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Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 11:04 AM

Amanda en el país…

Para ser Ministro de Comunicación, recuérdese el cuento, hay que defender  lo indefendible

/ 14 de mayo de 2012 / 04:00

Había una vez… una periodista que quería ser ministra. Al menos, ésa era la impresión que daba ella desde su lado del pentágono, a la derecha del conductor, izquierda de la pantalla.

Como quería ser ministra, dice el mismo cuento, tenía que defender al Gobierno. No importa si tenía razón o no: había que hacerlo. Era su misión en esta vida de aventuras periodísticas.

El cuento no lo dice pero, por la experiencia que deja este Gobierno y los anteriores, “Ministro de Comunicación” es aquel que defiende lo indefendible. Como ésa es la misión del Ministro de Comunicación en su triste vida, la periodista de las aventuras hacía bien las tareas.

Todo iba sobre rieles en el pentágono de la ficción, hasta que un día la mesa quedó coja. La periodista dejó entrever que “empezaba ya a cansarse de estar sentada”, así, tal cual se puede leer en las premonitorias líneas iniciales de la obra cumbre de Lewis Carroll la de El país de las maravillas. No podía dejar pasar el tren de las oportunidades.

Encontróse ella pronto de cara al ministerio de sus sueños. Sueños de cuento, de fantasía, nada que ver con la realidad. De mil amores se tomaron muchos de los de su gremio este ingreso triunfal al Ministerio de Comunicación; aunque no faltaron las intrigas (clásicas en el gremio) de que acaso se trataba de la formalización de un matrimonio anunciado, cual susurro en el desierto, ¡a los cinco vientos!

Ya en su nuevo puesto, quiso brillar como en la televisión. Y se esforzó, la periodista. En poco tiempo se la notó preocupada por imponer su sello distintivo, el mismo que a lo largo de su carrera le había granjeado prestigio, el mismo que últimamente la mostrara defendiendo lo indefendible.

Para ser Ministro de Comunicación, recuérdese el cuento, hay que hacer las tareas. Lo cual implica aprenderse bien la letra de la misión: “Defender lo indefendible”. La periodista es una estupenda ministra. He aquí un extracto de su propia voz, o sea la de su personaje en el guión del Gobierno:        —Creo que cuando una persona asume un cargo público, la privacidad se queda solo en la casa. Fuera de la casa, en cualquier escenario, es público.

El contexto de la frase es, qué duda cabe, el mismo que el de Alicia en el país de las maravillas, capítulo primero, cuando la muchacha se topa con el Conejo Blanco y se introduce repentinamente en un mundo de absurdos. Escribe Lewis Carroll: —¡Vaya! —pensó Alicia. ¡Después de una caída como ésta, rodar por las escaleras me parecerá algo sin importancia! ¡Qué valiente me encontrarán todos!

Valiente se muestra también la ministra periodista cuando, dentro del guión gubernamental, opina del espionaje a una diputada y afirma lo de la privacidad fuera de casa. Hay que entenderla. Debe mantener su puesto. Abrir los ojos, no se le permite. No forma parte de su misión. Jamás se enterará ella, como buena Ministra de Comunicación, que la privacidad de una persona no se circunscribe a un espacio físico; de lo contrario, bajo su “morador” criterio, nadie podría exigirla, por ejemplo, en un motel.

Por esos afanes de la moderna intertextualidad, los cuentos se superponen y las protagonistas parecen ser una sola y las preguntas quedan flotando en el aire tras el vendaval de pasiones expresadas, por supuesto, en secreto, al más puro estilo del chisme periodístico: ¿Hace falta resignar en sensatez sólo por ser consecuente con una causa? ¿Será esta la frutilla del postre servido en la ya emblemática mesa que, con la salida de la protagonista, se quedó cuadrada? Cómo, ¿no entendió lo de la cuadrada? No se pierda el próximo capítulo de: “Amanda, en el país…”. Pura ficción.

