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Mala señal

La solicitud de la compañía india Jindal Steel de rescindir el contrato de explotación de hierro y manganeso en el Mutún, ante el incumplimiento en la entrega de tierras y en el suministro de gas natural, acordados inicialmente en el contrato con la Empresa Siderúrgica del Mutún, sumados al hecho de que los empresarios hindúes se consideraron maltratados al ser ejecutados legalmente en el asunto de las boletas de garantía, trae a colación un tema central de desarrollo. El Gobierno afirma que no ha pasado nada. El caso abre no una polémica específica alrededor del tema del Mutún, sino una más profunda con respecto a la capacidad nacional para realizar grandes proyectos de inversión con capital internacional, y aun la misma política nacional de desarrollo e industrialización.

La inversión internacional es el camino más expedito que existe para el desarrollo; es posible disponer de cantidades inimaginables de recursos económicos, tecnológicos y comerciales, mientras los únicos requerimientos para acceder a ellos son en su orden: a) saber negociar un contrato internacional de mutuo beneficio, en el cual ambas partes alcancen lo que buscan a largo plazo (muchas decenas de años) sin ‘espantarse’ mutuamente con requerimientos imposibles de cumplir desde lo económico. Un contrato en que ambas queden satisfechas. b) Estar dispuestas las partes a no modificar las reglas del juego a lo largo de todo el tiempo de ejecución del contrato, lo cual implica estabilidad política y especialmente judicial (por las mismas decenas de años). c) Cumplir religiosamente cada cláusula del contrato. ¡El contrato debe ser sagrado! Si deja de serlo, nadie pondrá nunca más su ‘platica’ en ese sitio. No es mucho pedir para que alguien exponga su dinero en un mundo extraño.

Pensemos por ejemplo que uno de cada seis puestos de trabajo en Inglaterra es generado por inversión de capital alemán, nación que hace apenas dos generaciones casi destruyó ese país. En Colombia, Costa Rica o Chile, la situación no es muy diferente y sus desarrollos respectivos están siendo jalonados por proyectos financiados internacionalmente, no solamente en los campos de materias primas, sino en temas de industrialización intensiva en mano de obra especializada como microprocesadores o confecciones de marca. En Bolivia, con una ‘visión de pobre’ que visualiza al inversionista como un explotador, siempre pensamos en la oportunidad de expropiarlo, por un lado, para ‘devolver al pueblo lo que le ha sido robado’, y por el otro, estamos dispuestos a cambiar las reglas del juego en medio del partido, cada vez que el gobierno de turno considera la oportunidad política de hacerlo. El riesgo actual para el país es enorme y se envía una señal muy negativa a los posibles inversionistas en temas como el litio y muchos otros.