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La Nación Culebra

Hay pocos lugares en donde podemos vol-ver a ser lo que algu-na vez fuimos: seres de la naturaleza

/ 13 de mayo de 2012 / 03:49

Hay pocos lugares en el mundo donde podemos volver a ser lo que alguna vez fuimos: seres de la naturaleza. Uno de esos lugares es la Amazonía, donde los animales son la encarnación de los espíritus de nuestros ancestros, y el arco iris es el puente que une el mundo de arriba con el de abajo; donde la serpiente es un rayo de colores que desparece entre la hierba y el follaje; donde el viento es el velo de una novia que recorre las pampas y las selvas; donde los ríos son los caminos y las señales que los dioses marcaron para que nunca nos extraviemos; donde los peces son nuestros hermanos y el cielo es habitado por los guerreros de la aurora.

De ese lugar nos habla Pablo Cingolani en su último libro: Nación Culebra, una mística de la Amazonía, editado por el Foro boliviano sobre el medio ambiente y desarrollo, que reúne poemas, impresiones de viajes, postales, narraciones y crónicas. Pablo, a quién conocí hace más de dos décadas cuando yo era director de la Biblioteca del Congreso, es un argentino que optó por amar a nuestro país; y de las montañas de Los Andes pasó a las pampas y las selvas de la Amazonía boliviana. Su amor se expresa en cada uno de sus textos, tanto así que a veces me parece que le estuviera escribiendo a su compañera.

Nación Culebra es el testimonio de un ser humano que siente que la selva amazónica es la última frontera, y que si no la defendemos hoy, mañana será muy tarde para hacerlo. Y no lo hace desde la mirada de un explorador, sino que ha buscado ser él mismo parte de la solución y se asume como un habitante de ese espacio mítico y místico. Pablo Conoce el territorio desde hace más de diez años, lo ha caminado, lo ha navegado, se ha perdido entre los árboles y los ríos y se ha encontrado en sus hermanos indígenas amazónicos. Y mientras se encontraba a sí mismo los ha escuchado, ha oído las voces de los chamanes, de las mujeres, de los pescadores, de los cazadores, de los niños y de los ancianos. Los ha escuchado y ha aprendido de su sabiduría, de sus saberes como decimos ahora. Sabe que no es uno de ellos y lucha para que los reconozcan como tal, siente que luchando por la preservación de este espacio se ganará su lugar entre ellos.

Y su lucha ha logrado primero que lo conozcan y luego que lo reconozcan como si fuera uno más en la Nación Culebra. Pablo le canta a la naturaleza y a los hombres y mujeres de la Amazonía, su poesía es lúdica, es sincera, es simbólica, mística, y siempre nos cuenta algo, siempre tiene algo que decirnos, algo que revelarnos.

Al terminar de leerlo, me acordé de un texto mío en El cazador de sueños que dice: “Si antes no escribimos poemas fue porque la poesía residía en la naturaleza que nos rodeaba y concurría generosamente a los diálogos cotidianos. Ahora escribimos porque necesitamos el poema para recordar esa poesía y, es el lenguaje, las palabras, las que nos hacen habitarla y nos inventan en el mundo. La poesía propicia el encuentro”.

Y este libro de Pablo nos hace reencontrarnos con lo que nunca debemos dejar de ser: seres humanos que pertenecen a la naturaleza.

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Los años feroces

/ 26 de febrero de 2015 / 09:30

Estando en La Paz, visité la librería El Pasillo para saludar a sus propietarios, Carmen Vargas y Carlos Ostermann, quienes siempre están dispuestos a brindar una buena conversación y a recomendar títulos y autores. Compré el último libro de Julio Barriga, El hombre que amaba a Amy Winehouse, y esa noche lo leí de una sentada, recordando anécdotas de mi juventud en la ciudad del Illimani, esa montaña tan hermosa que repite tres veces su hermosura; leyéndolo volví a sentir el frío de las amanecidas de mi juventud.

