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Paralaje

Han transcurrido seis años desde que dejé el servicio público, tiempo en el que se han producido muchos e importantes cambios en el país. Esta distancia ofrece una ubicación interesante para reflexionar sobre diversos temas que tienen relación con las instituciones y los valores democráticos que incumben a todos los ciudadanos. Se trata de un espacio que permite tomar nuevas perspectivas sobre asuntos que merecieron mi atención en funciones en la Contraloría, la Judicatura y la Presidencia, junto a otras inquietudes.

Adopto como nombre para esta columna el término Paralaje para rescatar la noción de que al apreciar un objeto, éste puede variar de posición, no obstante el cambio puede ser sólo aparente y depende del punto de vista del observador.

Vuelvo al espacio que hace algunos años atrás me ofreció La Razón, y comienzo retomando la impresión que por entonces me causó la tensión que ro-  deaba la celebración de la Asamblea Constituyente, y en el país crecía la impresión de una inminente confrontación entre oriente y occidente y fracciones opuestas. Hoy, los desacuerdos entre bolivianos, entre pueblos, gremios y el Estado en sus diversas manifestaciones han multiplicado la conflictividad, poniendo a prueba, una vez más, la convivencia pacífica a la que aspiramos todos.

En una nota de opinión para La Razón invoqué un pasaje del Génesis para significar un interesante mensaje sobre la complejidad de la convivencia intercultural y multiétnica en tiempos de incertidumbre: Raquel acude a Dios cuando los gemelos que lleva en el vientre comienzan a pe-  learse y éste le contesta: “Dentro de ti hay dos pueblos”.  Me adherí a la idea del mensaje que significa que el de-safío no era simplemente poner de acuerdo con los hermanos en disputa, sino también ocuparse del vientre que los cobija, el reto o la vocación última es la de ser vientre: estado, patria, madre tierra, o lo que quiera llamarse, pero con capacidad de hospedar lo plural.

Desde entonces, Bolivia adoptó una nueva Constitución, se celebraron varias elecciones y se renuevan leyes e instituciones en el intento de atender viejas y nuevas aspiraciones, en democracia y en paz. Lamentablemente, los resultados electorales y la sola vigencia de un nuevo orden jurídico resultan insuficientes para resolver o atenuar tensiones jurídicas y políticas que se expresan en conflictos y voces de insatisfacción, mayoritariamente contra el Estado. Las manifestaciones de protesta social confrontan los derechos de libertad de expresión con otros no menos importantes, individuales y colectivos. Su difusión y valoración suele depender de posiciones maniqueas que polarizan los escenarios o promueven paranoias sobre índices fatalistas o conspiraciones inexistentes, además de deteriorar la cultura de la legalidad y el respeto por el Estado de derecho.

Considero oportuno contribuir a espacios de reflexión abiertos y fructíferos sobre tantos problemas que afectan nuestra capacidad de compartir en la diversidad, de limitar el poder público, de descentralizar su ejercicio, de forjar políticas de convivencia que superen el interminable e inútil intercambio de amenazas, acusaciones y recriminaciones que desfiguran la justicia y sus valores. En contraste, alentar miradas que permitan recuperar el valor del diálogo genuino, la tolerancia, la amnistía magnánima, la atención sobre la pobreza y otras prácticas que nos permitan sentirnos todos dentro y parte del seno común que nos acoge, preservarlo como la nación de naciones que somos y que nos reconoce a todos como a iguales.