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Tuesday 23 Apr 2024 | Actualizado a 09:47 AM

Elecciones presidenciales en democracia

La segunda vuelta significa un avance cualitativo en cuanto al respeto de la voluntad popular

/ 21 de junio de 2012 / 04:56

Como preámbulo cabe destacar que el próximo 10 de octubre  se cumplen 30 años de nuestro retorno a la democracia, esto luego de haber padecido más de dos décadas de gobiernos despóticos.

Si hacemos una retrospectiva, constataremos que en las primeras elecciones democráticas para acceder al cargo de presidente constitucional, si el más votado no obtenía el 50%+1 de los votos válidos, el nuevo presidente debía ser designado por dos tercios del congreso en pleno; si se daba un escenario de empantanamiento hasta una segunda sesión del congreso, se debía realizar una tercera sesión para designar al mandatario por mayoría simple. Sin embargo, nuestra clase política siempre se inclinó por establecer pactos, acuerdos y coaliciones de gobierno para evitar designar al  mandatario por mayoría simple.  

Un hito importante a considerar es que antes de que Evo Morales se proclamase presidente electo en 2005, con una votación por encima del 50%, ningún otro candidato de nuestra breve historia democrática había logrado jamás asomarse a ese umbral. Precisamente debido a los bajos niveles de votación obtenida por los candidatos presidenciales, un 5 de agosto de 1989 paradójicamente fue proclamado por el Congreso como presidente constitucional de la República Jaime Paz Zamora, que apenas había obtenido una votación del 21,83% y había salido tercero en las elecciones. Esta incongruente figura se da gracias al apoyo político que recibió del segundo candidato más votado, el exdictador, general retirado, derechista y antiguo rival ideológico: Hugo Banzer Suárez.

Con este apoyo a Paz Zamora, Banzer evitó que asuma como presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, quien había ganado las elecciones, pero con menos del 50%+1 requerido para asumir de manera directa. Esta figura fue posteriormente abolida para evitar que nuevamente un tercero asuma funciones presidenciales, quedando el Congreso restringido a elegir al nuevo mandatario entre el primero y el segundo más votado.

Este tipo de coaliciones o megacoaliciones de gobierno se manejarían de una forma muy pragmática, y terminarían marcando la pauta o el ritmo de lo que hoy conocemos como el periodo de los “gobiernos neoliberales”. Pues tres partidos políticos (ADN, MIR y MNR) tendrían un rol casi hegemónico en la dinámica política boliviana, ya que cíclicamente se aliarían con fuerzas minoritarias para poder acceder al gobierno. Bajo esta lógica se irían alternando en el poder hasta la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada  en octubre de 2003. Durante este periodo, la triada ADN, MNR y MIR ocuparon a su turno las tres funciones que permite el sistema de gobierno democrático; oficialismo, aliado y oposición.

A partir de la nueva Constitución Política del Estado, promulgada en 2007, si el primero más votado no llega al 50%+ 1, se va automáticamente a una segunda vuelta, lo que significa un avance cualitativo en cuanto se refiere al respeto de la voluntad popular manifestada mediante el voto ciudadano, universal y secreto.

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De los intelectuales y los orgánicos

El desafío de los librepensantes es no ser absorbidos por el sistema mediante los incentivos selectivos

/ 22 de febrero de 2016 / 05:20

La élite intelectual de una sociedad tiene entre sus muchos desafíos el de ejercer como una masa crítica que taladra y martilla con vehemencia sobre la realidad de su espacio-tiempo, para denunciar imposturas y defenestrar paradigmas anacrónicos. Sin embargo, no basta con ser críticos del establishment (orden imperante o grupo dominante); otro de los monumentales retos que debe de asumir una élite intelectual (que se especie de ser tal), es la de trazar nuevos horizontes académicos y paradigmáticos. En síntesis, es la primera línea en la denominada “batalla de las ideas”, lo que el filósofo Karl Marx bautizara en su momento como el “materialismo dialéctico”.  

