Tiempo de indignados
La semana pasada, algunas ciudades de Inglaterra, comenzando por Londres, fueron presa de la violencia generada por manifestaciones sociales en apariencia espontáneas; por las características de vandalismo y pillaje que tuvieron no se parecen a los movimientos pacíficos de 'indignados', pero al mismo tiempo es posible identificar rasgos comunes entre ellos.
En efecto, durante varios días, grupos de personas, mayormente jóvenes, protagonizaron actos de protesta sin demandas claras y mucho menos una organización de origen identificable, que se tradujo no sólo en enfrentamiento con las fuerzas del orden sino también en acciones de vandalismo, que afectaron viviendas y comercios, particularmente aquellos donde se vende bienes de consumo que no son accesibles a la mayoría.
Si bien esos rasgos distintivos de la protesta inglesa impidieron a los analistas mediáticos señalarlos como parte de la ola de manifestaciones sociales de ‘indignados’, como en España, sí es posible identificar evidentes rasgos de descontento e insatisfacción social, sobre todo, considerando que la mayor parte de los movilizados pertenece a sectores tradicionalmente marginados en las sociedades contemporáneas: jóvenes, afrodescendientes y migrantes.
Así, mientras en Grecia durante casi todo el 2010 la población se movilizó en contra de autoridades que intentaron resolver la crisis económica de ese país con medidas de ajuste que afectaron los bolsillos de la gente, durante el primer semestre del 2011, el descontento se trasladó a España, donde miles de personas se volcaron a las calles demandando un cambio en la gestión de los asuntos públicos, para finalmente reproducirse en Gran Bretaña. Las motivaciones directas en los tres casos, así como su manifestación pública, fueron diferentes, pero al mismo tiempo es evidente que están relacionadas con un momento de descontento generalizado con el modo en que se han configurado las relaciones sociales, económicas y políticas, y la decadencia del sistema de bienestar. Salvando las diferencias, es posible identificar esa misma situación en la protesta estudiantil en Chile, donde los jóvenes piden mejores condiciones para estudiar, pero sobre todo para afrontar un futuro que se les muestra poco esperanzador, precisamente porque no todos acceden a los recursos de modo equitativo.
En los cuatro casos, además, la respuesta estatal ha pasado por el uso de la fuerza pública para tratar de contener el descontento a través de la represión de sus manifestaciones, que a su vez pueden resumirse en la demanda expresada en una pancarta española: «Más Estado y menos mercado». Hay, pues, razones para identificar una fase decadente del modo capitalista, que ha producido mecanismos de exclusión real y simbólica, cuyos efectos ya no son tolerables para muchos. Algo tendrá que cambiar en el futuro próximo.