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Día del Periodista

Desde que Gabriel García Márquez titulara un ensayo con la frase “El periodismo es el mejor oficio del mundo”, ríos de tinta han corrido debatiendo sobre si esa idea es cierta o no. Quienes aman el oficio y lo ejercen cotidianamente saben que es verdad y a la vez no. Se trata de una contradicción entre la pasión personal y el contexto en que ésta se desarrolla.

En efecto, las y los periodistas eligen el oficio a sabiendas de que exige sacrificios a menudo muy superiores al salario que reciben, pero al mismo tiempo conscientes de que más pronto que tarde llega el reconocimiento de la sociedad, particularmente cuando adhieren a los verdaderos valores del periodismo, que implican obsesión con la verdad y voluntad de darla a conocer.

El periodismo es el mejor oficio del mundo porque permite narrar la realidad, y el oficio de narrador es estimulante y gratificante. Pero no lo es cuando esa narración está determinada por las presiones del contexto, por las restricciones que imponen las fuentes, y por las condiciones materiales que impone el medio.

Es el mejor oficio del mundo cuando la o el periodista es consciente de su función social, como mediador entre los sucesos y el gran público, sea como testigo o como investigador. Pero no lo es cuando en el curso de esa mediación se construye un ‘seudoambiente’ (así lo llama la teoría de la opinión pública), que o tergiversa la realidad o, peor, construye una nueva, de acuerdo con los intereses de unos cuantos, a menudo vinculados con el poder.

Es el mejor oficio del mundo cuando quienes lo ejercen reconocen que de un modo u otro son los delegados de la población para cuestionar al poder y sus prácticas, sean de oficialismo u oposición; pero deja de serlo cuando esa interpelación se produce desde inclinaciones personales o institucionales, impidiendo, en vez de favorecer, el debate público de ideas, base de una democracia verdaderamente participativa.

Es el mejor oficio del mundo cuando se reconoce que no es lo mismo objetividad que imparcialidad. La primera no es posible, desde el momento en que la o el periodista debe subjetivar la realidad antes de convertirla en una nota, un reportaje o un comentario. La segunda, en cambio, es deseable, fundamentalmente entre las y los trabajadores de los medios, pues eso les permite tomar distancia de los extremos de la polarización y, sobre todo, garantizar a sus audiencias el goce del derecho a la información.

Hay, pues, mucho que decir en torno al oficio del periodista, que hoy se celebra en Bolivia, pero todo se resume en la importancia que deben darle tanto las y los periodistas como quienes se sirven de ellos, sea como fuentes o como destinatarios de sus mensajes, a la función social que cumple: sin periodistas es imposible la opinión pública autónoma, y por tanto, la verdadera democracia.