Es bastante conocida la frase “el fin justifica los medios”, que se le atribuye (erróneamente) a Maquiavelo; pues él nunca la dijo, no obstante ese concepto se encuentra implícito en su filosofía. Ahora bien, aunque nadie quiere ser ‘maquiavélico’, hoy en día la mayoría de las personas que habitan este país lo son. Porque el Panem nostrum quótidianum de hoy es el caos, el desequilibrio social, las agresiones, el incumplimiento del deber.

Los sectores sociales salen a las calles y protestan; son dueños de toda la ciudad y pasean, campantes como el Cid, con piedras y palos en medio de la población defendiendo sus derechos. De todos los labios sale la rimbombante frase: por nuestros derechos. Sin embargo, hay que saber que la libertad individual y colectiva tiene límites y termina cuando comienza la libertad del otro; y que los derechos están ligados a la libertad. Por tanto, los derechos de unos terminan cuando comienzan los derechos de los otros.

Cada sector tiene aspiraciones propias, y para hacerse escuchar utilizan recursos públicos: la huelga, la marcha, el bloqueo. Por supuesto que la democracia los ampara.

Sin embargo, eso no significa que puedan sobreponerse a los derechos de los demás, como a la seguridad pública, al libre tránsito, al aire puro, etc. Puede que sus fines sean justos, pero ello no justifica los medios que emplean para alcanzarlos. Si cada ciudadano, cada sindicato, saldría a las calles a reclamar sus derechos con estas medidas, sería un caos. Todos tienen derechos pero limitados por la misma sociedad. No hay que bautizar el egoísmo con la palabra derecho en las aguas de la democracia. Sólo los tiranos desconocen los derechos ajenos.

Por otro lado, la mayoría de la población pide soluciones al Gobierno; pero ¿acaso es deber sólo del Estado resolver los conflictos? ¿Se pide diálogo o en realidad un monólogo? Hasta donde sé, el diálogo es entre dos o más partes; la solución no está solamente en manos del Estado; y únicamente dos poderosas virtudes pueden propiciar un entendimiento entre dos posiciones contrarias: la fuerza de voluntad y el poder de la razón. Sin ellas, no habrá solución. La norma debiera ser proponer, no oponerse.

¿El fin justifica los medios? ¿Para hacer respetar los derechos de unos hay que pisar los de otros? No lo creo. Para obtener resultados no se necesita acudir a la violencia, a las agresiones ni a las lágrimas, o al papel de víctimas; se debe apelar más bien a estos dos poderosos agentes, inteligencia y voluntad. Virtudes que, estoy seguro, posee todavía el hombre boliviano. Por ahora, mi esperanza se alegra con estos pensamientos.