Cabe mencionar que todo establishment, para mantener los privilegios que le otorga cierto status quo, requiere de un indeterminado número de aliados y secuaces que estén dispuestos a defenderlo mediante una serie de acciones, por lo que además de los grupos de poder y los grupos de choque dispuestos a hacer uso de la fuerza, también surgen los denominados “intelectuales orgánicos”. Se trata de una rama históricamente presente en todas las sociedades del mundo, y que en sus múltiples variantes se caracterizan por ser intelectuales que, en mayor o menor grado, renuncian a la crítica social, para ser constructores de realidades utópicas. En esa lógica recurren a todo tipo de argumentos (teocráticos, ideológicos, míticos, astronómicos, teóricos o filosóficos), para fundamentar y defender la continuidad del régimen y del orden imperante.

Se puede decir que los orgánicos, por afinidad ideológica o a cambio de ciertos “incentivos selectivos” (sistema de premios y castigos), resultan ser armónicos y consonantes con el establishment; a ello se debe que en múltiples ocasiones se pongan la camiseta y ejerzan de feroces “barras bravas”, en una clara expresión de que solo son una ramificación del cuerpo principal. Mientras que los intelectuales, por su espíritu librepensante y contestatario, casi siempre son discordes a la política dominante y por defecto, ¡incómodos para el poder!

Los orgánicos tienden a tener una visión monocromática (en blanco y negro) y reduccionista de la realidad, analizándola desde la perspectiva del mítico combate entre los buenos contra los malos de la “película”. Mientras que los intelectuales perciben la realidad como una compleja policromía en altísima definición, escenario en el que el conflicto es una constante, ni positivo ni negativo, simplemente parte de la realidad. A esto último los alemanes lo definen como “realpolitik” o política de la realidad, es decir, la política basada en intereses prácticos y acciones concretas.

Finalmente, el desafío de los librepensantes es no ser absorbidos por el sistema mediante el cebo dogmático o los incentivos selectivos; mientras que los orgánicos en la mayoría de los casos devienen en una cosecha perdida para las ciencias sociales. Pero hay excepciones, entre los grandes defensores del establishment de su época tenemos al insigne filósofo Thomas Hobbes, quien en su obra fundamental el Leviatán (1561) abogaba que el monarca era el soberano, y como tal debía de detentar poderes absolutos para mantener el orden público, sin la necesidad de rendirle cuenta a Dios ni al pueblo.

Es politólogo, http://romano-paz.blogspot.com

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De lo nacional a lo local, pólvora mojada

En Santa Cruz de la Sierra, la votación del 29 de marzo no se centrará para nada en las propuestas electorales de los candidatos, sino en su carisma y aceptación popular, es decir, un populismo puro y duro.

/ 15 de marzo de 2015 / 04:01

Para nadie que se precie de entender la “realidad nacional” boliviana en los albores del siglo XXI, le resulta ajeno el hecho de que en la última década hemos asistido a un cambio de época en el país, esto con mucho mayor énfasis en lo concerniente a las grandes ligas de la política nacional, es decir, el nivel central de gobierno.

A grandes rasgos, se puede afirmar que hemos dejado atrás el modelo de Estado liberal que le dio forma al país durante las dos últimas décadas del siglo XX, modelo que se caracterizó por una sistemática reducción a mínimos históricos del aparato burocrático estatal. Cabe mencionar que durante este periodo se experimentaron de manera sucesiva déficits fiscales que inflaron nuestra ya enorme deuda externa, situación que obligaba a los gobiernos de turno a hacer un uso racional de los pocos recursos con los que se contaba, hecho que resultaba ser un detonante que, de manera cíclica, incendiaba la holística y compleja efervescencia social que caracteriza a nuestro país (este último fenómeno se mantiene invariable).

