Intelectuales extraviados
Los intelectuales del Estado se han dado a la tarea de pretender cambiar el mundo desde Bolivia
Los intelectuales en Bolivia se encuentran extraviados. Esto debido al cambio ocurrido a nivel esencialmente discursivo en el país. Pero ese extravío se agudiza porque dicho cambio ha dependido de una intelectualidad parapetada en el Estado y que deviene en la constitución de intelectuales orgánicos del poder. Sin embargo, para éstos no ha resultado fácil sentar hegemonía, debido a impedimentos locales y condiciones internacionales.
Esa hegemonía no ha sido posible porque los que ahora fungen como intelectuales orgánicos del poder interpretaron en su momento la realidad a conveniencia, pues sobre la abigarrada naturaleza social del país e incluso sobre el histórico carácter popular de los movimientos sociales erigieron al (neo)indigenismo como la solución a nuestros problemas históricos. Los intelectuales neoindigenistas interpretaron incluso el singular proceso de alternancia que le daba continuidad democrática al país como una “revolución democrática y cultural”, habiendo sido los movimientos sociales, a través de la agenda de octubre e incluso de febrero, los que marcaron la línea que debía seguir cualquiera que sucediera a los sátrapas neoliberales que se adueñaron del país por más de 15 años.
Esa condición para el cambio de timón adquirió incluso un cariz diferente en “manos” de los intelectuales neoizquierdistas, pues desde sus púlpitos posestructuralistas hablaron de la Bolivia plebeya (masa indómita) y de la forma multitud (masa inorgánica) para justificar la necesidad de una dirección política y orgánica alternativa que no resultó tan alternativa, pues el Movimiento Al Socialismo, a quien defendieron, había sido constituido como agencia del sistema o como “forma partido”, sobre la base de la “forma sindicato”, mucho antes de los impulsos de cambio.
Toda esa construcción teórica rebosante de tecnicismos posmodernos tuvo cierto éxito en una sociedad acostumbrada a erigir ídolos de barro, pero esa construcción provenía de una visión parcial del estado de cosas, ya que sólo interpelaba a una parte de las víctimas de nuestra historia. Por ello, era una teoría coja y cojeando llegó al Estado desde donde sus intelectuales buscan darle realización a través del llamado proceso de descolonización.
Mas al percatarse que esa teoría cojea demasiado, ciertos intelectuales que contribuyeron a su construcción tomaron el camino más fácil: renunciar, en vez de defender su teoría en el ámbito de los desencuentros entre “¿pachamámicos?”, “neoliberales”, “q’aras”, “posneoliberales”, “socialistas”, etcétera.
Ante ese vaciamiento, los intelectuales del Estado se han dado a la tarea de pretender cambiar el mundo desde Bolivia, codeándose con connotados internacionales o reviviendo difuntos, siendo incapaces de darle viabilidad a su propia teoría. Es más, los intelectuales más impresionables han venido provocando la cosificación de la descolonización, poniéndolo de moda, tanto que intelectual que no se refiera a ello es marginado; incluso esta moda (¿o descolonización?) se manifiesta en la vergonzosa adopción de términos quechuas y aymaras en intelectuales desclasados.
Finalmente, frente a la pretensión hegemónica de los intelectuales orgánicos del poder, muchos intelectuales arribistas han pasado a jugar a la oposición, detentando el rol de los partidos políticos. Precisamente, el mayor problema de nuestra intelectualidad consiste en hacer política y ciencia al mismo tiempo, lo cual va en contra de todo precepto lógico. Como decía el recientemente fallecido Carlos Fuentes: Los intelectuales deben decir algo más, deben ir más lejos que el político, porque éste está capturado en su momento y el intelectual en lo visionario.