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Carnaval de hipocresías

Si el Carnaval va a ser sinónimo de alcohol, de rienda suelta, sin límites, lo mejor sería aceptarlo como tal

/ 18 de febrero de 2013 / 06:23

Me vale un pepino: yo, tomo. No importa si hago daño o me lo hacen a mí, si me roban un par de lentes o un mar. Yo, tomo, ¡qué caray! Me emborracho, atropello, choco, me mato y mato a los demás. Si sobrevivo, golpeo. Al vecino, al amigo. A mi esposa, a mis hijos. ¿Culpable yo? ¡Pero si estaba tomado! Yo, tomo. Y hasta morir. Es que, me vale un pepino… De pepinos y otras ensaladas (de nabos, por ejemplo) están hechos, también, los carnavales, la mejor muestra de lo que somos.

Tomar hasta más no poder. Tomar por “compartir”, porque la cultura dice que hay que tomar. Tomar por tomar… ¿En qué momento perdimos la brújula? Yo creo que cuando se volvió obligatorio recuperar tradiciones y costumbres con la tácita condición de no pensar. Si el Carnaval va a sostenerse con la venta de cerveza, ¿no sería menos farsante evitar las leyes que contradigan la necesidad de honrar compromisos comerciales? ¡Habrase visto torpeza mayor que la exposición pública de la incapacidad propia con el montaje de carteles prohibitorios de lo que se infringe a 20 metros!

Para pruebas, las imágenes de Bolivia TV, el canal del Estado: “La Ley 259 prohíbe la comercialización y consumo de bebidas alcohólicas en vía pública”. Esa advertencia estuvo todo el tiempo incrustada dentro de una publicidad de la cerveza que auspicia los carnavales, en la Avenida Cívica, de Oruro. Y para mayor burla y espectáculo, cientos de policías, a tono con la ocasión, bien pintados a lo largo del recorrido de los bailarines. Pasemos por alto a la periodista que, seguramente aturdida por las bandas, echaba a rodar su bagaje profesional consultando en la tribuna: “¿Qué le parece este ‘impresionante’ Carnaval?”. Tan poco nos cuesta hacer el ridículo en vivo y en directo…

Cuando las palabras no importan, reina la impunidad. Si el Carnaval (y aquí me refiero a la celebración en sí, en las entradas folklóricas y en las calles del país) va a ser sinónimo de alcohol, de rienda suelta, sin límites, lo mejor sería aceptarlo como tal. Eso que los antropólogos llaman elegantemente “sincretismo” no es más que la práctica de la incoherencia por principio. Los ejemplos abundan pero, en el caso en cuestión, siendo el Carnaval un culto al dios Momo, donde el diablo mete la cola, nos rendimos a los pies de la Mamita del Socavón. Aquí entre amigos de los subterfugios, déjenme denominar al nuestro: “país de contrastes”. Será, pues, parte del atractivo turístico  —‘sólo para gringos’— resumido magníficamente en la leyenda: “unidad en la diversidad”.

Fuera de toda chanza, quiero salvar de este comentario a los bailarines, al público y en general a los que, sin perjuicio de su autoestima y de la integridad del resto, participan directa o indirectamente en entradas como la de Oruro, con justicia declarada Patrimonio Intangible de la Humanidad. También a los que danzan, ya no en el marco de un recorrido fijo, respetando el orden público; aunque me parece que estos son los menos. Quiero a la vez ser enfático en esto. Si los carnavales no tendrán sentido fuera del consumo de alcohol, o si la exaltación de la fiesta sólo encontrará cimiento en la romántica querencia de lo nuestro, soslayando cualquier otra consideración moral y social (“yo tomo y el resto me vale un pepino”), admitámoslo de una vez. Sincerémonos.

Si vamos a seguir satisfechos con que nuestras calles se conviertan en “alcoholódromos” y nuestros hijos salten en comparsas denominadas Golpes (por citar un ejemplo real: en las poleras de sus miembros un Increíble Hulk aporreaba “simpáticamente” a un diminuto ser humano), ¡adelante!, ¡más agua y mucha más cerveza! Pero después no nos golpeemos el pecho con los feminicidios y otras barbaries.