CAUDILLOS. Otra de las características del anterior periodo fue el hecho de que se alternaron en el nivel central de gobierno caudillos de tamaño medio, mismos que en ninguno de los procesos electorales  lograron obtener la mayoría simple del 50 por ciento más 1, por lo que se propició una “democracia consensual”, en la que se conformaron grandes coaliciones de gobierno que incorporaron a fuerzas políticas minoritarias, a efecto de que el circunstancial oficialismo logre tener algo de gobernabilidad.

Pero todo ciclo llega a su epílogo y el periodo neoliberal no fue la excepción, tal como afirmara Alexis de Tocqueville: “En política, a veces, lo más difícil de apreciar y comprender es lo que sucede frente a nuestros ojos”; Y el cambio de época sobrevino como un alud que nadie divisó y que terminó sepultando a una buena parte de la clase política. Emergiendo en paralelo el neo-caudillismo de Evo Morales que de inmediato se proyectó en el escenario nacional. Este caudillo alzaba otras banderas y se empoderaba con otro discurso el 22 de enero de 2006; la revalorización de lo “nacional popular” (bandera política del MNR histórico), el indigenismo, una marcada posición ideológica globofóbica (el rechazo por la globalización, teniendo como máximo exponente a Estados Unidos y sus aliados) y el rechazo por la implementación de autonomías en Bolivia, esto último, por lo menos en el oriente del país, le sigue pasando factura política en las elecciones subnacionales de gobernadores y alcaldes.

En esta nueva época, que ha traído también una nueva Constitución Política del Estado, los bolivianos, no hemos tenido otro presidente que no sea Evo Morales, quien acaba de estrenarse en su tercer periodo de gobierno, por lo que también ésta es su época. Este periodo se ha caracterizado por amplios márgenes de gobernabilidad, gracias a la “democracia mayoritaria” instaurada por Morales, esto como resultado de los amplios márgenes de votación con los que ha salido electo y que le han permitido controlar los dos tercios en ambas cámaras de la Asamblea Legislativa Plurinacional, durante los dos últimos periodos.

En este contexto, Morales en una primera instancia se opone de manera radical a la instauración de autonomías en Bolivia, posteriormente y luego de sendas derrotas, cambia de discurso de forma inteligente y pragmática, arropándose hábilmente la reivindicación autonómica, antes de ser aplastado por el tren de la historia. Éste es el periodo de mayor polarización política en el país y en el cual el Ejecutivo nacional comenzó a ejercer el poder de manera abusiva e injustificada contra las principales cabezas de la oposición: se destituyeron y apresaron a autoridades democráticamente electas, se utilizó el caso de supuesto terrorismo para descabezar a la oposición, infringiéndole una derrota política y militar; generando un clima de resistencia y rechazo hacia el MAS, algo que se ha disuelto medianamente en la última elección nacional gracias al acercamiento de Morales con los sectores empresariales cruceños.

A lo anteriormente expuesto, se deben de sumar otros dos factores: 1) no se ha ejecutado ninguna obra de impacto financiada por el Ejecutivo nacional en el municipio de Santa Cruz; y, 2) debido a las sucesivas pugnas y purgas internas del MAS, no se ha permitido que emerjan “caudillos” oficialistas de carácter local y mucho menos regional, pues podrían hacerle sombra al “jefazo” y disputarle el liderazgo del instrumento político en el mediano plazo.

Ante los múltiples e incesantes embates oficialistas, los partidos políticos de oposición y los distintos grupos de poder, han encontrado en los niveles de gobiernos subnacionales sus espacios naturales de supervivencia y reproducción del poder, mientras aguardan la oportunidad de reorganizarse y dar el gran salto al escenario nacional.

