Realidad virtual
Frente a la realidad virtual, el mundo real parece lento, difícil de diferenciar del entorno y poco atractivo
Mi nieto, que vive en el sur de Holanda, tiene tres años, es un fanático de los animales y en cualquier libro infantil es capaz de reconocer la diferencia entre un tigre, un leopardo, un puma o un jaguar. Películas como Nemo o La Edad del Hielo lo apasionan y puede verlas una y otra vez sin cansarse. Ayer, viniendo de la escuela, quise mostrarle en vivo y a pocos metros la diferencia entre varias especies de cuervos que saltaban en el parque, desde unos “monstruos” más grandes que gallinas, hasta otros tan pequeños y nerviosos como mirlos; para mi asombro, encontré que poco le importaron. Me pregunté: ¿Cómo puede ser que un niño que ama los animales sienta tan poco interés por semejantes bichos a pocos metros de su bicicleta?
La respuesta la vine a recibir en la tarde de hoy cuando, luego de una sesión de fotos tomadas en una reciente visita a las Islas Galápagos, tampoco mostró emoción alguna por las tortugas centenarias, por las iguanas marinas. Peor aún, durante la presentación del documental de la BBC narrado por la famosa Tilda Swinton, quizá la película más extraordinaria sobre las Galápagos que se haya filmado, jugó por una hora con el perro sin dar siquiera una mirada a la pantalla. La “realidad virtual” multicolor en la Tv en la que los animales hablan o escenas artificiales, dentro de las cuales se ha criado, le definen un mundo mucho más deseable y entendible que aquello que llamamos tristemente: ¡Realidad!
El mundo real parece ser lento, difícil de diferenciar del entorno y definitivamente poco atractivo, a una mente que se está formando, mientras hace centenares de miles de conexiones neuronales por segundo. ¿Qué clase de visión de ese mundo (en el que se tendrá que desempeñar) está construyendo?
La punta de lanza juvenil del mundo actual, enfrascada en internet y en la conversación interminable en las redes sociales, aquellos que arman indistintamente una composición sobre “el grillo” o sobre “Darwin”, copiando y pegando en pocos minutos trozos de realidad sin contexto, tomados más o menos al azar de millones de fuentes disponibles… ¿Qué tanto podría asimilar el evento extraordinario que ocurrió en esas mismas islas hace menos de 100 años y que cambió para siempre la visión trascendental de mundo en que vivimos con el concepto de la evolución?
¿No estaremos promoviendo una nueva generación tan frágil y obtusa como la del obispo Tomás Berlang, descubridor de las Galápagos, que las consideró una “escoria sin valor maloliente y con espíritu infernal”, un lugar demoníaco que sólo merecía ser olvidado? Una generación incapaz de afrontar la quiebra económica o un accidente global como el que produciría una simple llamarada solar capaz de destruir todo el control de la energía eléctrica del mundo en unos segundos, como ocurrió hace apenas algo más de 100 años…