Más cumbres
En cada nuevo evento los gobiernos anfitriones se ocupan de lavar la cara de las ciudades
Más cumbres! No sólo las cumbres nevadas o las borrascosas, sino las reuniones que, de manera general, entran en esa denominación: asambleas, reuniones de presidentes, de ministros y otros dignatarios de Estado; cumbres de movimientos sociales, de partidos políticos, de iglesias y de lo que sea, sobre todo las internacionales, porque estas reuniones son un gran motivo para poner bonitas nuestras ciudades.
Con los vientos que trae cada nuevo evento internacional las alcaldías remueven las toneladas de basura acumuladas en las calles durante largos años, ponen florecitas por miles, pintan las despintadas cebras en las calzadas, ponen letreros con los nombres de las calles que suelen estar ciegas, iluminan los oscuros rincones a los que casi ya estábamos acostumbrados, ponen señales de tráfico, colocan basureros y arreglan los semáforos moribundos con los que convivimos el año redondo.
Bienvenidas las cumbres y las asambleas internacionales, aunque muchos no creamos y hasta desconfiemos de que sirvan para algo además de movilizar gente, gastar plata del erario nacional, hacer correr ríos de tinta en las impresoras, repiquetear los nodos del internet y multiplicar papeles. Bienvenidas porque los gobiernos anfitriones se ocupan de lavar la cara de las ciudades donde han de realizarse y, con eso, toda la población se beneficia, pobres y ricos, quienes prestan todo tipo de servicios y aun los que sólo vemos el asunto desde la gran ventana de nuestros televisores. Estos eventos no dejan huella política, es más, su memoria se esfuma después de la foto oficial, pero quedan las señales de lo que se barrió, se desempolvó y se adornó en las ciudades. Un gran recordatorio de que nuestros impuestos pueden usarse bien y convertirse en mejora de la calidad de vida urbana.
Los gobiernos deberían hacer un pasanaku de cumbres entre las ciudades del país. Con un cronograma riguroso y equitativo de turnos, de cumplimiento severo e implacable control social, como se hace en la práctica de nuestras costumbres de la vida privada, como los prestes en el collau y las fraternidades en el cambau, cuyas normativas se cumplen a rajatabla, con una rigurosidad que no tenemos para pagar impuestos ni para acatar las reglas de tránsito y, menos aún, para cumplir los horarios. De este modo, a cada ciudad le llegaría su “fiebre del nido” y la gente de cada localidad anfitriona sería beneficiada con todas esas tareas de limpieza y ornato público.
Como contraparte, la población tendría que asumir ciertas obligaciones mínimas, como cuidar los letreros y los arbolitos, regar las flores, barrer la acera de su casa, impedir y denunciar el vandalismo, no botar basura, cumplir con las normas de tráfico; en fin, demostrar que todo ese afán de mejora no es, como dice el refrán, “darle margaritas a los chanchos”.
En asuntos de ciudadanía, como en los del corazón, las cosas suelen ser de a dos, más es multitud. Si a las instituciones públicas les corresponde dar y garantizar los servicios para una adecuada convivencia urbana, a las y a los ciudadanos nos corresponde cuidar los espacios y los servicios públicos. No soñemos vivir en Suiza, no esperemos a salir del país para ser ciudadanos modelo, comencemos ahora mismo donde estemos.