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Nostalgias

Hace algunos días, en las cercanías de la iglesia de San Francisco me encontré con un antiguo amigo, y tras unos minutos de conversación emergió un tema que me devolvió a la memoria recuerdos muy negros de nuestra historia.

Inspirado quizás en el lugar —y el Edificio Fabril enfrente—, este amigo hizo una retrospectiva de las masivas concentraciones de obreros que allí se realizaban en la década de los 80. Y con su mirada fija en el pequeño balcón que sobresale del segundo piso de aquella construcción, me dijo: “¿Te acuerdas?, de aquel lugar han surgido los discursos revolucionarios más conmovedores de dirigentes como Lechín, Reyes, Filemón y otros. Algunos ya se han ido”.

Ciertamente, eran tiempos de lucha feroz por recuperar los derechos y la democracia. Los años precedentes, Bolivia había vivido una seguidilla de golpes de Estado, y su saldo no tiene caso mencionarlo.

“Pero lo que hemos olvidado”, continuó algo indignado, “es la contribución, quizás decisiva, de varios artistas/intérpretes, quienes desde su trinchera, es decir con su música de corte social, han insuflado valor y conciencia al pueblo. Junto a la clase obrera, ellos fueron parte de la resistencia militar y —cómo no— del retorno a la institucionalidad. No te olvides que algunos se metieron en las mismas barricadas ‘empuñando’ la guitarra”.

“Por supuesto que no me olvido”, fue mi respuesta. Este género musical, denominado ‘de protesta’, estuvo ligado siempre a las luchas sociales, y de su compromiso conocen las polvorientas carreteras de Caracollo-Patacamaya por donde surcaban las marchas; también las universidades, los campamentos mineros, las cárceles…

Cantautores como Benjo Cruz (+), los hermanos Junaro (con Savia Nueva), Nilo Soruco(+), Luis Rico y otros pertenecen a este linaje.

“Extraño tanto”, manifestó mi amigo, “esa música que en este mismo lugar se oía estruendosa durante las movilizaciones y que nos estremecía hasta la médula. En fin, ha pasado el tiempo y estamos a tres meses de cumplir 30 años del retorno de la democracia en nuestro país. Pero te juro que esta vez sería imperdonable que no se los rinda un homenaje a estos músicos ‘guerreros’”.

 Absorto como había permanecido con su apasionante lección de historia, hice esfuerzos por recordar su pasado inmediato y su nombre. Sus manos toscas, amarillentas y aún manchadas con copajira, decían que se trataba de un exminero, quien se despidió con un “Chau compañero”.