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Indefensión y transparencia

Hemos lamentado repetidas veces que la Justicia (con mayúscula) haya sido envenenada por la insaciable voracidad del poder absoluto. Se ha repetido hasta la saciedad que la ley que castiga se aplica contra el adversario pero no contra los compinches. Y nada sería que al adversario se lo acosara y persiguiera una o dos veces. Lo más grave es que se lo persiga sin razón y sin descanso hasta agotarlo y destruirlo. Al que ha tenido la mala suerte de ser “fichado” se lo acorrala de tal manera que no pueda defenderse. Como mordido por una víbora ponzoñosa, cuyo veneno es paralizante.

El “procedimiento” empieza por la imputación de irregularidades cometidas en el ejercicio de sus funciones del pobre ciudadano que cayó en desgracia. Irregularidades que cometieron otros pero cuya responsabilidad se la cargan al inocente, simplemente porque no es “de los nuestros”. Aquí empieza la confusión que nubla la transparencia que debería presidir toda acción judicial correcta.

El segundo paso será la presunción de culpabilidad. Es decir, todo lo contrario de lo que manda la vera doctrina jurídica que consagró la presunción de inocencia como norma ética de valor universal. Sin embargo, para los intérpretes inefables e infalibles del “cambio”, la presunción de inocencia es una antigualla neoliberal de la vieja oligarquía explotadora y caduca.

Paso a paso, llegamos a otro principio incuestionable en cualquier juicio justo: el derecho a la defensa. Su aplicación será tan sólo una formalidad procesal, pero sin efectos reales a favor del imputado. En los casos que trato de desentrañar, la defensa será inútil porque los fiscales la impugnarán con mil sinrazones y los jueces, por su parte, se harán los sordos y los mudos cuando les convenga. Entonces, como la audiencia no habrá resuelto nada, tendrán que convocarse nuevas comparecencias, sea en La Paz, en Oruro o en Potosí. Y así, la comedia se repetirá cuantas veces se les ocurra a los juzgadores del “cambio”, con tal de exterminar al inculpado indefenso.

Las audiencias se posponen una y otra vez, con el único propósito de ensañarse con la víctima. Entre idas y venidas, de juzgado en juzgado y, con suerte, hasta la apelación al Tribunal Supremo de Justicia, si procediese, se dictará la sentencia y quedará la “cosa juzgada” y, por tanto, inmutable e irreversible. Pues no señor: en los felicísimos tiempos del cambio, eso de la inmutabilidad de la cosa juzgada es otra martingala neoliberal, retrógrada y oscurantista.

Una vez que he tratado de seguir el laberíntico itinerario judicial del cambio, cuando se trata de ciudadanos previamente escogidos como víctima de la más injusta indefensión, no voy a revelar sus nombres y apellidos porque no quiero que, por mi culpa, les aprieten más los grilletes seudolegales con los que les tiene maniatados e incapaces de mover los recursos de ley que les asisten. Pero tengo la certeza de que esto se va a acabar. Tarde o temprano llegará el tiempo de rendir cuentas. Y no habrá que esperar al juicio final para ver las cosas con absoluta transparencia.