Voces

Thursday 16 May 2024 | Actualizado a 07:07 AM

A 21 años

Observo con otros ojos la agresividad de la ciudad que atrae, aprisiona y tritura a cientos de niños

/ 31 de mayo de 2012 / 04:06

En marzo de 1991 recibí la carta de una niña de nueve años, ella pedía que hagamos algo por los hijos de los alcohólicos que dormían en un pequeño parque de la calle Linares de la ciudad de La Paz, las mamaderas  de los bebés estaban con alcohol. Pasaron 21 años desde que recibí esa carta. La niña que la envió ahora tiene 30 años, sé que es mamá de dos niños, la vi el año pasado, y volvió a plantearme: “Hay que hacer algo, el problema no se ha solucionado”. Su demanda me interpela, nos interpela.

Con sus palabras dando vueltas en mi cabeza camino las calles, observo con otros ojos la agresividad de la ciudad que atrae, aprisiona y tritura a cientos de niños. Decido mirarlos, prestarles más atención. Así, descubro a una niña indígena de unos diez años, claramente recién llegada a la ciudad, como reciente es  su trabajo de “embolsadora” en un supermercado. Su timidez asusta, su carita tiene las rajaduras del sol del altiplano. No habla, callada recibe las reprimendas de quienes vivieron toda su vida en la ciudad y no conocen la tranquilidad del campo, por eso la apuran: “¡tienes que avivarte!”, “¡tienes que ser más diligente!” le dicen.

Bastará un par de meses para que esa niña se pare en la puerta del supermercado, con las trenzas cortadas, salude y converse con los clientes, y diga que odia el campo porque es feo, que está lleno de tierra, que no piensa volver, que la ciudad tampoco le gusta, porque la tratan mal pero que prefiere quedarse, que  va a aprender.

Así como aprendieron cientos de niños que estiran la mano y en su media lengua o en su cuarto español piden limosna. En una sola cuadra de la calle Socabaya conté ocho niños que, junto con una mujer adulta, pedían limosna. También aprendieron, como sus padres, a ponerse en situaciones extremas: bajarse de la acera, casi colgarse de las puertas de los vehículos en movimiento y estirar la mano.

Nuestras ciudades no están preparadas para recibir a los niños, sean del área urbana o rural. Son ciudades hostiles, adiestradas  para vender: dulces, juguetes, películas, ropa, diversión. Mal entrenadas para enseñar a los niños a crecer en valores: solidaridad, cultura propia, autoestima, respeto por los demás, tolerancia hacia lo diferente. Las urbes se preparan bien para que unos compren y otros vendan. Entrenados para creer que lo que no se vende no tiene valor. Esta es una forma de agresión muy difícil de percibir. Nuestras ciudades no pueden seguir creciendo de forma tan hostil, tan agresiva. En definitiva, no pueden seguir agrandándose sin mirarse.

Esta es una forma de dar respuesta a la carta que recibí hace 21 años. Los niños de la calle Linares continúan en el parque, aunque seguramente ya son los hijos de los que bebían alcohol en las mamaderas en 1991. “El problema continúa, hay que hacer algo”.

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No despreciar la oferta

Lucía Sauma, periodista

/ 16 de mayo de 2024 / 07:04

Un festival de cine europeo, otro de teatro (Fitaz), conciertos de música, los habituales martes, viernes o sábados de cine por países proyectados en diferentes salas o centros culturales, cuentacuentos, charlas diversas, presentaciones de libros, talleres y exposiciones de pintura, fotografía para públicos de todas las edades, anuncios de lo que vendrá, como la Larga Noche de los Museos, la entrada del Gran Poder, estrenos de musicales, espectáculos de danza clásica y moderna, etcétera, es decir, una actividad cultural en gran número gratuita, deslumbrante, apabullante, diversa, tentadora, la que se ofrece este mayo en la ciudad de La Paz.

Consulte: ¡Qué triste espectáculo!

Uno se pregunta si hay público para tanta y tan variada actividad y la respuesta la encontramos en las puertas, por ejemplo, del Centro Cultural de España, donde la gente hace fila, sin importar el tiempo que permanezca parada, para ingresar a la película que se anuncia para ese día: Ramona, dentro del Festival de Cine Europeo. La curiosidad hace que quiera ver quiénes están en su biblioteca, en su mediateca, o su ludoteca. La sorpresa es alucinante cuando vemos todas sus estancias abarrotadas de jóvenes, adolescentes y niños. Están escribiendo a mano o en una computadora, buscando entre los estantes de libros aquellos que se podrán llevar a casa o quedarse a leer allí mismo. El lugar tiene además un precioso patio con sillas donde se realizan actividades de cine, teatro, etc.