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¿Acaso estáis locos?

Más allá de la chan-za, entre Choque- huanca y Berlusconi hay un atlántico de diferencias

/ 10 de diciembre de 2012 / 05:13

Eso mismo dijo Silvio Berlusconi, en términos de la prensa española, cuando el año pasado un periodista le consultó si pensaba renunciar. Al mes siguiente, como todo tiene su día, en alguna parte de nuestro indulgente planeta se celebraba con entusiasmo a la marmota y en noviembre, a la “usabilidad”. El florido calendario de fechas por conmemorar incluye varias perlitas y omite otras; a propósito, me imagino, para no rebosar en devaneos que en Bolivia pueden ser cuestión de Estado, como las peregrinas dilucidaciones sobre mayas y solsticios.

Va llegando el “tiempo del Pachakuti” y, con él, una jornada de energías concéntricas que dan pie a un inusual alborozo del canciller Choquehuanca, organizador de lo que su palabra señera, aupada por saberes ancestrales, describe como el inicio de una nueva era —para dejar atrás el “no tiempo”—, con “guerreros del arco iris” y todo. Hay que ver al Ministro de Relaciones Exteriores invitando al mundo entero a adherirse a semejante acontecimiento, cuya magnitud obviamente trasciende los terrenales ámbitos de su cartera para situarse en la galaxia misma o, mejor dicho, en la “Madre Cósmica”.

Aturdido por tanta cosmovisión junta, me preguntaba qué ocurriría si la apocalíptica malaventuranza del fin del mundo coincidiera con el solsticio de verano. Yo mismo me respondí: “Se aguaría la fiesta de la Isla del Sol y la búsqueda del equilibrio y la armonía tendría que ser reprogramada para una nueva oportunidad”. No me resultó tan fácil descifrar en qué quedaría el cierre del ciclo del “no tiempo”.

La cordial invitación del Canciller (a falta de naturaleza próxima, en una zona ajardinada que debe ser la plaza Murillo), está bien para fines turísticos. La profundidad de su mensaje lo pierde en uno de esos incómodos laberintos llamados circunloquios, pero esto no será óbice para recaudar el dinero que permita construir más canchas de césped sintético allá donde no hay agua para beber. Todo sea por el sano esparcimiento del Presidente.

El que no está para jugar a la pelota es Carlos Romero, de lejos el ministro más serio de este abigarrado Gobierno; él, difícilmente halle resquicio en su agenda para atender la convocatoria del, a ratos, estratosférico Choquehuanca. Y pensar que le vendría de perillas el solsticio en el lago Titicaca, según el Canciller, momento oportuno para encontrar la paz esquiva.

Volviendo al principio, si de dignatarios propensos a las fiestas en islas cercanas se trata, el susodicho Berlusconi, en 2011, es decir, pleno auge del “no tiempo”, se aferraba a su cargo de Primer Ministro pese a los escándalos que lo arrinconaban contra su mansión de Cerdeña. Igual se fue y con un vehemente “payaso” de despedida a cargo de primigenios indignados frente al palacio de Quirinale. Ahora, el payaso está de regreso.

Más allá de la chanza, entre Choquehuanca y Berlusconi hay un atlántico de diferencias. Payaso y todo, está claro que a Il Cavaliere le atrae el sexo, pero no el de las piedras. No ha trascendido que tuviera interés en importar coca para que los niños italianos la mascasen en vez de la insípida leche; ni que creyese en la inutilidad de los libros. Al Canciller, de su parte, no lo veo con ganas de grabar un disco de boleros, menos de vivir la experiencia del “bunga bunga”.

