Tras cinco años de declive económico, Grecia llegó a las elecciones de 2012 con su PIB nuevamente en territorio negativo. Según algunos indicadores, en solo cuatro años se registró una contracción del 21% en el PIB griego. En medio de la crisis, el 11 de abril se hallaron diez lingotes de oro en la casa del exministro de Defensa Akis Tsochadzopoulis, del entonces partido oficialista PASOK (socialistas del centroizquierda). El exministro fue arrestado y acusado de recibir un soborno de $us 12 millones por la compra de submarinos de fabricación alemanes para la Marina griega. El país todavía tiene una deuda de algo más de $us 1.000 millones por esos sumergibles.

El escandaloso gasto griego de Defensa fue otro clavo en el ataúd del partido PASOK, que perdió popularidad al apoyar el “rescate” de la Unión Europea, el 2 de mayo, lo que constituyó un default más oneroso que el de Argentina en 2002.

En Atenas, la activista antideuda Cristina Laskaridis me explicó que de la economía griega fueron relevados $us 129 mil millones en deudas, pero al costo de asumir otros $us 193 mil millones en nuevas obligaciones y de firmar un memorando de medidas de austeridad muy impopulares. Como consecuencia, en las elecciones del 6 de mayo, la representación parlamentaria del PASOK cayó de 160 diputados a 41, y crecieron las bancadas de extrema izquierda y los neonazis.

El mismo día, Francia eligió un presidente socialista, Francois Hollande. Pocos meses antes, en Irlanda, los escaños parlamentarios del partido gobernante Fianna Fail cayeron de 77 a 19. En España, el Gobierno viró a la derecha, y en Hungría lo hizo hacia la extrema derecha. En Holanda, la extrema derecha provocó el derrumbe del Gobierno. Y la lista de cambios políticos se alarga.

Emerge un claro patrón electoral: los democristianos y socialistas de centro están siendo derrotados por partidos de extrema derecha o extrema izquierda. El hilo común es el rechazo popular a pagar por las ganancias de otros en las burbujas especulativas de los sectores financieros e inmobiliarios. Pero también los gobiernos arrastran graves problemas de de-sequilibrio estructural de sus balanzas de pagos dentro de la Unión Europea (UE), sobre todo por las excesivas importaciones desde Alemania.

En lugar de nivelar esos desequilibrios, el Gobierno alemán, fiel a la doctrina neoliberal, presiona por un pacto de la austeridad para limitar los déficits a futuro. Los países periféricos y deficitarios se dieron cuenta de que ese pacto detendrá su crecimiento dentro de la Eurozona y se pusieron en contra. ¿Hacia dónde irán las cosas ahora? ¿Está diseñado el pacto fiscal para resolver estos problemas?

La raíz de los problemas financieros de Europa es la insuficiente regulación en los bancos privados. Para financiar los déficits presupuestarios nacionales muchos crearon burbujas en bienes raíces en España e Irlanda. Al estallar las burbujas, la deuda arrastró a los bancos y los gobiernos nacionales convirtieron las pérdidas en deuda pública, imponiendo medidas de austeridad a sus poblaciones. La inestabilidad política es una      reacción contra esas soluciones.

El corazón del problema es el diseño neoclásico de la relación entre el Banco Central Europeo (BCE) y los bancos centrales nacionales de la Eurozona. Los préstamos directos del BCE a esos bancos no están permitidos. Por su parte, el BCE generó un billón de euros en préstamos a bancos privados y ellos salieron a comprar bonos nacionales.

El resultado es una nueva burbuja especulativa en bonos, que es otra bomba de tiempo. Para que el euro sobreviva, las economías europeas necesitan coordinar sus finanzas y comercio de mejor manera. Pero el pacto fiscal puede ser un callejón sin salida en el camino de la recuperación.