Todo indica que está a punto de concluir (si ello no ha sucedido ya) el larguísimo y cruel conflicto provocado por la aprobación del Decreto Supremo 1126 que pretendía establecer la jornada laboral de ocho horas para los médicos del sector público sin ninguna compensación.

Lo cierto es que las movilizaciones de la última semana han puesto al Gobierno en una situación que si bien a estas alturas ya le es muy familiar no por ello deja de provocarle fuertes dolores de panza: una vez más tiene que recular.

La comprensión de la fórmula propuesta para sacar las castañas del fuego sin que parezca una derrota exige mucha concentración, porque es un poquito complicada. Complicada pero al mismo tiempo reveladora del actual estado de cosas: la pérdida total del sentido de la realidad. Se trataría de la aprobación de un decreto supremo, llamado transitorio, que suspende la aplicación de otro decreto supremo que, para mayor complicación, se supone que ya está suspendido, aunque nadie cree que sea así.

Para darle mayor seguridad a la fórmula, y así evitar que el zafarrancho se reanude en cualquier momento, me permito sugerir una medida complementaria: la aprobación de otro decreto supremo que garantice la aplicación del decreto supremo transitorio que garantiza la suspensión de la aplicación del decreto supremo que originó el conflicto y que se supone que ya está suspendido.

También se podría proponer una moraleja para el Gobierno: si de recular se trata, es mejor hacerlo de una vez. El reculazo en dos tiempos, como se ha visto, resulta dos veces doloroso.

Resuelto el entuerto del sector salud, el Gobierno puede volver a ocuparse full time del conflicto en el que se está jugando su paso a la historia: la derrota de la marcha de los indígenas de tierras bajas en defensa del TIPNIS.

No deja de ser curioso, pero a estas alturas es lo más probable, que el paso por el gobierno del presidente Morales —que se inició con tantos propósitos y esperanzas— llevará grabado a fuego la marca del TIPNIS. Independientemente de su desenlace, ya es una batalla perdida. Si gana el Gobierno, se habrá acabado de enterrar esa idea llamada alguna vez Estado Plurinacional —cuyo fundamento y razón de ser es, precisamente, el reconocimiento de los derechos indígenas. Si el Gobierno vuelve a perder… lo mejor será volverse intangible. Sobre todo porque esa hipotética situación podría exacerbar hasta extremos imprevisibles los correteos que se han desatado en el MAS que ya sólo piensa en la reelección.  

Lo cierto es que se avecina una batalla que por lo visto hasta ahora no tendrá contemplaciones ni escrúpulos. A las tácticas ya ensayadas —división del movimiento indígena, descalificación y descrédito de su dirigencia por todos los medios, enfrentamiento con otros sectores sociales, regalitos que hacen escarnio de la pobreza, campañas de comunicación que más parecen masajes de autoconvencimiento— se suman nuevas y simpáticas iniciativas, como la violación de la privacidad y la convalidación del espionaje. Nadie estará a salvo. Ya lo dijo la Ministra de Comunicaciones: La privacidad se quedó en casita.  
Pero esos avatares tendrán sin duda otros observadores más entendidos y autorizados. Durante algo más de dos años he gozado de la hospitalidad de las páginas de opinión de La Razón, pero llegó la hora de ponerle punto final a estas columnas. No quiero hacerlo; sin embargo, sin antes mandar grandes saludos y confites a todos aquellos que —así sea por azar— recalaron alguna vez en este espacio.