Choquehuanca tiene un perfil más espiritual. Por eso conviene hacerle caso. Escuchándolo, uno será más bueno y es probable que se gane algo en la Alasita, por ejemplo el titulito de guerrero en el ‘apúntele al blanco del arco iris’. Sin tanto esfuerzo, podemos empezar siguiendo su consejo de no dejarnos vencer por el miedo al 21-12-12. ¡Buh!

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El gran creacionista

Se advierte en esta obra una interesante profundidad utilizada para construir una realidad desfigurada

/ 1 de octubre de 2012 / 04:10

En Las Tensiones Creativas de la Revolución (Vicepresidencia del Estado, La Paz – 2011), uno más de los encomios a Evo Morales que últimamente se publican cada semana, Álvaro García Linera se luce, describe el lado de la Historia reciente que más le conviene y acaba dando forma a un discurso creíble, el de las contradicciones: “antagónicas fundamentales”, por un lado, y “creativas secundarias”, por el otro.

Aupado por su entusiasmo revolucionario y con argumentos varias veces fundados en la mirada racial, disfraza su tez láctea para vindicar a las clases oprimidas frente a las que identifica como “élites mestizas y adineradas”. Pasando por alto sus deslices gramaticales, pocos para un mestizo que se esfuerza por no serlo, por parecer indio (este, al comunicarse en su lengua originaria, no tiene la obligación de dominar el castellano), se advierte en esta obra una interesante profundidad, de la que su autor se vale, sin embargo, para construir una realidad desfigurada.

García Linera es, además de Excelentísimo Vicepresidente, muy creativo: no sorprende su capacidad de imaginar escenarios que pasan por ciertos. Como Copperfield, encandila con discursos fantasmagóricos, algunas veces infundiendo miedo (“conspiraciones”, “intentos separatistas”) y otras, ilusionando (divisiones sociales superadas, un Estado integral que se “diluye” en la sociedad); nada que pueda llevar a la práctica de los mercados de abasto, todo lo que encuentra mullida comodidad en la teoría de los libros.

Con sus “tensiones’, intenta convencernos de que la polarización entre dos visiones de país, en la práctica, ya no existe; de que no hay más bloques antagónicos fuera del MAS y, por tanto, no se estaría jugando un segundo tiempo del partido cuyo resultado fuera en la primera etapa, según su propio arbitraje, el de un “empate catastrófico”. En su teoría, lo que tenemos son contradicciones en el “bloque nacional-popular”.

Provisto de una valija de grandilocuencias e histrionismo, el ilusionista cae —¡qué desilusión!— en contrasentidos. Tensiones que son sinónimas o, se podría inferir, causa de contradicciones (p. 23) que luego no son contradicciones (“…son tensiones dialécticas y no contradictorias”, pp. 27-28) hasta que sí, son nomás contradicciones (30), a veces antagónicas (18) y otras, las pobres, no (“tensiones secundarias y no antagónicas”, 27). Copperfield saca de la galera una nueva categoría: la de “contradicción no antagónica”. Y como lo puede todo, se da el lujo de “‘revolucionarizar’ (sí, eso mismo) las condiciones de la propia revolución”.

“Creativas” son, también, sus contradicciones o tensiones: “tienen la potencialidad de ayudar a motorizar el curso de la propia revolución”. Las clasifica en fundamentales y secundarias. Éstas (no antagónicas) “son parte de la dialéctica del avance de nuestro proceso revolucionario y lo alimentan porque son la fuente fundamental del desarrollo, del debate al interior del pueblo y de la transformación social”.

Pregunto: Si estas contradicciones (secundarias) se evidencian en las protestas de quienes conforman, según García Linera, el “Gobierno de los movimientos sociales”; si él mismo considera necesarias estas tensiones en la  teoría, ¿por qué su gobierno las abomina, las reprime en la práctica? Si son las “fuerzas productivas de la revolución”, “el motor de la historia de las sociedades”, ¿por qué no las dejan andar?

Modesta sugerencia de corredor: Hágase a un lado, Vicepresidente, cuidado que los motorizados se excedan de revoluciones y, antes de que usted decida poner en práctica lo que escribe, le pasen por encima.