Entre otras cosas, Julio cuenta acerca de su vida en La Paz a finales de los setenta y de los ochenta, años en los que yo empezaba a escribir y a publicar mis primeros cuentos; y como Dios los cría y el Diablo los junta, nos conocimos en uno de los tantos bares que frecuentábamos en ese entonces y que fueron desapareciendo con el tiempo (en realidad eran unos avezados tugurios). Julio era un lector empedernido y también escribía sus primeros poemas, irreverentes e iconoclastas como él mismo. En esa época no había muchas editoriales, y publicar un libro era todo un acontecimiento, porque era un acto de liberación y de rebeldía al mismo tiempo. Como anarquistas y aprendices de la palabra revelada, todos queríamos tener nuestras propias revistas para publicar los textos que impenitentes acometíamos sin amos en la tierra ni dioses en el cielo. Así fue que aparecieron revistas publicadas en policopiadoras, trabajadas en esténcil, con títulos como Papel higiénico, dirigida por Humberto Quino, y Camarada Máuser, comandada por Jorge Campero, quien luego publicó otras que llegaron a ser de colección.

De todas las revistas de esos años, solamente tengo una llamada nada menos que Vidrio molido, que hicimos con Adolfo Cárdenas y Vladimir Montesinos, ejemplar que, hace un par de años, me fue obsequiado por Mauricio Souza. El ejemplar mimeografiado se abre con un cuento de mi autoría; continúa con poemas de Vladimir; un cuento de Adolfo; dos prosas poéticas de Julio, una de ellas es la ya famosa El fuego está cortado; poemas de Jorge Campero, de Fernando Rosso y otros textos de escritores y poetas bolivianos así como de latinoamericanos.

La lectura del libro de Julio me hizo buscar este ejemplar y al hojearlo; también revisé mi vida en esos años feroces en los que abandoné mis estudios de Sociología en la Universidad Mayor de San Andrés con la ilusión de convertirme en escritor y me dediqué, durante un tiempo, a la más desenfrenada bohemia, quizá siguiendo las enseñanzas del “Viejocomealmas” que afirmaba que solamente se puede llegar a la iluminación a través del alcohol.   

Sin embargo, en esos años de vago y malentretenido conseguí lo que fue el mejor empleo de mi vida. Resulta que un rico ganadero del Beni, conociendo que me gustaba la lectura, me contrató para hacer su biblioteca en una amplia oficina que había alquilado por la calle México; la quería para jactarse ante sus amigos. Durante unos meses fui llenando los estantes de libros y pude costear mi propia pequeña biblioteca, así como mis incursiones por las más infames tabernas.  

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‘Elogio del amor’

‘Es necesario reinventar el riesgo y la aventura, en contra de la seguridad y la comodidad’ (Alain Badiou)

/ 13 de marzo de 2014 / 07:55

Recorriendo los pasillos de una librería encontré el libro Elogio del amor de Alain Badiou, filósofo, dramaturgo y novelista francés marroquí. Me llamó la atención el título porque no imaginaba que uno de los autores preferidos por los intelectuales del mundo posmoderno, que aparentan no interesarse por este tipo de trivialidades, haya escrito sobre este tema. El libro recoge una entrevista que le hizo el periodista Nicolás Truong en 2008.

En esta obra Badiou se presenta como filósofo-amante, y afirma que el amor es una fuerza cosmopolita, incitante y sexuada que transgrede fronteras y estatus sociales. En el fervoroso y provocador diálogo, el filósofo de El ser y el acontecimiento afirma que hoy el amor está amenazado por los riesgos que conlleva y por la comodidad que tenemos por asegurarnos el goce ilimitado y hedonista y que, por lo tanto, es una tarea filosófica defenderlo para reinventarlo como alguna vez propuso el poeta Rimbaud. “Es necesario reinventar el riesgo y la aventura, en contra de la seguridad y la comodidad”, propone este hombre discípulo de Platón, Hegel, Lacan y Deleuze.   

