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Francia en la encrucijada

Cuando este artículo llegue al lector matutino de este domingo, todavía no sabremos cuál de los dos candidatos a la Presidencia de la República francesa triunfó en la segunda y definitiva vuelta de las elecciones. El debate televisivo sostenido el pasado jueves creó más dudas que certidumbres. Y ya es sabido que en televisión, lo que cuenta no son tanto los argumentos que se intercambian sino las emociones, las adhesiones o los rechazos. Me conformaré pues con recoger aquí unas pocas impresiones sobre cómo he visto el proceso electoral en el “Exágono” francés.

Primero, las personalidades de los dos candidatos finalistas, Nicolas Sarkozy y François Hollande. Los dos tienen la misma edad (57 años). Tengo grabada en mi memoria una fotografía del joven Sarkozy en 1986 vestido con indumentaria revolucionaria, chamarra y pantalón tejanos, camisa de “pelo en pecho”, en el instante de pronunciar alguna consigna provocativa (“prohibido prohibir” o “no hagamos la guerra; hagamos el amor”, por ejemplo). Brillante alumno de l’École National d’Ádministration (ENA), crisol en el que se formaron muchos presidentes y otros notables; los apodados “enarcas”. Sarkozy ascendió todos los escalones políticos hasta llegar a la mismísima presidencia que hoy está en juego.

François Hollande, por el contrario, viene de un medio modesto. Pagó parte de sus estudios vendiendo flores y helados. No fue un “enarca”. De su imagen sólo conozco  las recientes fotografías de prensa, vistiendo el  “uniforme reglamentario” de un político serio: rostro tranquilo, lentes de hombre leído, traje oscuro, camisa blanca y corbata celeste. Sarkozy, hiperactivo e impetuoso, enérgico y audaz, representa el neogaullismo conservador. Hollande, sereno y sólido, representa la socialdemocracia avanzada. Ambos pelearon hasta el último minuto el apoyo de la izquierda, de la derecha y del centro para lograr la mayoría que está en discusión.

En el debate televisivo, Sarkozy la emprendió contra Hollande rebatiendo por adelantado sus planes sociales “derrochadores”. A lo que el aludido respondió acusando a Sarkozy de haber favorecido a los ricos, de ser incapaz de detener el aumento del desempleo, el incremento de la deuda pública y la pérdida de competitividad de Francia. El otro asunto candente fue la inmigración. Hollande ofrece conceder el voto en las elecciones locales a los extranjeros con cinco años de residencia en Francia. Y calificó a su contrincante como “islamófobo”. Sarkozy le dio la razón al anunciar que, “si él manda, no habrá ningún burka en Francia”. Además, propuso reducir a la mitad la inmigración y no conceder el voto a los inmigrantes.  

En cuanto a la política exterior,  Sarkozy reafirmó que Francia pertenece al mundo occidental y que mantendrá su alianza con los Estados Unidos. En este terreno, los dos dicen casi lo mismo.

Una conclusión del debate, escribe un analista francés, es “la impresión de que los ciudadanos desearan una especie de presidencia bicéfala: una para dirigir Francia y otra para gobernar a los franceses”. Pero tengo la seguridad de que gane quien gane, Francia no cambiará su destino histórico en Europa.

La administración pública francesa, aunque es la más centralizada del viejo continente, está sólidamente apoyada sobre la base de unos funcionarios altamente capaces, que diferencian la libre filiación partidista, de su dedicación profesional al servicio de la Nación (para no decir de la Patrie que quedaría un tanto démodé).