Ese mismo día había un concierto de guitarra en el patio del Hotel Torino. Sobrepasando lo imaginado, la escenografía fue de un gusto exquisito, el sonido fantástico, la música rendía homenaje a la obra completa de Alfredo Domínguez. El público, muy variado en edad, llenó el patio que había sido preparado para el evento, incluidas estufas que gratamente calentaron el ambiente.

Al día siguiente se inauguraba el festival de teatro y el aforo en el Municipal estuvo colmado, lo que se repitió en todos los otros escenarios preparados para ese encuentro internacional, en los días sucesivos.

La ciudad tiene teatros nuevos, con elencos que van desde el monólogo hasta la ópera, pasando por los musicales. Grupos orquestales de todo tipo, desde la sinfónica hasta una orquesta de cámara que suele tocar los sábados en el mercado Achumani, con obras de Vivaldi, Mozart, todos los clásicos para deleite de quienes pasan por allí y rompen su rutina auditiva con una hermosa melodía. Contamos con una orquesta para ópera, lo que hace que de verdad podamos disfrutar de composiciones tales como Cavallería Rusticana o Il Pagliacci.

Uno piensa que no hay público, que la gente está ocupada solo en ver telenovelas o estar pendiente de lo que dicen las redes sociales, y no es así. Es necesario salir de la modorra y aventurarse en las ofertas que tiene la ciudad para darse un baño de actividad cultural. La sorpresa más bonita es que ahí están los jóvenes, organizando, ensayando, presentando, discutiendo, creando, imaginando, inventando. Nos queda fomentar, apoyar, incentivar, participar, aprender y podríamos seguir con estos verbos, pero es mejor entrar en acción y estar allí ocupando un espacio y participando, disfrutando del arte, la lectura, el teatro, el cine, la música…

(*) Lucía Sauma es periodista

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¡Qué triste espectáculo!

Lucía Sauma, periodista

/ 2 de mayo de 2024 / 06:55

Hace unos días, la BBC publicó la lista de las 100 mejores universidades del mundo, entre las que figuran tres de Latinoamérica: la Universidad de Sao Paulo (Brasil), la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de Buenos Aires, de Argentina. Además de ocupar un lugar entre ese prestigioso centenar, en la de México se graduaron tres premios Nobel y en la de Argentina, cinco de sus egresados fueron galardonados con ese premio. ¡Qué privilegio! ¡Qué honor! Las tres son universidades públicas y gratuitas. En las tres, la exigencia es muy alta y el esfuerzo que hacen los estudiantes para aprobar las materias y concluir la carrera es también muy alto porque saben que cuanto mejor sea su rendimiento y cuanto antes finalicen, mayores serán sus oportunidades de trabajo. 

Revise: Dejarlos ser

Por esas casualidades que a veces uno no termina de entender, en el preciso instante que estaba pensando en ese ranking de universidades, el taxi en el que me transportaba pasaba por un costado de la UMSA, cuando finalizaba uno de los actos de fin de campaña por la elección de rector, la máxima autoridad de la principal universidad de Bolivia. Mientras el taxi redujo al máximo la marcha por la JJ Pérez, pensé tristemente que la San Andrés está a años luz de figurar entre las 1.000 (mil) mejores de Latinoamérica. El espectáculo que ofrecían los estudiantes era degradante. Hombres y mujeres estaban en un patético estado de ebriedad, caminaban por mitad de la calle sin poder mantenerse parados, este era el motivo de la congestión vehicular que ocasionaban a las 10 de la noche. Las aceras o cualquier lugar, y a vista de todos, se convirtieron en baños públicos. La música que se reproducía desde un escenario armado en el atrio universitario invitaba a beber y continuar con la decadencia de los miles de estudiantes que tienen fecha de ingreso pero nunca de salida, de jóvenes que no están dispuestos a leer un libro entero y recurren a los resúmenes que ofrece el internet o “encargan” la lectura, sus tareas e incluso sus tesis a los negocios que frente al Monoblock ofrecen realizar estos trabajos por un monto, generalmente negociable, con los que se obtienen los títulos universitarios.

