Boda de ensueño
El viernes, Inglaterra vivió una boda de ensueño que no escatimó recursos para poner en escena ilusiones profundamente arraigadas en el imaginario de gran parte de la población occidental.
El viernes, Inglaterra vivió una boda de ensueño que no escatimó recursos para poner en escena ilusiones profundamente arraigadas en el imaginario de gran parte de la población occidental. Miles de personas se congregaron alrededor del palacio de Buckingham, y muchísimas más detrás de la televisión (se habla de dos billones de televidentes), buscando participar en alguna medida de este enlace con ribetes de fantasía, más cercano a la ficción que a la realidad.
Para una sociedad ajena a los entretelones de la aristocracia como la nuestra, y profundamente devota hacia un sólo Dios, resulta difícil comprender el fervor de la gente por sus príncipes, por sus futuros monarcas, por Kate y William, por un hombre y una mujer que, más allá de los títulos y de los bienes, comparten los mismos defectos, sueños e ilusiones que el resto de los mortales.
También resulta curiosa la relevancia de la aristocracia en un mundo cada vez más democrático, que cotidianamente se esfuerza por garantizar la igualdad de los hombres ante la ley y de eliminar las prerrogativas sectoriales; y cómo el mundo de la realeza se mantiene vigente y con mucho poder gracias justamente a este tipo de ceremonias, que ponen en evidencia la tremenda influencia de los imaginarios sobre las personas.