Todas las sociedades son dinámicas y su comportamiento está profundamente ligado a la historia y sus variables. Las religiones no son ajenas a estos procesos y éstas se van reinterpretando con cada época. En los siglos II y III hubo entre los cristianos gente que buscaba una unión mucho más profunda con Dios y escogían ir al desierto para meditar. Estos anacoretas suscitaban no sólo admiración, sino también atraían seguidores que buscaban la perfección espiritual. Pronto se organizarían pequeños grupos bajo la dirección de un maestro y con el tiempo esto se constituiría en el génesis de la vida religiosa. En el siglo IV se desarrolló el monacato y en el siglo VI aparecería la famosa regla de San Benito. Los monjes dejarían el desierto para vivir juntos en monasterios.

Lo interesante es que esta forma de vida se ha organizado de tal manera que, aún siendo homosocial (los religiosos se separan por sexos) se parece mucho a una familia. Tanto para los varones como para las mujeres, quien ejerce el cargo de superior es una suerte de padre o madre mayor. Los de menor rango se llaman a sí mismos hermanos y los jóvenes candidatos bien pueden ser considerados hijos, pues toda la institución trabaja para su manutención y formación.

En el actual debate en torno al proyecto de ley de Unión de convivencia entre parejas del mismo sexo, la opinión de la Iglesia tiene un peso importante. Su postura es muy clara y sostiene que la institución del matrimonio se realiza entre un hombre y una mujer. Afirma que: “la convivencia o permanencia de niños dentro de parejas homosexuales pone en peligro su normal desarrollo psicosocial y atenta contra sus derechos”. Evidentemente, no deja de ser llamativa toda esta interpelación cuando la jerarquía, el clero y la vida religiosa de la Iglesia Católica ha construido su institucionalidad a partir de relaciones homosociales.

Por otra parte, la homosexualidad dentro de la Iglesia ha dejado de ser un tema del cual no se habla y ha habido importantes avances en su reconocimiento y el modo en que debe abordarse en la vida religiosa. Se estima que un 10% de la humanidad es homosexual, pero dentro del clero y las congregaciones religiosas este porcentaje puede llegar al 20%. En un famoso estudio, el padre Donald Cozzens ha admitido que la mitad de los seminaristas y el clero en EEUU tienen tendencias homosexuales. Como dice el reputado teólogo Xavier Pikaza: “Esto no es ni bueno ni malo, es un hecho”.

Por eso, nuestra postura frente a la unión homosexual supone mirar por encima de todo al ser humano. Millones de cristianos homosexuales esperan de su Iglesia actitudes que visibilicen el amor y no juzguen gratuitamente su forma de querer.