Los bolivianos estamos siendo testigos de las más grandes reacciones hacia las persistentes enfermedades del Estado, que no hacen más que avivar y enardecer las pasiones de todo un pueblo, que ante la sostenida mala administración por parte del Gobierno, anda a la búsqueda (y los encuentra) de métodos para contrarrestar las consecuencias de una dirección política plagada de desaciertos. Pues es particularmente raro, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de nuestra historia, que el pueblo se equivoque en sus sentimientos respecto de los yerros en que tropiezan los gobernantes. Aunque, por los excesos que comete (es justo decirlo), parecería que no acierta (el pueblo) en sus hipótesis sobre los fundamentos de los mismos.

No se pretende decir, para evitar juicios destemplados, que sólo unos pocos hombres y mujeres sean capaces de sistematizar lo que pasa ante sus ojos en momentos de convulsión extrema como los que estamos viviendo; y que los más, al calor de instantes de reflexión muy tenues, o llevados más bien por el paroxismo, sugieran o persuadan para que prevalezca el descontento popular. No hay intención de decirlo, ni es así.

Cuando la resistencia popular se inflama hasta límites como los que se experimentan día a día en todos los departamentos del país, es posible afirmar que hay algo, o mucho, que se ha pasado por alto en la Constitución, y que eso influye, en definitiva, en la errante conducta de quienes desde el Ejecutivo y de la Asamblea Legislativa nos gobiernan. Pues hablando ya sin miramientos ni recato, ellos mismos, en alianza o conexión indiscreta, y a todo trance, fueron los que aprobaron la ley superior a rienda suelta y estimando a menos al pueblo; pifiada actitud que tarde o temprano, y fatalmente, enciende mechas que mudan en energía fulminante que llega a provocar momentos de extrema tensión. Así actúa el pueblo cuando se lo desafía y relega, y no se aletarga como creen muchos, máxime si se trata de un pueblo como el boliviano, proverbialmente combativo y respondón en el buen sentido.

La IX marcha de los indígenas de tierras bajas; toda suerte de protestas que articula el sector de salud (aunque en este caso se haya echado por tierra hasta con mínimos rasgos de sensibilidad humana, pues a partir de consignas duras y ciertamente insensatas, se ha dejado en el más oprobioso desamparo a legiones de enfermos aquejados por todo tipo de males); las exigencias de la Central Obrera Boliviana; los conflictos no resueltos con el magisterio, etcétera, etcétera, son causas cardinales de las alteraciones del Gobierno en sus políticas y en el carácter de que está revestido; por lo que queda claro que el estado de fermentación en el país obedece a un desorden extendido de las funciones de gobierno.

No cabe duda de que para que éste disfrute de una renovada y vivificante pujanza, debe dar marcha atrás en muchas acciones que erróneamente ha perpetrado, ya que es ley que las disputas entre pueblo y gobernantes convergen siempre a favor del primero. Eso lo sabemos de sobra… Y si no se previó en el momento una actuación preventiva a las repercusiones que ellas podrían acarrear, sí está a tiempo de actuar adoptando medidas curativas en estricta armonía con el pueblo; el mismo que cuando las cosas marchan bien no tiene interés en el desorden.