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Naufragio en un mar de sal

La mar estaba serena, serena estaba la mar hasta que Bolivia, con su balsa de totora, quiso agitar las aguas surcando un charco de sal. De símbolos vivimos, de sueños, de esperanzas nunca cumplidas y así, con las manos vacías, nos gusta andar recolectando penas, compasiones, migajas de pan.

La sal como sustituta del mar. ¡Qué poquedad! Navegar en sal… La sal que, enseñan las supersticiones, trae mala suerte. De eso vivimos también, de lo que dicta la coca, de lo que dicen los yatiris, de la q’oa, de la ch’alla, del sacrificio de los animales. Y de idealizaciones: rara vez pisamos suelo firme. Salada mediterraneidad.

Si algo ha marcado el curso de las negociaciones con Chile ha sido, precisamente, la ingenuidad. Ahora, como una lógica consecuencia de su deficiente política exterior, a Bolivia le tocó recibir un nuevo palo en la cabeza. Y en casa.

Con diplomática cautela, los países de la región se excusaron de apoyar la postura boliviana como lo pretendía Choquehuanca. (Medios y analistas proclives al Gobierno se “olvidan” de esa partecita de su intervención; el mismo Canciller se mostró apesadumbrado cuando la respuesta de la OEA no satisfizo sus expectativas). Fue una respuesta —vale la pena decirlo— con la angustia del que debe rechazar el pescado descompuesto gentilmente ofrecido en la mesa del invitado. Estrujadora por dentro, pero negativa al fin.

Aquellos medios y analistas le hacen un flaco favor al Estado pretendiendo confundir con un mensaje ambiguo. No podemos mentirnos entre nosotros: Respecto del mar, no se trata de defender o desacreditar a nadie, sino de aprender de los errores para mejorar en pos del objetivo común, que va más allá de la visión política de cada uno. Bolivia no podrá reencauzar su demanda si, primero, no admite que la respuesta de la OEA —unánime, incluso de los amigos de Evo Morales— no significa otra cosa que un fracaso. Más claro, agua.

Y es verdad que el error está cometido y el dolor, sufrido. Que este es el gobierno de los errores y de los dolores; el gobierno del cambio que no cambia: solo renueva frustraciones. Pero, llorar sobre la leche derramada no tiene sentido. Hay que dar vuelta la página y mirar para adelante.

Si el problema está en la desorientación, porque el capitán del barco no encuentra la brújula entre las arrugas de su abuelo; si el problema no está en la falta de mar sino en la carencia de sentido común para recuperarlo, comencemos buscando el reencauce de las aguas del río (¡no del salar!) para, el día de mañana, llegar a buen puerto.

En vano será esperar un gesto de grandeza de parte del Gobierno: no reconocerá su equivocación (la continuidad de Choquehuanca en la Cancillería, después de seis años, es un verdadero milagro de la Pachamama). Lo que no podrá ocultar es su apremiante necesidad de dar un golpe de timón, para lo cual tendrá que aceptar la contribución de expertos en la materia (está visto que los suyos, si los tiene, fueron derrotados).

Lo deseable sería recomponer la comisión de alto nivel que el año pasado buscó aunar esfuerzos, esta vez dándole un carácter estable, conforme a la importancia de la demanda. Por otro lado, el lobby continúa siendo indispensable. ¿El Gobierno no ha sabido hacerlo? Pues, tendrá que aprender. Hay procurar traer agua a nuestro molino. Como se ve, de agua estamos hablando, no de sal. Pero como de poesía política vivimos, de suspiros, y como nos encanta dolernos en nuestras heridas…

La mar estaba serena, serena estaba la mar hasta que Bolivia quiso nadar en yodo mientras que los cancilleres no se dejaron fascinar por la peregrina idea de remojar sus pies en un charco de sal.