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Un fantasma bien vivo

No es sólo en Bolivia. También está en Brasil, Colombia, Perú, Chile y Argentina. En verdad, tampoco es un fantasma, es una fuerza rotundamente viva en defensa de la vida, es la lucha por proteger la naturaleza.

En Cajamarca y en Banguas (Perú), es por la defensa del agua contra la voracidad contaminadora de la explotación minera; en la Amazonía brasileña, para evitar que las gigantescas construcciones de los denominados mega proyectos de energía inunden comunidades y dejen en el desierto otras; en Colombia y Argentina, para poner reparos a la contaminación de los ríos por la explotación del oro; y en Chile, tratando (David contra Goliat) de evitar la deforestación en la Araucanía donde cantó Neruda

“Nací en el sur, de la frontera traje las soledades y el galope del último caudillo”.

Tampoco es solamente una pelea entre pobres (campesinos, productores, indígenas, recolectores, colonos) y empresas ricas y desmesuradas. En el Cerro Rico en Potosí, en la turbulenta Guanay y en el altiplano del departamento de La Paz y en muchas comunidades de la Chiquitanía en el departamento de Santa Cruz, se enfrentan productores campesinos con cooperativistas mineros y colonos quechuas y aymaras contra indígenas originarios (Constitución dixit). 

Unos quieren seguir produciendo alimentos, otros quieren extraer las riquezas de las entrañas de la tierra; unos quieren seguir plantando lo de siempre; otros son obreros de la vertiginosa expansión de la agricultura para la exportación. Y es el Tipnis, claro, donde ni la impúdica estrategia de regalos a las poblaciones indígenas ni la vergonzosa alianza entre el gobierno desarrollista y los ganaderos han logrado detener la novena Marcha.

Pelean los seres humanos y sufre la Madre Tierra. En las ciudades nos enteramos de a poco, cada cierto tiempo, a golpe del sacrificio de los que están marchando. En los mercados de las ciudades siguen llegando los productos, de Río Abajo, de Luribay o de Perú, pero algún día dejarán de llegar o arribarán sólo a la mesa de quienes puedan pagarlos a precio de oro. Muchos piensan que no es la pelea de las ciudades. Pero lo es, también nos incumbe. El Tipnis somos todos y somos el Pilcomayo y la Amazonía y los ríos que corren con tóxicos en sus cauces y las innumerables chacras heridas por esas aguas.

Se trata de una disputa entre la conservación de parte de la naturaleza y los modos de producción, en armonía con ella, de quienes lo hacen desde hace siglos o lo quieren hacer desde ahora; desarrollo con conservación contra desarrollo salvaje. Los discursos gubernamentales pretenden mostrar la disputa como algo irracional, fuera de la historia o contra la historia. Lejos quedaron el “pachamamismo” del MAS y las emociones presidenciales en su empatía con Avatar. Parece que la defensa de la Madre Tierra está bien sólo en las películas y en la letra violada de la Constitución.

No se trata sólo de discursos de verdes utopías. Hay propuestas de uso razonable de los recursos naturales renovables si se cumplen los compromisos de reforestación, explotación de recursos no renovables si se controla la voracidad de las empresas, construcción de parques exitosos económicamente cuando son protegidos de verdad y vías fluviales que sustituyen y complementan trazos de carreteras. Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír.