Voces

Friday 29 Mar 2024 | Actualizado a 01:53 AM

Las redes, las redes

Las redes sociales llegaron para quedar-se. Están ahí pese a las brechas digitales y el elevado costo.

/ 20 de mayo de 2012 / 04:00

Dicen que la Revolución del siglo XXI no será televisada. Puede ser. En los telediarios, más bien (tengan o no las imágenes), habrá de agendarse la contrarevolución. Como sea, lo evidente es que las revueltas ya son contadas con celeridad en Twitter y, al mismo tiempo, ampliamente comentadas en Facebook. Las redes sociales y otras navegaciones, comunidad virtual, cotizantes en Bolsa, llegaron para quedarse.
Pero más allá de que las nuevas batallas (reales) tengan más o menos activa presencia/cobertura noticiosa (virtual), una cuestión relevante para los andamios de la comunicación e información tiene que ver con la red como escenario, ora declarado, ora encubierto, de disputa política y de movilización social. ¿Se pueden impulsar acciones colectivas, no sólo de afinidad, desde los medios interactivos?

Hay amplio análisis sobre el papel de las nuevas tecnologías en recientes movimientos de protesta global, en especial como eficaz instrumento de articulación y de convocatoria. Así se constató en la Primavera Árabe, los “indignados” en España y las diferentes acciones de los Occupy. Y así ocurrió en la movilización callejera, en miles de ciudades del mundo, de la semana pasada (#12M #15M).

Allende diferencias, Bolivia no es la excepción. Algunos estudios de monitoreo muestran que redes sociales como Twitter y Facebook se han convertido en robustos, a veces virulentos, espacios de posicionamiento político. Se sabe además que dichas plataformas expresan hoy un claro predominio de activistas y voces opositoras al Gobierno, cuestionando todo lo vinculado con el proceso de cambio.

Que la debilitada/dispersa oposición boliviana impulse campañas y mensajes virtuales en contra de Evo y los suyos no debería llamar la atención. Lo propio ocurre todos los días, con sincronía, en la mayoría de los “medios de referencia” (en especial diarios y redes de televisión). Parece claro que, pese a la propaganda y sus medios oficiales, el Gobierno lleva la peor parte en las arenas de la mediatización.

En tal escenario, nada más desatinado que plantear el control de los contenidos en las redes sociales. Primero porque es técnicamente imposible; segundo porque resulta democráticamente deplorable; y tercero porque es claramente inútil. Ya suficiente disputa existe con los operadores mediáticos y sus asociaciones como para intentar una fallida “vigilancia” de feisbuquer@s y twitters.

Pero habremos de convenir, libres de ingenuidad, en que una cosa —enhorabuena— es utilizar las redes y otras plataformas interactivas para hacer activismo político y otra, muy distinta, es aprovechar el espacio virtual, muchas veces desde el anonimato, para la difusión sistemática de agresiones racistas y discriminatorias. Con racismo, bien se sabe, no hay democracia. Por más que se encubra de libertad de expresión.

¿Qué hacer? Aseguran que, desde siempre, la mejor venganza es ser feliz. Pero eso no aplica en la función pública. ¿Habrá entonces que elaborar una norma que permita sancionar el “desacato” en Twitter y en Facebook? Para nada. Sospecho que en estos territorios, además del estratégico desdén, la única respuesta de veras fructífera es “más comunicación, mejor gobierno”. Lo demás, está visto, es silencio.

¿Y será necesaria alguna regulación específica contra las agresiones e insultos, que los hay en abundancia en las redes sociales, por motivos racistas y discriminatorios? Esa ley ya existe. Y tipifica como “delitos contra la dignidad humana” la incitación al odio, violencia o persecución del “otro” en razón a su condición o naturaleza. Por cualquier medio, incluidos los interactivos. En ello, por principio, no hay concesión posible.

Las redes sociales, entonces, llegaron para quedarse. Están ahí, cotidianas, pese a las brechas digitales, la baja conectividad y el elevado costo. Se agitan y dicen. Convocan. ¿Podrán desplazar e incluso sustituir con legitimidad y eficacia la comunic/acción directa? Tengo serias dudas. Vean sino a los vecinos en asamblea de Pasankeri con los autoconvocados “Me gusta” de San Miguel. Huelgan comparaciones.

