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Crisis económica en el primer mundo II

Comentando el año pasado en La Razón el comienzo de la crisis económica en el primer mundo (15 de agosto de 2011) sosteníamos que lo que se avecinaba en la zona del euro tendría un impacto aún mayor —y más prolongado— en la economía mundial que lo que acontecía en Estados Unidos; que en dicha zona los gobiernos debían realizar fuertes ajustes, a los que solamente podrían ayudar las dos economías más fuertes, Alemania y Francia; que Sarkozy iba a tener que pagar un elevado costo político y no tanto Merkel, gracias a haber flexibilizado previamente sus políticas laborales y sociales. Afirmábamos también que el descenso de la actividad económica en estos países —y consecuentemente en China— iba a determinar una caída en los precios de las materias primas, lo que afectaría a la economía boliviana.

A estas alturas, parece oportuno hacer un balance. Obama no logró aumentar los impuestos a los ricos, pero sí consiguió hacer aprobar importantes programas de inversión pública y sacar adelante su “Obama care” —un seguro de salud casi universal— con la condición de que las prestaciones sean realizadas sólo por privados. La diferencia entre gastos e ingresos se cubrió recurriendo una vez más al endeudamiento, postergando el equilibrio fiscal para más adelante. Las acciones de las empresas se recuperaron, pero el empleo aún crece muy lentamente. En las encuestas Obama mantiene aún, por estrecho margen, su ventaja frente al candidato republicano, con la condición de no solidarizarse con las causas latinoamericanas (Cuba y las Malvinas).

En la zona euro casi todos los pueblos sufren las consecuencias de haber sido sobreendeudados por sus gobiernos: los subsidios fueron drásticamente reducidos y en países como España el desempleo alcanza a alrededor del 25% (50% los jóvenes). Ellos han reaccionado de la única manera que pueden hacerlo: eligiendo políticos de signo contrario. Hasta Sarkozy (de derecha) está pagando el elevado costo político anunciado y actualmente apela a la extrema derecha (“euro-escépticos” por definición) para ser reelecto. La economía de Europa, sin embargo, aún no está estable. Italia resiste probablemente gracias al peso de su economía informal (más flexible al ajuste) y en España, a pesar de las draconianas medidas de Rajoy, aún no se esfuma el fantasma de que deba ser rescatada como Grecia. ¡Pero la economía española es 4,7 veces más grande que la griega! En contraste, fluyen a Alemania trabajadores de toda Europa y son bienvenidos, sobre todo los jóvenes, pues es urgente financiar con aportes de jóvenes las pensiones de una población que envejece.

América Latina mantiene su estabilidad pero, como era de esperar, los ritmos de crecimiento disminuyeron. La región aparece dividida entre dos concepciones de desarrollo: en una —Chile, Perú, Colombia, Panamá, Costa Rica, México— se opta por  la iniciativa privada y la globalización de la economía, reservando para el Estado un papel regulador. En otra —Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador, Nicaragua— más bien se tiende a un papel protagónico del Estado en la economía y al proteccionismo. Brasil se sitúa en un terreno intermedio.

En la coyuntura, lo más importante para Bolivia serían los precios del gas. En esto no dependemos tanto de la economía como de la geopolítica mundial. ¿Seguirá Irán enriqueciendo uranio? Probablemente sí, pero sólo hasta la solución propuesta por Brasil y Turquía: el 20%, para poder generar energía eléctrica, no hasta el 90%, para producir bombas atómicas. En ese caso bajarán los precios del petróleo y del gas, y se habrá terminado el ciclo alto para Bolivia.