Finalmente, a todo lo anterior se debe que en Santa Cruz estemos frente a unas elecciones municipales con resultados cantados con antelación (más acentuado aún en las departamentales), fenómeno característico de la nueva era en que nos encontramos. Por lo que la votación del próximo 29 de marzo no se centrará para nada en las propuestas electorales de los candidatos, sino en su carisma y aceptación popular, es decir, un populismo puro y duro en el que la trilogía de los Fernández, le lleva una ventaja de más de dos décadas al “candidato prestado” del MAS, por lo que resulta casi irrelevante la artillería propagandística que pueda disponer el partido oficialista, pues su pólvora esta mojada y deberá resignarse al premio consuelo del tercer lugar, salvo que ocurra un seísmo político que altere la correlación de fuerzas, que de momento se mantienen céteris páribus (latín: ‘permaneciendo el resto constante’, ‘todo lo demás constante’).

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Sobre poder y contrapoder

Tras una taxonomía de las oposiciones, se hace una descripción de cada categoría propuesta, aterrizando en el caso de los distintos tipos de oposición en Bolivia.

/ 9 de febrero de 2014 / 04:01

El filósofo español Fernando Savater, en su libro Política para Amador, se cuestiona sobre lo siguiente: ¿es posible una sociedad anárquica, es decir, sin poder? Concluye que los anarquistas tienen razón en una cosa: una sociedad sin poder sería una sociedad sin conflictos. Y una sociedad sin conflictos no sería una sociedad, sino más bien un cementerio o museo de ceras.

De la misma manera que muchos otros pensadores contemporáneos, nos invita a reconocer que el “poder” como tal es una realidad concreta e irrefutable, por lo que está presente en todas las dimensiones de las relaciones humanas, indistintamente de sus connotaciones positivas o negativas, la justificación ideológica en que éste se ampare o la forma que éste adopte; ¡existe!

Somos “animales políticos” porque somos polémicos y competitivos, a ello se debe que tendamos naturalmente a la hostilidad y el conflicto. Por eso es que necesitamos de mucha actividad política, pues ésta es una facultad exclusiva de los seres humanos y apunta a establecer un cierto orden que nos permita vivir conjuntamente en sociedad, por decirlo de esta manera; pretende organizar la coexistencia humana, siempre en condiciones de conflictividad.

Ahora bien, de la misma manera que en todo binomio tiempo-espacio se establece un determinado statu quo legitimado por los principales postulados de un paradigma, también a todo “orden” se le contraponen criterios y acciones concretas que cuestionan la política dominante que se ha instaurado, a este desgaste de energía es lo que hoy conocemos como “oposición” y por su naturaleza subversiva involucra dimensiones y acciones de polémica y conflicto.

De los tipos de oposición y del caso boliviano se puede decir que, hasta la fecha, la única verdad irrefutable es la realidad en permanente cambio y movimiento. Tal vez debido a que tanto nuestro mundo interior como el mundo exterior que nos rodea son realidades inacabadas. Friedrich Nietzsche afirmó lo siguiente: Yo no soy un hombre, soy un campo de batalla.

La resistencia es un tipo de oposición que se ve obligada a refugiarse en la clandestinidad, ya que de manifestarse abiertamente ante la opinión pública sería aplastada brutalmente por regímenes de tipo autocrático, teocrático o totalitario. A pesar de que actualmente tenemos refugiados políticos, es la excepción y no la regla en Bolivia.

La oposición interna se encuentra conformada por fuerzas alternativas, que son externas al oficialismo y se manifiestan abiertamente como adversarias, pero no cuestionan el paradigma vigente, más bien reclaman para sí la reconducción del modelo. Siendo ideológicamente similares al oficialismo, tienden a disputarle el eje discursivo y el apoyo de la sociedad civil. En general, podemos decir que son tan conservadores como el oficialismo, y su alternancia en el poder no significa cambio, más bien es sinónimo de continuidad.

El Movimiento Sin Miedo (MSM) encarna al tipo de oposición interna, pues en una primera instancia, en su afán de acceder al poder, optó por aliarse con el Movimiento Al Socialismo (MAS), pasando a la segunda alternativa, la de reclamar la reconducción del “proceso de cambio” sin cuestionar las bases del paradigma. 