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El factor primarias

/ 17 de marzo de 2024 / 00:05

Las Elecciones Primarias (EP) son una buena idea. Su realización, en tanto, puede ser malísima, como aquí en 2019. Su propósito declarado es impulsar la democratización interna de los partidos: que sus candidaturas no sean resultado del caudillismo, el dedazo, la herencia, sino del voto. O de otros mecanismos colectivos de decisión. Donde hay tradición, funcionan. Donde no, como en Bolivia, son una falacia o derivan en rupturas. Las EP son una buena idea… malgastada.

Cuando en 2018 impulsamos desde el TSE la elaboración deliberativa de un proyecto de Ley de Organizaciones Políticas, las EP no figuraban en la propuesta base. Surgieron después, a petición de los delegados partidarios. Elecciones primarias, sí señor, con una condición: que sean administradas por el TSE con recursos públicos. Háganlas ustedes —dijeron—, con su presupuesto. Vivísimos. Solo un partido se oponía tenazmente: el MAS-IPSP.

La historia posterior es conocida. Se presentó la iniciativa legislativa con la inclusión de primarias para binomios presidenciales: obligatorias, simultáneas y cerradas a la militancia. Debían estrenarse en las elecciones 2024, pero una disposición transitoria en la ALP dispuso que se hagan en 2019. Era la forma de legitimar por anticipado el binomio oficialista pese a la decisión en contrario de un referéndum vinculante. Toda la oposición rechazó las EP.

Buena idea, mal resultado. Siete partidos y dos alianzas postularon binomios. Todos eran únicos. Así, las EP no fueron competitivas. En realidad, no hubo comicios, sino un simulacro para formalizar decisiones cupulares. De democracia interna, nada. Fue una experiencia fallida. ¿Sirvieron para algo? Claro, para que las fuerzas políticas se miraran al espejo y vean cuán débiles y descosidas son. Solo el MAS-IPSP exhibió su casi millón de militantes.

Hoy las EP están en agenda. Otra vez con fines instrumentales. Desde la oposición la consigna son primarias abiertas. Que cualquiera vote. Creen que así superarán, pobres, su lasitud con fragmentación. En el masismo hay divergencia: la facción LAC coquetea con la idea, la facción EMA ni hablar. Saben que así no superarán, pobres, su implosión. Hoy las primarias, sean cerradas, sean abiertas (peor con voto voluntario), no bastan para resolver la crisis en el campo político.

Las primarias presidenciales navegan en las inciertas aguas del cálculo estratégico. Ni en el partido-instrumento azul ni en la variopinta oposición habrá candidatos de unidad. No todos lo asumen. El reto es ganar tiempo. ¿Primarias? Está bien, pero lo más tarde posible. Incluso podría no haberlas. También las buenas ideas conducen al naufragio.

 FadoCracia (per)judicial

1. Las elecciones (per)judiciales son difíciles. Y feas. Entre otros, tienen problemas de sesgo, de sub/información, de legitimidad. Pero ahí están, en su tercer tiempo, como mandato constitucional. 2. Si se evaluaran por kilos, los comicios 2024 —postergados con maniobra— van por buen camino. Se presentaron 715 postulantes, nada menos, para 26 cargos. Faltan mujeres. 3. Toca el rito de la verificación de requisitos, las impugnaciones y la evaluación de méritos (examen incluido). Es un gran filtro, a veces opaco, a veces arbitrario. 4. Hasta 619 postulantes quedarán en el camino, empezando por (ex)vocales y otras consonantes. 5. Si el pleno de la ALP logra dos tercios para la preselección, en septiembre iremos a las urnas. En las cuatro papeletas habrá al menos 96 caras, la mayoría desconocidas. Podrían ser números. 6. Si vuelve la consigna, los votos blancos y nulos serán mayoría. Es algo inútil, pero testimonial. 7. Las elecciones (per)judiciales son un derecho. Votemos bien. No sea que los electos, en consorcio, decidan a la carta y quieran autoprorrogarse.