Por supuesto que no todos los alumnos, ni todos los docentes de la UMSA, están de acuerdo con ese comportamiento, pero qué impotencia la que deben sentir ante tan bochornoso espectáculo. Ese mismo sentimiento de vergüenza e impotencia deben experimentar quienes saben de los casos de acoso, violencia, extorsión que se presentan a diario en las diferentes facultades de esa casa de estudios. Es cierto que en varias oportunidades se hicieron algunos intentos de poner en claro lo que sucede dentro de la universidad pública, pero el sistema que rige tiene un tejido demasiado siniestro y profundamente entramado. Apenas se vislumbra un resquicio de cambio que pretende corregir la desfiguración que sufre la UMSA, salen todos los “defensores” de inconscientes y profanos detractores del saber y el conocimiento que han invadido la universidad. ¡Qué lástima! ¡Qué difícil ser optimista frente a este panorama!

(*) Lucía Sauma es periodista

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Dejarlos ser

Lucía Sauma, periodista

/ 18 de abril de 2024 / 10:02

Niños, niños, niños. Todos fuimos parte de ese mundo que en la adultez, misteriosamente y para nuestra desventura, se convierte en una pócima de olvido, en un laberinto imposible de seguir, se reduce a la búsqueda de un tesoro, sin mapa, sin isla, sin brújula.  Sabemos que vivimos esa etapa en la que unos fueron muy felices, otros no tanto, tenemos flashes de lo que sentíamos, pero ya no está el panorama completo, es un vuelo muy rápido, crecemos demasiado pronto y solemos deshacernos raudamente de la niñez, seguramente por temor a seguir siendo inocentes, francos, despojados del miedo a amar sin medida.   

Cuando la niñez queda en el pasado, buscamos que los niños respondan y actúen como adultos en miniatura, es decir que si nuestro hijo pequeño o nuestro nieto interviene en  una conversación como si sería una persona mayor, inmediatamente lo catalogamos como un ser inteligente, una verdadera lumbrera, un superdotado, es cuando se pone en evidencia que nuestro mayor deseo es tener un hijo o un nieto que no actué como un niño, sino como un ser pequeño, alguien que copia muy bien a sus mayores.

Lea: Mal vestidas

Este 12 de abril, “Día del Niño Boliviano”, se volvió a repetir la historia: sentamos a niños (cuanto más pequeños mejor) para que lean o repitan de memoria lo que sus profesores, o padres, o pastores de iglesias evangélicas, o cualquier otro adulto escribió para poner en la boca de los niños que hicieron de parlamentarios, concejales, repetidores de citas bíblicas u otras autoridades, para que, precisamente el Día del Niño, dejen de hablar, de actuar como niños. ¿Tan mala nos parece la infancia que pedimos a los niños que parezcan grandes para calificarlos de inteligentes?

Los niños debieran actuar, sentir y sobre todo hablar como lo que son: niños. Es un enorme trabajo aprender la vida, verla con ojos de niño, construirla con corazón de niño. Ser niños, esa es su labor. Y a lo que debiéramos dedicarnos los padres, abuelos, tíos… es a facilitarles lo que pueden o deben hacer para crecer sanos y felices. Los adultos tampoco podemos cambiar nuestro verdadero papel pensando en que lo hacemos muy bien cuando muy ufanos decimos: “más que su padre soy su amigo”, olvidando que tu hijo o hija tendrá los amigos que quiera, lo que necesita son padres, que lo quieran y acompañen como padres.

En resumidas cuentas, este mundo, nuestra sociedad, necesita niños que actúen como niños, padres que actúen como padres. Que cada quien cumpla con su papel en el momento que corresponde. Los niños son maravillosos actuando como niños, no tienen por qué cambiar de papel.

(*) Lucía Sauma es periodista

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Mal vestidas

Lucía Sauma, periodista

/ 4 de abril de 2024 / 07:01

¡Qué ridículas! Fue lo primero que escuché mientras veíamos el informativo de un canal nacional. Sonaba a coincidencia de pensamiento, realmente las presentadoras estaban vestidas de vampiresas, con trajes de fiesta, sin fiesta. Hombros desnudos, falda corta muy ceñida, o falda larga con corte en la pierna, paradas, equilibrando sobre tacones un pie delante del otro, modelando, sin pasarela. Con esa indumentaria fiestera caminaban por el set anunciando las catástrofes que ocasionaron las lluvias y saludaban a los reporteros que en traje de batalla, desde el lugar de los hechos reflejaban la tragedia. Así también anunciaron la noticia de uno de los 14 infanticidios este 2024, en manos de su progenitor. Ante la ofensa surgió la frase cargada de indignación: ¡Qué ridículas! ¿Tenían que vestirse de gala para dar a conocer la orgía de sangre? Alguien no se contuvo y dijo a modo de sarcasmo: “Por supuesto que tenían que vestirse así, en el canal están en su auge satisfaciendo el morbo de las personas con el dolor ajeno, cumpliendo con la infalible trica del éxito informativo: sexo, sangre y violencia”.

