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‘La Bestia’ pasa por la Asamblea

Señores presidentes, hoy que Cochabamba los congrega a todos (los que nos interesan), sea apropiada la ocasión para preguntarles: ¿por qué la problemática cultural no forma parte de la agenda en la 42ª Asamblea de la Organización de Estados Americanos? Les recuerdo que nuestra condición dependiente sólo hace síntoma en el orden económico, pero se establece y desarrolla en el vasto espacio de la cultura. ¿No sería entonces lógico atender el problema para refrenar el síntoma?

Nuestra América sufre actualmente un sostenido ataque por vía de modelos culturales avasallantes que están desintegrando la memoria, la herencia y la identidad de los pueblos. La intensidad de la estrategia no tiene precedentes, y el propósito es claro: expandir un sistema político y económico antropófago, basado en la valoración del ser humano únicamente como consumidor. Para lograr esa condición, borra todo rastro de conciencia y espiritualidad en él, a través de la ocupación del espacio cultural en todos sus órdenes: lenguaje, vestimenta, comida, cine, música, etc., donde incide activamente.

Los síntomas realmente significativos, señores mandatarios, están bien plantados en la cotidianidad de todos los países. Jóvenes ignorantes de la historia, la propia, la del vecino, la de ayer, la de hace un lustro, la de hace 500 años; jóvenes cooptados por una realidad desquiciada e ilusoria, impasibles, sin resistencia, sumisos; jóvenes cuyo espejo es la pantalla y cuya imagen hace crisis por injerencia e intervención impunes; jóvenes en partida migratoria constante, sobre rieles hacia un destino sin destino; jóvenes carentes de oportunidad, de alternativa, de opción, dispersos en un vasto territorio abandonado por los estados para los que la cultura es un excedente prescindible.

Nuestros jóvenes están así expuestos al acecho, sin protección ni defensa, ante la abulia de gobiernos, lo mismo en la Patagonia que en Ciudad Juárez, en Pernambuco que en Calamarca, en San José que en Achacachi. Y en paradoja, los presupuestos educativos vienen siempre magros, restrictivos; y las políticas educativas más y más funcionales a la depredación; y la producción cultural muy por debajo del consumo importador; y las comunicaciones, instrumentales a la ignorancia y la inconsciencia. Señores presidentes, millones de seres humanos les interpelan ahora, desde su silencio inducido, por omisión de responsabilidades en la defensa y  fortalecimiento de la cultura, de las culturas de estas tierras no descubiertas.

¿De qué soberanía alimentaria hablarán ustedes en estos días mientras las políticas estatales ignoran las prácticas de producción que los pueblos han desarrollado y preservado por milenios? ¿De qué soberanía alimentaria, cuando desconocen el potencial de productos indoamericanos, cuya producción queda al margen de todo estímulo?

En este capítulo también se perpetúa la dependencia, porque los gobiernos permanecen encandilados en el juego de las cooperaciones y las asistencias tecnológicas, sin capacidad de respuesta a un hecho esencial: el alimento de la gente. ¿Qué comemos?, ¿cómo lo hacemos?, ¿qué producimos?, ¿qué compramos?, son pues indicadores de nuestra condición cultural, porque en la olla se guisa también la memoria, la herencia y la identidad, justamente.  

Una exposición fotográfica (Isabel Muñoz, Centro Cultural de España en La Paz) cuenta desgarradoras historias de seres humanos que no tienen ya cabida entre nosotros ante tanta omisión. Son miles de expulsados que la “Bestia” se lleva en sus vagones hacia  el infierno vestido de sueño americano. Despojados de todo, se van para perderse, se nos van para perderlos, mientras en retórica asamblea nuestros mandatarios no alcanzan ni siquiera a avizorar el trascendental sentido de la cultura en la construcción de soberanía.