 José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

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Enemigos íntimos

/ 3 de marzo de 2024 / 00:48

Los tres insultos más frecuentes en la arena política local son “traidor”, “vendido” y, por supuesto, “enemigo”. Aplican para los adversarios y, en especial, con rabia, para los antiguos compañeros de ruta. Traidores son los que optaron por la facción o la disidencia. Vendidos, quienes lo hicieron por beneficio personal o prebenda. Y enemigos, aquellos examigos que, dando la espalda, siguen su propio camino. El factor común, autoritario, es la intolerancia visceral a la crítica.

Estos insultos con cara de acusación (no falta la etiqueta de “transfuguismo”) son moneda común en (casi) todas las organizaciones políticas, extintas y vigentes. Ocurre hoy en las tres fuerzas representadas en la ALP: tanto el MAS-IPSP, en sus dos esquinas, como las alianzas CC y Creemos, tienen sus asambleístas “descarriados” que renegaron de la línea oficial del caudillo/entorno. O asumieron agenda particular. Todos recibieron expulsión sumarísima.

El caso más reciente de declaratoria pública de enemistad surgió por boca del expresidente Evo. No hay novedad. Esta vez, tras deslizar recriminación y sospechas, disparó contra su exvicepresidente: “qué pena, tengo un enemigo más”. ¿Cuál fue la terrible conjura de Álvaro? Haber planteado la necesidad de nuevos líderes y propuestas para una segunda fase del Estado Plurinacional. “Tiempo de desanclar”, dijo. Y mencionó como alternativa el nombre del joven Andrónico.

¿Qué convierte a un amigo íntimo — “éramos una yunta”— en un nuevo enemigo? ¿Cuándo se produce, si acaso, el quiebre? Hace más de nueve décadas, Carl Schmitt sostuvo que la cualidad constitutiva de lo político es la distinción amigo-enemigo. El enemigo político es el otro, el extraño: aquel que se presenta como enemigo absoluto e intensamente hostil. Es un enemigo público al que se debe eliminar o, al menos, someter. ¿El señor GL se ha convertido en enemigo absoluto del señor M?

El problema de quien declara enemistades a granel en política es que termina aislándose en la trinchera. ¿No haces coro conmigo? Enemigo. ¿Estás contra mí? Enemigo. ¿No obedeces de modo incondicional? Enemigo. ¿Coincides con “el imperio, la derecha y la nueva derecha”? Sí, enemigo. Al final del camino, de tanto proscribir “traidores” y “enemigos”, solo queda el abominable espejo. El culto a la personalidad, como el pensamiento único, tienen límites.

No está mal plantear la lucha por el poder en clave amigo-enemigo. Claro que en democracia la enemistad absoluta se convierte en enemistad justa e incluso circunstancial: con adversarios, desacuerdos y conflictos que implican crítica, debate, acuerdos mínimos. Hay que ir más allá del ombligo.

 FadoCracia blanquita

1. En una de sus piruetas verbales, el expresidente Paz Zamora acuñó la expresión “culitos blancos” para referirse a la oligarquía. Aludía a su rival político, luego aliado, Sánchez de Lozada Sánchez Bustamante (ufa). 2. Desde entonces se usa el dicho con fines descalificatorios: “Bolivia no puede ser gobernada por culitos blancos”, como dijo un olvidable Tata. Es la contracara (contranalga, más bien) de los indios. 3. En el gobierno interruptus de Mesa Gisbert, los culitos blancos fueron convocados para agitar “pañuelos blancos”. Debían manifestar su rechazo al bloqueo de los cafecitos. 4. Los blancos culitos también estuvieron activos en la coyuntura crítica de 2019: en una mano, la tricolor; en la otra, tiesa, su pitita. Tocaba quemar wiphalas colorinches. 5. La semana pasada, un diputado de la medianía exhibió su culito blanco en dura batalla por la testera. Lo exhibieron, más bien. Parecía una estatua suplente recién despintada. 6. Luego el propio chico se regodeó: “literalmente soy un culito blanco” (sic). Convirtió así una nadería en su esencia. 7. Papelones/culos aparte, la blanquitud continúa pautando jerarquías y privilegios.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo

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Perdedores comicios 2025

/ 18 de febrero de 2024 / 01:16

El ya proclamado candidato presidencial, Juan Evo, afirmó categórico que el actual presidente del Estado, Luis Alberto, “no va a ganar las elecciones”. Por más que, al final del camino, TCP/TSE mediante, sea candidato del MAS-IPSP. Evo supone que, “viendo lo que está pasando ahora”, la factura por la incierta situación en el país será alta para Lucho. Es evidente. Y ambos están haciendo todo lo posible para abultar dicha factura.