En el capítulo “Los filósofos y el amor”, Badiou hace referencia a Soren Kierkegaard, de quien, en mis años adolescentes y convencido de que era un feo sin remedio, leí y estudié su Diario de un seductor, buscando algunas claves para apalabrar a las muchachas hermosas que creía inalcanzables. Entonces no sabía que el amor estaba más allá de la seducción, del deseo y de la pasión, concepción que para Badiou fue intuida por Platón, cuando señaló que al ser una experiencia personal de la universalidad posible es filosóficamente esencial.

Badiou reconoce tres concepciones contradictorias acerca del amor: la concepción romántica que se centra en el éxtasis del encuentro; la escéptica, que lo considera una ilusión, y la que afirma que el amor es una construcción de verdad, a la que él se adscribe y propone que es la construcción del “Dos” desde las diferencias personales que van forjando al sujeto del amor. “El amor es siempre la posibilidad de presenciar el nacimiento de un mundo”, dice, lo que me recuerda un verso que escribí: “Alguien ve pasar a una muchacha/ y nace un mundo nuevo”.

El amor, como sabemos, es un misterio, es algo que sucede y reinventa la vida de quienes lo sienten y viene a ser la verdad de la pareja. En medio de la conversación, Truong recuerda un párrafo de Carta a D., una historia de amor de André Gorz: “Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. De nuevo siento en mi pecho un vacío devorador que solo colma el calor de tu cuerpo abrazado al mío”. Listo, por eso Badiou asegura que el amor es una declaración de eternidad. Sin embargo, el peor enemigo de la eternidad y, por tanto del amor, no es el otro, sino el yo. Es a nosotros mismos que debemos vencer para que se construya el “Dos” y podamos nombrar a la única palabra que necesita de dos seres para ser invocada.  

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Las ciudades y el ‘Mago’

Mariano Baptista Gumucio no necesitó de la ficción para guiarnos por las ciudades de Bolivia

/ 17 de febrero de 2013 / 04:00

Las ciudades, imagen y semejanza de los seres humanos, encierran misterios, alegrías y naufragios. La crónica y la literatura se han ocupado de ellas desde las primeras letras impresas. En las ciudades invisibles, Ítalo Calvino imagina a Marco Polo contándole a Kublai Jan acerca de las fantásticas urbes que, supuestamente, visitó. Asimismo, Alberto Manguel y Gianni Guadalupi recopilaron una increíble Guía de lugares imaginarios, en la que detallan en orden alfabético las ciudades y lugares creados por la ficción, algunos más reales que los que existen.

Mariano Baptista Gumucio, el Mago, no necesitó de la ficción para guiarnos por las ciudades y las regiones de Bolivia; lo hizo recopilando lo que escribieron propios y extraños sobre ellas. Sabemos que Mariano viene, desde hace décadas, ocupándose de darnos a conocer lo mejor del pensamiento de nuestros intelectuales y escritores. Sus selecciones ya constituyen un canon de lo que debemos leer para conocer sobre nuestro país.

No satisfecho con esta enorme tarea, emprendió la de hacernos conocer Bolivia por medio de una colección que ha denominado Las ciudades vistas a través de viajeros y cronistas, siglos XVI al XXI. De esta colección ya circulan los libros sobre Potosí, Oruro, La Paz, Pando, Sucre, Cochabamba, Moxos-Beni; y el de Santa Cruz será presentado el 26 de febrero con motivo de la fundación de la capital cruceña. Le falta el de Tarija para concluir su edición antológica. Cada uno de los libros lleva, además de las crónicas, artículos, ensayos, poemas y relatos, dibujos y fotografías alusivos a la ciudad capital o a los pueblos que conforman el departamento.