La disidencia es otra forma de oposición, se gesta al interior de una organización, suele confabular y conspirar desde las entrañas mismas de la organización para tomar las riendas de la estructura de poder, manteniendo el modelo o en su defecto reconduciendo el mismo. Puede obrar de manera pragmática o motivada por la ambición y sed de poder, en su defecto también pueden reclamar y reivindicar ciertas reformas que consideran necesarias, por otro lado también puede estar en contra de la cúpula dirigencial.

La disidencia en Bolivia se ha hecho manifiesta en el oficialismo como en la oposición, sin embargo, a pesar de que la fortaleza oficialista da signos de fatiga y desgaste debido a que los grupos de poder interno pugnan por copar distintas esferas de poder, el oficialismo ha sabido mantener la cohesión interna amparado fundamentalmente en el centralismo democrático, esquema poco democrático que silencia o anula a los librepensantes. En el otro lado de la balanza tenemos a la oposición representada fundamentalmente por Convergencia Nacional, coalición que ha sucumbido a presiones externas y no ha podido mantener su cohesión interna; sin embargo, cabe destacar que solo la democracia garantiza el derecho político a disentir de propios y extraños, tal como ha sucedido recientemente con el senador Marcelo Antezana y la diputada Ximena Torres.

La oposición externa es otra tipología. Es adversaria del oficialismo, pero además de pretender hacerse con el gobierno, cuestiona el paradigma vigente y reclama el recambio del mismo hacia un nuevo modelo. Por lo tanto, es ideológicamente antagónica con el oficialismo y también de su oposición interna, por lo que plantea un eje discursivo diferente y tiene su propio apoyo en la oposición civil. El incremento de su base de seguidores y militantes tiende a ser inversamente proporcional con la salud del paradigma vigente, en este caso del denominado proceso de cambio.

La oposición externa en Bolivia está representada fundamentalmente por el Movimiento Demócrata Social (MDS), Unidad Nacional y Convergencia Nacional, sus principales desafíos son los de articular un nuevo paradigma o derrotero para seducir a una amplia base electoral y reemplazar el actual modelo populista, además de mantener la cohesión interna, para evitar sucumbir ante los embates de un oficialismo abiertamente autoritario que busca ponerles el camino estrecho, que dispone de ingentes recursos, que ha copado la mayoría de los poderes y que ha judicializado la política y politizado la justicia.

Finalmente, se puede afirmar que de la calidad de los diferentes tipos de oposición, depende en buena medida la salud de un sistema democrático.

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Poder y contra poder en Bolivia

A propósito del Frente Amplio, a la oposición que pretende articularse y enfrentar a Morales, le puedo decir que la teoría nos demuestra que las ideologías son como los hongos en los sotobosques, siempre están listas para reaparecer. Si carecen de ella, no tiene la más mínima oportunidad en las elecciones de 2014.

/ 6 de octubre de 2013 / 04:01

A todo poder y contrapoder le corresponde un tiempo, espacio y paradigma determinados. Veamos: Antes de que se reinstaure la democracia en Bolivia, de 1964 a 1982, en menos de dos décadas se sucedieron en el poder más de 20 gobiernos de facto. Durante este periodo se instauró un paradigma de poder que tenía como principales postulados doctrinarios e ideológicos el nacionalismo, el paternalismo y el autoritarismo, contexto en el que no resulta extraño que gobernara una serie de coaliciones militares que ocuparon el poder mediante golpes de Estado. Durante este periodo se mantuvieron en la oposición los partidos políticos de izquierda y de derecha democrática, pues al ser presas de las vejaciones de las dictaduras, valoraron la democracia por encima de los extremos del fascismo o la dictadura del proletariado.