Lo que no dice el expresidente Morales — y quizás tampoco lo asume— es que, como van las cosas, él tampoco ganará las elecciones. Incluso si conserva la sigla partidaria y, claro, logra que el arcismo no prohíba su candidatura. Atrás quedaron las sucesivas victorias electorales desde 2005, tres de ellas con mayoría absoluta de votos. Dada la ruptura interna, hoy ni Evo ni Luis tienen opción de victoria electoral en primera vuelta.

Si así están las cosas en el partido-instrumento político azul, el paisaje opositor tampoco ofrece una opción ganadora en las urnas. A la fecha se han proclamado o insinuaron hacerlo 14 candidatos presidenciales para los próximos comicios. Nada menos. Varios de ellos son especialistas en perder elecciones. Y otros, entre añejos, reciclados y “nuevos”, ni siquiera cuentan con partido político. Tendrán que buscar alianzas o alquilar/negociar sigla.

Entre los reciclados están Carlos Diego, Samuel Jorge, Luis Fernando, Manfred Armando Antonio, Jorge Fernando y hasta Juan Fernando. Mucho nombre, pocos votos. Participaron juntos o por turno en todos los comicios presidenciales entre 2002 y 2020. Perdieron siempre. Dada hoy la elevada fragmentación opositora, lejos en los hechos del reiterado discurso de “unidad”, ninguno tiene posibilidad cierta de ganar en primera vuelta en 2025.

¿Y los “nuevos” políticos, que lanzan proclamas veloces, anuncian partidos inexistentes, tuitean y se ofrecen como candidatos a la carta? Ya circulan ocho aspirantes: el exrector Cuéllar, el exalcalde Paz, el exfiscal Soliz, el excapitán Lara, el también excapitán Vargas, el extodo Börth, el bloominista Zambrana y hasta el mileísta Saravia. Mucho ruido en redes, falta calle. Ni sumados parecen opción victoriosa en las urnas.

A este paso, entre la división y la fragmentación en el campo político-electoral, los comicios 2025 serán un variopinto tendal de perdedores de distinto tamaño y, si acaso, bancada. Van 16 precandidatos presidenciales, alguno incluso en campaña de cantante. Todos hombres por supuesto. Veamos cuántos y cómo llegan a la papeleta de votación. Veamos cuánto y cómo digieren, el día después, su condición minoritaria y, ergo, la necesidad de pactar. Faltan 18 meses. Y (des)contando.

FadoCracia lluviosa

1. Es un exceso pedirle al alcalde de la hoyada paceña que pare la lluvia. Ni que fuera personaje de cómic. Con que haga tregua en la fiesta y en el aguacero interior estaría muy bien. 2. La buena noticia es que la ciudad “puede dormir tranquila”. Caídas de muro, taludes, filtraciones, sifonamientos, derrumbes… “Todos los casos atendemos”, asegura el señor. Mejor por docena, casero. 3. Pero no todo es tragedia. Abundan divertidas quejas de sus votantes, hoy arrepentidos: “es la peor alcaldía de las últimas dos décadas”. Ni hablemos de las maldiciones de sus oponentes. 4. Vuelvo a las lluvias. ¿Qué quieren? ¿Que el alcalde, desde Oruro, las modere? “Las lluvias se dan» (sic). Es de mala leche exigir previsión. 5. Igual, cuidado con lo que deseas: “Nosotros hoy le pedimos al Ekeko que, al margen de la abundancia material, nos mande lluvia. Pidamos lluvia”, demandó el señor en la Alasita. 6. Hablando de deseos, 263.511 personas eligieron este alcalde, muchas con la consigna “cualquier cosa menos el MAS”. Se entiende. 7. Y así estamos. La ciudad se derrumba y la cosa… bailando. Háganse cargo.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

