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Europa: sociología de la catástrofe

No hay consenso europeo sobre las políticas presupuestarias ni los programas de austeridad en curso. Lo que sí hay es un consenso de la derecha y una incapacidad temporal de las izquierdas para presentar una alternativa creíble. Mientras esto ocurra, el tiempo es el factor más incierto y decisivo en la solución de la crisis europea. Cuanto mayor sea, más se consolida el nuevo orden postsocialdemócrata pensado mucho antes de la crisis y que ahora la derecha quiere imponer y consolidar durante las próximas décadas.

El nuevo orden es un paraíso para el capital financiero, un purgatorio para el capital productivo y un infierno para la inmensa mayoría de los ciudadanos. La catástrofe de las expectativas de vida está siendo administrada en dosis homeopáticas para que la parálisis de las alternativas dure más tiempo (hoy un recorte, mañana aumento del precio del agua y la energía, pasado mañana cierre de un servicio). ¿Qué se puede hacer para reducir este tiempo?

Primero. Saber hacia dónde vamos. El plan A de la política de rescate en curso (PREC) consiste en crear las condiciones para que los países con dificultades regresen a la “normalidad de los mercados”. Esto sólo es posible a costa de más reducciones salariales, más recortes en el gasto público y la sujeción de estos países a una disciplina no negociada que compromete y vacía su soberanía. Se consolida así la dualidad entre países desarrollados y países menos desarrollados en el interior de Europa. Es urgente luchar para que esto no siga ocurriendo.

Segundo. El PREC sólo puede producir dos resultados: más PREC o la expulsión del euro. Los informes sobre fondos financieros prevén que, como en Grecia, al primer rescate le sigue un segundo con más restricciones, más austeridad y alguna reestructuración de la deuda de los acreedores. Esto significa, por ejemplo, que Portugal podría estar bajo tutela unos cuantos años más y, en tal caso, una generación entera habría vivido bajo un régimen colonial disfrazado de democracia, pero controlado, en la práctica, por una empresa majestuosa, Goldman Sachs.

Si el plan A no funciona, está el plan B: la expulsión del euro o una solución que produzca el mismo efecto. Es algo de lo que ya se habla para Grecia. Si el plan A es devastador para las aspiraciones del país europeo, la expulsión del euro no lo sería menos debido a las condiciones en las que se produciría, después de que el PREC haya destruido nuestra base económica, haya despedazado nuestra riqueza, nuestros ahorros, nuestro oro.

Tercero. Desobediencia dentro del euro. Parece increíble que, a pesar de todo, tenga que encontrarse una solución no catastrófica a escala europea. Pero debe ser así, aunque sean necesarias dos condiciones muy exigentes. La primera son actores políticos que exploren todas las brechas del sistema. El derecho internacional y la gran mayoría de tratados prevén cláusulas de derogación en caso de emergencia nacional. Esta derogación puede implicar el control temporal de capitales e importaciones, así como la moratoria en servicio de la deuda. ¿Puede esta desobediencia de un país ser castigada con la expulsión inmediata? Todo depende de las alianzas. Tres cosas son ciertas: quien expulsa no deja de correr grandes riesgos; alguien tendrá que desobedecer y alguien tendrá que ser el primero; y es impensable que el eje París-Berlín siga siendo el único en la Unión Europea y que no sea posible crear alianzas entre otros países.

La segunda condición tiene que ver con el sistema político europeo. Las propuestas que impliquen a Europa en su conjunto deben formularse a una escala política que las haga creíbles. Esta escala no puede ser la nacional. Hay que refundar el sistema político europeo con la creación de una circunscripción electoral europea única y de listas transnacionales de las que surjan los nuevos dirigentes de una Europa verdaderamente democrática. Dentro o fuera del euro, por elección o imposición, habrá desobediencia; el problema es saber qué nivel de desastre alcanzará.