Como todo dogma que no se reinventa, el paradigma autoritario entró en crisis y fue presa de los partidos políticos democráticos que interpelaron el totalitarismo con el apoyo de la oposición civil, renaciendo la democracia en Bolivia el 10 octubre de 1982, instaurándose en Bolivia lo que el politólogo holandés Arend Lijphart, en su construcción teórica, ha definido como “democracia consensual”, modelo de democracia que se caracteriza porque el Poder Ejecutivo se encuentra compartido por grandes coaliciones de gobierno, se da un equilibrio bicameral con representación de las minorías, hay un sistema multipartidista, los ejes del conflicto son multidimensionales, hay problemas de gobernabilidad debido a los conflictos sociales y al bloqueo en el parlamento, por lo que estos gobiernos están obligados a pactar y consensuar permanentemente

Primero sobrevino el modelo keynesiano, en el que el Estado cumple funciones de motor de la economía nacional y es el principal dador de bienestar social, pues de acuerdo con sus principales teóricos, éste no persigue el lucro como lo hace la empresa privada. Naturalmente, quienes nadaron como peces en el agua en este medio, fueron los partidos de izquierda, por lo que se hicieron con el poder comandados por la Unidad Democrática y Popular (UDP) de Hernán Siles Zuazo.

Este modelo fue el más breve de la historia democrática reciente, ya que atravesó —en un periodo aproximado de tres años— una hiperinflación acumulada que bordeó el 21.000%, lo que causó una profunda crisis económica y política que desencadenó en un prematuro y acelerado desgaste del modelo.

En la oposición se mantuvieron los partidos de la derecha democrática y neoliberal, que no desperdició la oportunidad de hacer leña del árbol caído e interpeló el modelo de bienestar social e instauró el modelo neoliberal en Bolivia, manteniendo la democracia consensual. No en balde los cientistas sociales han coincidido en llamar a este periodo como el de la “democracia pactada”, que estuvo regido por una triada de partidos políticos, que en alianza con atómicas fuerzas rotaron en las tres funciones de poder que permite el sistema: oficialismo, aliado y oposición. Su sello principal fue que redujeron al Estado a la mínima expresión.

Durante este periodo, los principales partidos, de manera sistemática, renunciaron a la ideología que los vio nacer y a la masa de militantes, lo que con el paso del tiempo —luego de 20 años— causó que el paradigma entrara en crisis. En tal sentido, quienes se mantuvieron en la oposición sin involucrarse en las acciones de gobierno fueron los grupos globofóbicos, la izquierda indigenista y los movimientos autonomistas, que interpelaron el paradigma y aprovecharon el desgaste del modelo para movilizar todos sus recursos disponibles, forzando de esta manera en 2005 —con la asunción de Evo Morales al poder— la instauración un nuevo modelo, el del proceso de cambio, que no puede concebirse sin indigenismo, neonacionalismo y la implementación de autonomías.

La instauración de este paradigma atravesó por una lucha de poder interhegemónica con resultados ampliamente conocidos: de acuerdo nuevamente a Arend Lijphart, se instauró una democracia mayoritaria, que se caracteriza por la concentración del poder en el Ejecutivo (gobiernos monopartidistas y de mayoría arriesgada), la fusión de los poderes y el predominio del Ejecutivo, una alta polarización, sistemas electorales mayoritarios, gobierno unitario y centralizado, poco respeto por la Constitución debido a la mayoría parlamentaria. Cualquier parecido con la realidad no es ninguna coincidencia.

En tal sentido, si la vapuleada oposición (interna y externa) quiere empoderarse y legitimarse como tal, debe optar por una de las siguientes cuatro opciones: 1) Aliarse con el oficialismo y buscar la instauración de una democracia consensual para obligar al Gobierno a pactar; 2) mantenerse como oposición interna y demandar la reconducción del proceso de cambio; 3) plantearse como una oposición netamente parlamentaria que de momento no busca sustituir al Gobierno ni al orden establecido, sino más bien tiene como principales objetivos: la fiscalización, el respeto a la Constitución, la separación de poderes con los respectivos frenos y contrapesos, además del mantenimiento de la pureza ideológica, la preservación de la identidad política y la conservación de la cohesión organizativa; 4) la alternativa más revolucionaria es interpelar el paradigma y plantear un modelo alternativo al del proceso de cambio.