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Cuidado se sepa la verdad

No se puede caer en el desbarro de hacer de la vista gorda ante las constata-ciones de la ciencia

/ 23 de julio de 2012 / 05:14

A usted le gustaría que confundieran a sus padres con los de otra persona? Imagínese pasando a la posteridad como un valeroso combatiente de la independencia americana, pero festejado el día del nacimiento de alguien que no fue usted. Imagínese a usted y a sus descendientes; ¿cómo se sentirían?

Dos investigadores: Hugo Canedo, primero, y Fernando Suárez, después, han demostrado con suficiencia, sobre la base de fuentes primarias hasta ahora desconocidas, que Juana Azurduy de Padilla, la heroína, no es la que nació el 12 de julio de 1780 ni la que, según nos enseñaron, tuvo por padres a Matías Azurduy y Eulalia Bermúdez.

¿Cuál ha sido la reacción ante sus evidencias? La muy chuquisaqueña mojigatería. No han tardado en conseguir micrófono los obtusos “defensores” de la aludida para demandar —los pretenciosos— “que no se toque” a Doña Juana. ¡Prohibido!, cuidado se sepa la verdad. “Hay cosas que es mejor dejarlas así”, ha dicho uno de ellos; digno representante de la sociedad pacata, “iglesiera”, al juicio rebelde y, como se ve, dominguero del escritor Carlos Medinaceli. Ahí están, ellos son los estrechos de miras que tienen postrada a la ilustre ciudad de Tristán Marof.

Juana Azurduy —para ellos— es intocable —se supone— por investigadores. Parte de un festival de disparates que comenzó con una lección de moralidad: la aprobación, por unanimidad, de un artículo de la Carta Orgánica Municipal de Sucre que castiga con la cesación de funciones a alcaldes y concejales involucrados en adulterio, y al que no podía caberle mejor corolario que el justificativo de un asambleísta inmortalizado en la prensa local: “El que no tiene lealtad con su mujer, con su familia de cinco miembros, ¿cómo va a ser, pues, leal con 250 mil habitantes?”.

Casi tan simpáticos se han portado algunos entusiastas comunicadores. Uno, que es amigo pero no por eso dejo de estar en desacuerdo con él, se animó a comparar los conatos de llenar los vacíos de la historia de Azurduy con lo que ocurriría si acaso hoy un investigador se atreviera a decir que Jesucristo no nació un 25 de diciembre, sino cualquier otro día. ¡Uh!, cuidado se sepa la verdad. Certero ha estado en cambio Juan José Toro, “pinche periodista” como se autodefine en su columna del mitológico 12 de julio, pero de 2012: “…después de todo, la Historia es una ciencia social y, como tal, está sujeta a la evolución y los cambios de las sociedades humanas. Lo que corresponde es seguir investigando con el fin de poner luz en las páginas donde todavía hay tinieblas”.

Juana Azurduy se merece todos los homenajes del mundo, incluso la impresión de su rostro en billetes de 100 pesos. Pero, por respeto a ella misma y a la historia de este país y de la América entera, no se puede caer en el desbarro de hacer de la vista gorda ante las constataciones de la ciencia o, peor aún, vetar el tratamiento de cualquier tema que no fuera su incansable batalla. Pretender que los investigadores callen cuando producto de su trabajo encuentran datos de Doña Juana o del personaje que fuera, equivale a pedir que el cirujano interrumpa la operación cuando ya ha hecho la incisión en el cuerpo del paciente. Quien no lo entiende así, falta el respeto a los que cumplen una labor fundamental para las naciones: la de ir en busca de su filiación.

Importa, pues, que se confunda a Juana, la heroína, con una homónima. Importa porque se trata de información que hace a la persona como tal, lo que implica respetar su derecho —aún después de muerta— a la verdadera identidad. Lo contrario sería una afrenta a la Generala de Bolivia, al ser único e irrepetible que fue ella, más allá de lo que hizo o dejó de hacer.

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