Una fecha trágica
El 11 de septiembre es una fecha para el recuerdo doloroso. En 1973 ocurrió el sangriento golpe de Estado en Chile; en el 2001 dos aviones se estrellaron contra los edificios del Centro Mundial de Comercio en Nueva York, causando miles de muertos; y en el 2008, en Pando ocurrió una matanza de campesinos impulsada por el entonces prefecto de ese departamento.
El golpe de Estado en Chile, en 1973, fue parte de una tragedia que asoló el continente todo: en Bolivia ya se enseñoreaba Hugo Banzer, también Presidente de facto, y luego vendrían los golpes en el resto de la región. El gobierno del dictador Augusto Pinochet fue el más largo de todos, pues duró casi 17 años, durante los cuales se impuso a sangre y fuego el terror de un régimen particularmente brutal. Y si bien puede afirmarse que fue esta circunstancia la que creó la aparente prosperidad chilena, también es cierto que el costo en vidas y sufrimiento humano no lo justifica de ninguna manera.
El caso del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, perpetrado por comandos suicidas de la agrupación radical islámica Al Qaeda es, probablemente, el más destacado de los sucesos trágicos que se recuerdan en esta fecha. Primero porque sucedió, literalmente, en el corazón financiero de la primera potencia mundial; segundo, porque la cifra de muertos en ese solo ataque parece inverosímil de tan elevada, y tercero, y más importante, porque tras el ataque cambió radicalmente el equilibrio de fuerzas en el mundo.
Las secuelas del 11-S, como se conoce al ataque en Nueva York, se viven aún hoy, a escala global. Baste con señalar, por ejemplo, que la actual crisis financiera global tiene entre sus causas el irracional gasto bélico de EEUU, que con pretexto de «castigar» a las fuerzas islámicas radicales que se atribuyeron el atentado, invadió y destruyó Afganistán e Irak, países donde todavía permanecen las tropas invasoras.
Finalmente, la matanza de Porvenir, población cercana a la capital de Pando, es el más doloroso de los tres sucesos, al menos en Bolivia. Sucedió en el 2008, en un contexto de ataques sistemáticos a la institucionalidad democrática boliviana, cuando se pretendía ejecutar un golpe de Estado desde las prefecturas de cuatro departamentos del país. Once campesinos fueron asesinados, en un acto de odio político y racial, y únicamente una persona, el presunto autor intelectual de la matanza, está detenido, a la espera de un juicio que confirme o rechace su participación en los sucesos.
Y es este uno de los factores que vuelve particularmente doloroso el recuerdo de la matanza en Pando, pues es evidente que todavía no se ha hecho justicia, ni para castigar a los responsables de las muertes ni para resarcir a las víctimas y sus herederos. La memoria también debe servir para eso: evitar no solo el olvido, sino sobre todo la impunidad.