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Estado Plurinacional 15.0

/ 4 de febrero de 2024 / 04:33

Este miércoles se cumplen 15 años de vigencia de la nueva Constitución y, con ella, del Estado Plurinacional. Hay un malogrado debate, en los extremos, sobre la implementación del nuevo modelo de estatalidad en el país. ¿Cuánto hemos avanzado en este período? ¿O es un camino con estancamiento/retrocesos y, más bien, fallido? Existen también falacias que contaminan el balance y, en especial, el horizonte del EP como proceso histórico de largo plazo.

Transcurrido este tiempo pos/constituyente, reafirmo mi convicción de que la CPE aprobada en referendo (2009) significa un salto enorme en nuestro pacto social. Claro que es un salto en la letra y en el espíritu, que debe contrastarse con las brechas en su realización. Es un proceso que, como dice Boaventura, tiene carácter refundacional, lo que no niega, como advierte Mayorga, su construcción minimalista. Algo así como una revolución con cadencia de reforma.

En el (no) debate sobre el tema, que circula lejos del espacio público, están los que aseguran, con ceguera oficialista, que ya tenemos un Estado Plurinacional que desplazó al Estado nación. Como si bastaran los adjetivos y los símbolos. Del otro lado están los que juran, con sordera opositora, que el Estado Plurinacional es solo una “cáscara vacía” (sic). Como si bastaran las rabietas y los prejuicios. Hay muchos grises entre el paraíso y la catástrofe.

Sobran también las falacias. La más común es oponer el Estado Plurinacional (en construcción) con la República (establecida), como si fuesen excluyentes. Así, unos desprecian la República por ser “neoliberal” y cosas peores. Otros, con nostalgia señorial y de clase, sueñan con “volver a la República” sobre los escombros del EP. Qué difícil asumir que el nuevo modelo de Estado, en clave de complementariedad intercultural, será plurinacional y republicano.

Otra falacia, más bien chapucera, es creer que el Estado Plurinacional es sinónimo de gobierno del MAS. Y que debe dominarse/eliminarse. Cuesta entender que el EP, con centro en la pluralidad, la heterogeneidad y la libre determinación, precede al masismo y, claro, lo trasciende. Pero la falacia más peligrosa es la que proclama que el Estado Plurinacional es, en realidad, un “Estado indígena”. Teñidos de racismo, los criollos locales confunden derechos colectivos con privilegios.

Más allá del balance sobre los avances/ murallas en estos tres lustros, lo triste es la ausencia de deliberación pública sobre las condiciones de construcción del Estado Plurinacional en un horizonte emancipatorio. Predominan los extremos, las falacias y, hoy, las miserias. Es imprescindible un nuevo impulso constituyente. 

FadoCracia derechosa

1. En medio de la persistente polarización y la recargada querella entre facciones, ahora resulta que las cuatro bancadas representadas en la A-Ele-Pe son de derecha. Al menos así dice la discursividad política. Veamos. 2. La bancada de Luis Fernando, de base regional, es de derecha confesional-fundamentalista (antes “extrema derecha separatista”), salpicada con disidencias de derecha conciliadora. 3. La de Carlos Diego, en tanto, es una bancada de derecha mestiza, con cara de centro y escudo en el pecho. Los expulsados de la alianza son la derecha “vendida”. 4. ¿Y la bancada de Lucho-David? Es la derecha “encaramada” en el Gobierno, ergo, los “primeros enemigos” del MAS-IPSP. 5. Queda la bancada de Juan Evo. La acusan de ser la “nueva” derecha, hoy aliada con la derecha tradicional, en plan de desestabilización. 6. Con tantas versiones de la derecha en la Asamblea, y otras delirantes por fuera (bunkeros, tutistas, libertarios), se comprende la situación de bloqueo y parálisis decisoria. 7. Así, es probable que la derecha gane las elecciones 2025. Lo que todavía no está claro es cuál.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo

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Mandatos de papel

Hay que debatirlo. A no ser que ‘Lucho no estás solo’ nos sorprenda mañana con cambios en el gabinete.