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¿Por qué las minifaldas en los informativos de televisión? ¿Por qué los innecesarios escotes? Por supuesto que no todos los canales de televisión bolivianos usan el cuerpo femenino como recurso machista y mercantilista para subir en el rating. Pero los que lo hacen quieren atraer audiencia, es su as bajo la manga para ofrecer sus anuncios comerciales entre los que se cuenta la noticia y sus presentadoras que sin mayor aviso pasan a ser una mercancía más. Es posible que el tener este tipo de comentarios incentive a los directivos y empresarios de esos medios a continuar, o incluso a empecinarse en el mayor uso de su regla de éxito. Sin embargo, también tendrán que enterarse que hay muchos dispuestos a indignarse y hacer conocer esa indignación. Sabrán que hay mujeres y hombres que nos sentimos ofendidos ante el uso y el abuso del cuerpo femenino.

Algunos dirán que las propias mujeres tienen la culpa porque permiten que las usen y que seguramente hasta se sienten complacidas de mostrarse porque “tienen con qué”, mientras que las que no somos atractivas opinamos mal de ellas por pura envidia. Lo que puedo decir es que no opinaban así varias colegas, que se sentían muy mal porque eran obligadas a usar minifalda, escotes pronunciados, etc. Muchas no tenían elección,  si no les gustaba presentarse así, tenían las puertas abiertas para irse y perder el trabajo. Las que pudieron solventarse económicamente ejercieron su derecho y se fueron de esos medios, otras se quedaron, porque no tienen elección.

De todos modos, si los ejecutivos de esos medios televisivos aún obligan a las presentadoras a mostrar algo más que la imágenes de la noticia, tengan presente que están muy mal vestidas porque están fuera de contexto, se ven ridículas. Estamos en una sociedad donde se idolatra la superficialidad, frívolos ante la grandeza de la vida. ¿Podemos rebelarnos y dejar de ser tan mediocres?

(*) Lucía Sauma es periodista

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Mediocre política

Lucía Sauma, periodista

/ 21 de marzo de 2024 / 07:02

Tan ocupados en destrozar al oponente, los políticos lo contaminan todo: la salud, los desastres naturales, la educación, la alimentación, la lucha contra la violencia, la macro y la microeconomía, la sobreexplotación minera, los efectos del cambio climático, el Censo y un interminable etcétera, porque cualquier tema que se nombre será motivo de escarnio para un grupo político y de beneficio para su oponente.

Mientras los políticos se sacan los ojos y ciegos dan manotazos a diestra y siniestra en la toma de decisiones de la vida pública, la ciudadanía se ha convertido en mera observadora de una comedia burlesca, aburrida, mediocre, a la que solo queda chiflarla y dejarla abandonada. Por la decencia y un sentido de responsabilidad que aún conservan las personas, la indiferencia tampoco es posible, porque sería como un acto de autodestrucción o un suicidio que felizmente tampoco está en los planes ciudadanos.

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Ante esta situación que raya el surrealismo, a los ciudadanos de a pie solo les queda sacudirse todo el polvo que dejan las imposturas de la politiquería y permitir que se imponga la cordura. Es necesario desempañar los espejos en los que se ven reflejados  y sin mentirse, reconocerse tal y como son. Este es el país en el que nacimos, pero para todos sería mejor si Bolivia fuese un país menos pobre, con un sistema de educación que enseñe a pensar, a crear, a desarrollar conocimiento, un lugar del que estemos orgullosos, que eleve nuestra autoestima cada vez que lo nombren.

Nada de lo dicho anteriormente será posible si continuamos poniéndonos zancadillas unos a otros por el simple hecho de burlarse del oponente, que siempre es visto como enemigo porque no hay argumento suficientemente preparado de manera inteligente  para ganarle en el debate. En su sinrazón no existe ni la remota posibilidad de pensar en el bien común, el bien mayor, la gente.

Es tedioso escuchar diariamente las mismas acusaciones, los mismos insultos, pero sobre todo las mismas mentiras con las que ofenden la inteligencia de la gente común y corriente que vive la angustia del desempleo aunque, como en un acto de prestidigitación, figuran en las estadísticas como trabajador porque vende tres dulces en Bs 1. Agravian a quienes perdieron todo por los desastres naturales sin que nunca reconozcan su parte de responsabilidad.

¿Habrá posibilidad de que se llegue a hacer política dejando de lado la politiquería? ¿Será posible trabajar por la gente y sus verdaderas necesidades? ¿Será posible que ya no nos mientan? 

(*) Lucía Sauma es periodista

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