La colección del Mago incluye textos escritos por sacerdotes, cronistas y autoridades de la Colonia, naturalistas, historiadores, periodistas, poetas y narradores. Al leer los libros nos damos cuenta de que la selección de los autores ha sido rigurosa y producto de una agotadora revisión y lectura de libros y más libros, buscados en bibliotecas públicas como en privadas.

Recuerdo que, en cierta ocasión, mientras conversaba con Wálter Chávez sobre literatura boliviana, salió el nombre de Mariano Baptista, y coincidí con el creador del de-saparecido semanario El juguete rabioso en que Bolivia tenía una gran deuda con este escritor, intelectual, periodista y diplomático, cuya obra es prolífica e incesante.

Hace un par de semanas, conversando con Mariano en su estudio en la ciudad de La Paz, me comentó lo siguiente: “mi objetivo es el de recuperar la memoria histórica para preservar la unidad de Bolivia, y creo que estos libros pueden contribuir, en algo, a cimentar la unidad y fraternidad entre los departamentos y la autoestima de quienes, por encima de todas las diferencias, proclaman con orgullo su gentilicio de ser bolivianos”. Una tarea noble, sin duda alguna, que, sin embargo, no ha encontrado el apoyo como era de esperarse; de allí que muchas de las ediciones hayan tenido que salir del bolsillo del Mago.   

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‘Literatura y democracia’

Se trata de un gran trabajo que nos hacía falta para ir consolidando nuestra literatura

/ 9 de diciembre de 2012 / 07:43

Un grupo de docentes y estudiantes de la carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) se dio a la ardua tarea de    realizar un inventario de lo publicado en Bolivia en los géneros de novela, cuento y poesía durante el periodo 1983-2009. El resultado de este esfuerzo fueron dos tomos denominados Literatura y democracia. El primer tomo es un catálogo de obras publicadas entre esos años y otro de siete ensayos sobre los hallazgos.

Para enfrentar este monumental desafío, el grupo —coordinado por Omar Rocha y Cléverth Cárdenas, con el apoyo de Gilmar González, Mónica Velásquez, Mary Carmen Molina, Vanessa Alfaro y Pablo Lavayén— recurrió a bibliotecas, archivos, fondos de libros y editoriales de todo el país.

El catálogo es voluminoso, más de 500 páginas, y contiene el registro de 1738 libros, incluidas 356 novelas, 522 de cuentos y 860 de poesía. Cada uno de los géneros es presentado por tres índices: nombre de los autores, lugar y año de publicación. Además, consigna entre otros datos el tiempo y el espacio en el que se desarrolla la narración y una breve descripción del contenido.

El libro de ensayos se abre con una presentación de Raquel Montenegro, en la que nos advierte que lo más importante de los textos es que tratan “de establecer denominadores comunes” entre la abundante y prolífica literatura nacional. En el primer ensayo, Democracia y literatura boliviana, Cárdenas busca resumir los planteamientos centrales de sus colegas, haciendo un repaso por anteriores intentos de explicar e interpretar nuestra literatura de autores como Javier Sanjinés, Blanca Wiethüchter, Luis H. Antezana y Leonardo García Pabón. Cárdenas cierra afirmando que “la literatura está condicionada por el contexto social, pero jamás está determinada”.

González, a tono con los tiempos, inicia aclarando que lo suyo podría denominarse Novela boliviana escrita en español durante el periodo democrático, y de 356 novelas se ocupa de dos novelistas, entre los que percibe profundas contradicciones respecto al tema del indio. Rocha eligió el cuento para ocuparse especialmente de cinco autores que él considera paradigmáticos, e indaga si existe una renovación en la estética del cuento. Lavayén continúa explorando el corpus del cuento y se ocupa de tres jóvenes narradores.