La mayor parte de la oposición interna y externa, de momento, no se proyecta en ninguno de estos escenarios de manera efectiva, sin embargo, el Movimiento Sin Miedo (MSN) ya probó la primera opción de aliado y ha cambiado a la segunda alternativa de oposición interna para reclamar la reconducción del proceso de cambio. Con respecto a los otros grupos opositores, el politólogo cruceño José Orlando Peralta nos dice que es necesario reconocer que uno de los medios principales para articular en un tiempo determinado a las masas es el discurso ideológico interpelatorio al orden político establecido, pues, es el punto germinal desde donde se construye simbólicamente el ideario político para crear una identidad política.

Al resto de la oposición que pretende articularse y plantarle la cara a Evo Morales, le puedo decir que la teoría nos demuestra que las ideologías son como los hongos en los sotobosques, siempre están listas para reaparecer con el primer chaparrón. Si carecen de ella, no tiene la más mínima oportunidad en las próximas elecciones de 2014.

George Orwell, en su libro la Rebelión en la granja, nos muestra cómo toda revolución termina mordiéndose la cola, no siendo el gobierno de Morales para nada una excepción a la regla, pues somos pasmados testigos del fin de la historia y del último presidente de Bolivia. En adelante, sólo resta defender la revolución de quienes pretendan destronar al régimen y/o cuestionar el paradigma del proceso de cambio, del cual hay intérpretes oficiales de sus sagradas escrituras, ¡prohibido libre pensantes! 

A esto debo acotar que la única verdad irrefutable es la realidad en permanente cambio y movimiento; serán conscientes de ello los bloques opositores.
 

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Reelección en Bolivia, una crónica anunciada

Betty Tejada y Gabriela Montaño son las ‘cabezas de playa’ del Movimiento Al Socialismo (MAS) en su intento por conquistar Santa Cruz. Adicionalmente, estas autoridades son importantes para las cuotas de género que quiere ganar electoralmente. Aunque también fueron designadas porque nunca criticaron al Ejecutivo.

/ 10 de febrero de 2013 / 04:00

El 28 de enero de 2011, publiqué en  La Razón una misiva titulaba El poder a partir de Bertrand Russell. En el presente escrito utilizaré algunos postulados planteados por el insigne filósofo inglés Bertrand Russell en su libro El Poder, un nuevo análisis social (1936). En este ensayo argumentaré que la senadora Gabriela Montaño y la diputada Betty Tejada son las “cabezas de playa” de la marcha del Movimiento Al Socialismo (MAS) hacia la conquista electoral del oriente.   

Russell define el poder como la producción de los efectos deseados por parte de uno o más individuos sobre terceros. Afirma que entre los deseos infinitos del ser humano, los principales deseos son los de “poder” y “gloria”, resultando a menudo el primero consecuencia del segundo y viceversa, por lo que quienes más desean el poder son, en general, los que más posibilidades tienen de adquirirlo y mayormente se diferencian del resto de individuos por ser “excepcionalmente amantes del poder”.

El presidente Evo Morales ha sido definido como un animal político, pues extiende su trabajo durante largas jornadas sin mostrar signos de fatiga, se incorpora fresco muy de madrugada del día siguiente. Es obvio que tiene voluntad y sed de poder, en términos de las ciencias sociales es un profesional de la política, pues vive de y para la política.  

Pero no gobierna solo. Éste ha pactado con las principales élites económicas, políticas y militares del país. Los últimos grupos en sumarse a este pacto han sido las élites orientales, que acostumbradas a pactar en el pasado con los gobiernos centralistas decidieron enfrentar el proyecto del MAS con resultados ampliamente conocidos.

Un reacomodo actual de las fuerzas políticas podría afectar estos intereses, por lo que las élites son pragmáticas partidarias del statu quo y  de que éste se prorrogue mediante la reelección de Morales en 2014. Estas élites se están beneficiando económica y políticamente del proceso; algunas han renunciado a libertades políticas a cambio del rédito económico.

