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1 de mayo

El feriado de hoy deviene de aquel 1 de mayo de 1886, allá en Chicago, cuando un grupo de trabajadores organizó una manifestación en demanda de una jornada laboral de ocho horas. Urge recordar esta importante fecha buscando efectivizar la consigna de la revuelta: «ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa».

La reacción del sistema capitalista ante la revuelta de 1886 fue todo menos democrática. En efecto, luego de un proceso plagado de irregularidades, se encarceló a ocho dirigentes (Adolph Fisher, Augusto Spies, Albert Parsons, George Engel, Louis Lingg, Michael Schwab, Samuel Fielden y Oscar Neebe) con el evidente propósito de escarmentar a la clase trabajadora estadounidense. El 11 de noviembre de 1887, cuatro de ellos fueron ahorcados. Louis Lingg optó por quitarse la vida con una bomba cacera antes que tolerar la «justicia del sistema». Los demás fueron condenados a prisión perpetua. Han pasado muchos años desde entonces y las revueltas posteriores consiguieron la reducción de la jornada laboral y otras leyes sociales en favor del trabajador.

Durante los últimos años, en el país, cada 1 de mayo el Gobierno aprovecha este acontecimiento para, en medio de actos conmemorativos, anunciar decretos y reformas en diferentes ámbitos; y este año no fue la excepción con la promulgación de un decreto que anticipa la aprobación de seis leyes (Minera, Forestal, General del Trabajo, Bancos, Inversiones y Electricidad) para sepultar definitivamente el DS 21060.

Sin duda un importante anuncio, pero que, sin embargo, conlleva el peligro de olvidar el trasfondo detrás del acontecimiento que se recuerda. En efecto, desde aquel incidente de 1886, el 1 de mayo ha sido adoptado por los trabajadores de muchas partes del mundo como una bandera de lucha por los derechos civiles no reconocidos, pero también, y sobre todo, por aquellos derechos que a pesar de estar reconocidos son vulnerados cotidianamente, como acontece en el país.

En efecto, actualmente en Bolivia son muy pocas las instituciones y organizaciones que reconocen efectivamente la jornada laboral de las ocho horas, cancelando horas extras en caso de incumplir la norma. El propio Presidente, en un arranque de civismo, puso en evidencia esta desvalorización cuando recomendó a sus ministros trabajar más de 18 horas al día.

Recomendación que si bien buscaba subrayar el esfuerzo que se espera de los funcionarios públicos, puso asimismo en evidencia la cultura de irreverencia hacia la jornada laboral de ocho horas que rige en el imaginario nacional, tanto público como privado. Por eso, cada 1 de mayo, cabe rescatar el sacrificio de los Mártires de Chicago no sólo para decretar normas a favor del trabajador, sino sobre todo para implementar mecanismos que aseguren su respeto y aplicabilidad.