Icono del sitio La Razón

El costo de estudiar

 En efecto, días atrás, el Centro Boliviano de Investigación y Acción Educativas (Cebiae) hizo públicos los resultados de su estudio «Situación del trabajo infantil desde la versión de los niños, niñas y adolescentes trabajadores de El Alto», que se basa en entrevistas a 1.757 adolescentes menores de 18 años que estudian en las 13 unidades educativas nocturnas que funcionan en la urbe alteña.

El primer dato del estudio revela que poco más de siete de cada 10 estudiantes trabaja durante el día. Según el informe, 70,9% de los alumnos menores de 14 años de edad respondió que trabaja, en tanto que en el segmento de 15 a 17 años la cifra se eleva a 77,1%. Entre los estudiantes que tienen de 15 a 17 años, 3% trabaja de 13 a 16 horas al día; 41%, de 9 a 12 horas; 37%, de 5 a 8 horas; y 16,9%, de 1 a 4 horas; en el grupo de menos de 14 años, 4,6% lo hace de 13 a 16 horas al día; 39%, de 5 a 8 horas; 38%, de 9 a 12 horas; y 13,7%, de 1 a 4 horas.

Por otra parte, en general, los estudiantes coincidieron en que además de financiar sus gastos personales de alimentación, vestido y estudio, son proveedores del sustento para sus hogares: unos cooperan con sus padres, otros los mantienen, y hay quienes están a cargo de sus hermanos menores.

Respecto del trabajo que realizan, se observa que el segmento más numeroso se desempeña como voceador o en los rubros de mecánica, carpintería, costura, cocina, serigrafía, albañilería y tornería, entre otros. Así, la mayor parte de ellos pasan muchas horas en la calle y expuestos a accidentes laborales, lo que los ubica en el segmento laboral más vulnerable, y ni qué decir de disponer de tiempo libre para estudiar o realizar los deberes escolares.

Finalmente, es inevitable observar que pese a que la normativa nacional e internacional condena el trabajo infantil, la realidad demuestra que en la mayoría de los casos prohibir a los menores de edad que trabajen significa condenarlos a la miseria. Situación que, por otra parte, no debe ser motivo para tolerar la común y extendida vulneración de otros derechos que le corresponden a esta población.

Hay, pues, un ejemplo de voluntad de superación en todos y cada uno de esos menores de edad que trabajan y estudian, lo cual puede ser motivo de orgullo, pero también un llamado de atención al Estado para que haga más y mejores esfuerzos orientados a garantizar, en el futuro, que los niños y adolescentes gocen de su derecho a la educación sin tener que sacrificar el resto de sus derechos.