El MAS ha sido copado por una derecha poco democrática e intolerante que desesperada busca dar la sensación de que lucha a muerte contra enemigos internos (traidores, separatistas y terroristas) y enemigos externos (el imperio y occidente).

Russell afirma que siempre es necesario que unas personas den órdenes y que otras obedezcan. A las primeras debemos sumar los secuaces que siguen al caudillo con el interés de obtener el poder para el grupo y sentir los triunfos del caudillo como suyos; sin embargo, su poder se ve limitado por otros poderes paralelos y todos en general interrumpidos por la muerte.      

Las ciencias sociales han fallado que las élites, como tales, existen en todos los niveles y dimensiones de la humanidad, aún cuando se trate de regímenes que acorralen a la oposición mediante la censura, la persecución, etc., ésta no pierde la calidad de élite no gobernante. Por lo que referirse a las élites de poder, utilizando términos como oligarquías y/o logias, es discurso político y no lenguaje científico.

De acuerdo con Russell, un individuo puede ser influido de las siguientes tres maneras:

1) Por el poder físico directo sobre su cuerpo; ejemplo, cuando se es arrestado, encarcelado o muerto. Tenemos ciudadanos exiliados en el extranjero y un senador en una embajada, además la represión a los indígenas en Chaparina y más de 70 muertos en momentos de convulsión social. Al respecto, Montaño y Tejada no han hecho otra cosa que menguar a quienes acusan al Gobierno de violaciones a los derechos humanos.    

2) Por las recompensas y los castigos utilizados como incentivos. Gracias a su lealtad y sumisión absoluta hacia el Órgano Ejecutivo y el proceso de cambio, Montaño ha sido ratificada y Tejada ha sido designada. Estas dos autoridades no sólo han defendido a capa y espada el proceso de cambio, sino que jamás han cuestionado al Órgano Ejecutivo.

Su principal labor es la de garantizar el mantenimiento el statu quo y ser las operadoras políticas del MAS en el oriente boliviano, esto para meter en la caja fuerte en 2014 la reelección del Morales, carrera plebiscitaria iniciada mucho antes de que se dé comienzo al calendario.

Como castigo interno está la no ratificación de la Rebeca Delgado, por las fricciones generadas con el Ejecutivo; esto ya le había sucedido a varios de sus colegas y excolegas del MAS. La advertencia es que hay ideólogos e intérpretes oficiales de las sagradas escrituras del proceso de cambio. ¡Prohibido pensar!

Como castigos externos tenemos el hecho de que el Gobierno haya utilizado una ley inconstitucional para destituir a gobernadores, alcaldes y concejales; todos opositores. El fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) no es retroactivo y el daño está hecho, por lo que las preguntas son: ¿el TCP quiere demostrar que existe independencia de poderes? o ¿es este fallo una maniobra para dar la sensación de que existe independencia de poderes?
Recordemos que Morales necesita de un fallo positivo del TCP para habilitarse como candidato de cara a 2014.

3) Por la influencia en la opinión pública, la propaganda política en   su sentido más amplio. De acuerdo con datos ofrecidos por la ministra Amanda Dávila, en 2012, el Gobierno gasto Bs 37 millones en comunicación política. No es casualidad que en la marcha hacia la conquista electoral del oriente se declare al Carnaval cruceño Patrimonio Cultural de Bolivia.

También recordemos que el MAS quitó los recursos económicos que los partidos políticos recibían del Órgano Electoral, lo que le dificulta a la oposición encarar una campaña proselitista que el oficialismo ya ha empezado con ventaja en tiempo, recursos humanos y económicos; el Beni es un ejemplo patético.

Finalmente, Montaño y Tejada son relevantes para las cuotas de género, pero también desvelan una carencia de liderazgos masculinos en la bancada oficialista. Sin embargo, esto no es más que una fina capa de pintura que oculta un proyecto de poder autoritario y prorroguista.

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