/ 21 de enero de 2024 / 00:14

El pasado 17 de octubre, a dos décadas de la guerra del gas/masacre en El Alto, se realizó un cabildo convocado por la dirigencia arcista del Pacto de Unidad. Era la respuesta al congreso del MAS-IPSP, de la facción evista, celebrado días antes en Lauca Ñ. Había que lograr un empate en la precoz disputa interna por la candidatura presidencial 2025. El cabildo concluyó con un manifiesto y 19 mandatos entregados con gran ruido y júbilo al presidente Arce.

Transcurridos tres meses del “cabildo del pueblo”, ¿cómo van los mandatos que, en el papel, en los discursos, debían iniciar “la reconstrucción del proceso de cambio”? De los 19 puntos, siete eran solo declarativos o exigencias de coyuntura. Los otros 12, en cambio, implicaban acciones y, en su caso, resultados. “Vamos a hacer cumplirlo”, prometió Lucho tras recibir el documento. A la fecha, el saldo general es de incumplimiento o, peor, olvido.

Entre los mandatos había uno estratégico y otro instrumental. El primero era la conformación de una comisión política para elaborar una tesis política que defina el horizonte patrio, incluyendo nueva agenda y programa de gobierno. No hay noticia de tal comisión ni, por tanto, de la proclamada tesis. El segundo mandato era convocar al “verdadero” congreso del MAS-IPSP. No hay ni habrá dicha convocatoria. No puede haberla al margen del partido bajo control del evismo.

Hubo nueve mandatos específicos para el Órgano Ejecutivo. ¿En qué están? No se conformó un gabinete social ni se ajustó el equipo de (vice)ministros, no se convocaron un congreso de salud ni tampoco uno de educación, no se desterraron la corrupción y la burocracia ni se sancionó “ejemplarmente” a los verdaderos narcotraficantes, en fin, no se fortaleció la lucha contra el contrabando. ¿Se profundizó la integración de las organizaciones comunitarias con la industrialización? ¿Hubo medidas rápidas contra la deforestación y la contaminación? ¿Se impulsaron acciones de emergencia contra la crisis climática? No saben/no responden.

Claro que 90 días son pocos para tantos mandatos, algunos de ellos de carácter estructural (como el dirigido al Órgano Judicial de “implementar de forma inmediata y urgente la reforma total del sistema de justicia”). Pero al menos algo del manifiesto, hoy desaparecido, podría estar en agenda. Así, el cabildo oficialista alteño, igual que los cabildos cívicos (en especial cruceños), demuestran que la mayoría de sus resoluciones y mandatos, sobre los cuales no hay deliberación alguna, son solo papel mojado.

Hay que debatirlo. A no ser que “Lucho no estás solo” nos sorprenda mañana con cambios en el gabinete.

FadoCracia manchada

1. ¿Cuántos policías corruptos son necesarios para terminar de “manchar” a la Policía Boliviana? ¿O es que la institución verde olivo está estructuralmente descompuesta y, más bien, se nutre de “malos elementos”? 2. Volteos, encubrimientos, sobornos, estafas, coimas, fugas y otras conocidas prácticas son parte del modus operandi asociado a la Policía. 3. Ni hablemos de los motines: ora para blindarse y perforar su régimen disciplinario, ora por la ambición de beneficios a cuenta de un gobierno de facto. 4. Cierto que hay buenos policías, que ejercen sus funciones con integridad. Pero el protagonismo en la canasta, como ocurre con fiscales y jueces, lo tienen las manzanas podridas. 5. El reciente volteo de un millón de dólares, por mano de tres policías, parece la regla que confirma las excepciones. 6. ¿Qué hacer con la institución del (des)orden y su misión constitucional de defensa de la sociedad y conservación del orden público? Sucesivos intentos de reforma, anunciados con convicción, empiedran el camino. 7. Bien por los ejercicios para poner en forma a los policías gorditos. Pero el problema no es de peso, sino de metástasis.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

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