Velásquez ha sido la más generosa de los investigadores, y vuelca su mirada crítica sobre más de 40 poetas de todo el país. Parte de la constatación de que en el panorama nacional no hay grandes novedades y que “la pluralidad es, tal vez, el resguardo de una identidad a medio hacerse y poco dispuesta a la consolidación de una comunidad simbólica, pues ésta se mantiene en permanente reformulación”. Molina cierra el libro con una revisión de los nuevos autores, particularmente los del Premio Yolanda Bedregal. Se trata sin duda alguna de un extraordinario trabajo que nos hacía falta para ir consolidando nuestra literatura. Para muchos de los investigadores la obra de Jaime Saenz fue una piedra de toque en el análisis, lo que me lleva a pensar que, parafraseando a Cárdenas, no solamente la literatura está condicionada por el contexto social, también la crítica.

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‘Metrópolis’ en Bolivia

El filme ‘Metrópolis’ ha sido considerado como una pieza única en la historia del cine mudo

/ 30 de septiembre de 2012 / 04:36

El Festival Internacional de Cine Digital (Fenavid), que se realiza en Santa Cruz de la Sierra, en su décima segunda versión trae una gran sorpresa a los amantes del séptimo arte. Se trata de la afamada película Metrópolis, dirigida por Fritz Lang y estrenada en Alemania en 1927. Basada en una novela de ciencia ficción de Thea Von Harbou, el filme ha sido considerado como una pieza única en la historia del cine mudo y forma parte de la Memoria del mundo, un programa de la Unesco para preservar los mayores patrimonios artísticos de la humanidad.

El filme que se reestrenó en 2010, luego de un arduo trabajo de restauración gracias a una copia encontrada en Buenos Aires en 2008, con una duración de casi tres horas, se proyectará en la gala de inauguración del Fenavid, el 1 de octubre en la Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche y contará con la presencia de Helmut Inig, director de orquesta especialista en películas mudas, quien llegó para dirigir a la orquesta juvenil. Todo un desafío para los jóvenes músicos que deberán interpretar la composición original de la cinta alemana durante 180 minutos. Imagínense ver un filme del pasado que muestra el futuro, tal como se lo hacía hace 100 años, es decir con orquesta incluida. Una cita imperdible.

Este acontecimiento, que coloca a Santa Cruz de la Sierra y al país, en un privilegiado lugar, ha sido posible gracias a Franz Joseph Kunz, responsable del Goethe Zentrum de la capital cruceña, a quien hay que agradecerle por la gestión y el esfuerzo económico que significa este extraordinario logro.

El Fenavid, que empezó gracias a la inquebrantable voluntad de Alejandro Fuentes, presidente de la Fundación Audiovisual (Fundav),  ha ido creciendo durante más de una década, hasta convertirse en uno de los festivales cinematográficos más importantes de América Latina. Este año el premio cambió de nombre y ahora se llama Kaa Iya, que en guaraní quiere decir Dueño del monte refiriéndose a los espíritus tutelares de la naturaleza, y 21 países con 60 películas y 260 cortometrajes, participarán compitiendo por el galardón. Entre el 1 y 7 de octubre podremos disfrutar de filmes que participarán de las categorías de documentales y ficción, tanto en largo como en cortometrajes, estas categorías también han sido abiertas para la producción universitaria.

Además el festival posee espacios dedicados a los videoclips (se presentaron 38), un concurso de videos de un minuto de duración en el que participan aficionados y se tiene previsto una serie de talleres de realización audiovisual destinados a fomentar la educación cinematográfica entre los jóvenes, entre estos se destaca el de musicalización de cine mudo que será dictado por Helmut Inig y el boliviano Oscar García.

Y, aunque parezca increíble, este festival, que tiene poco apoyo estatal, dará las exhibiciones gratuitas y se las podrá apreciar en varios espacios culturales como el teatro de la Agencia Española de Cooperación, el auditorio del Centro Franco Alemán y la Casa de la Cultura. Bolivia necesita más gestores como Alejandro Fuentes y su equipo de trabajo.

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