotas murieron luego de ser atacadas por otros perros de la raza pit bull y bull terrier; y que la organización de peleas entre perros es cada vez más extendida.
Dos reprochables prácticas que atentan el bienestar de los mejores amigos que tiene el hombre, pero también contra la seguridad de la población, cada vez más vulnerable ante la ausencia de políticas municipales que se preocupen efectivamente por el cuidado de los animales. Claro ejemplo de ello es la falta de recursos de la unidad de Zoonosis, que debería ser una dirección y no sólo el apéndice de una unidad de prevención.