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G-20

Cuando me invitaron a participar en la cumbre de los pueblos en contra del G-20, yo la verdad no estaba bien enterada a qué me estaban convocando. Sólo sabía que se trataba de los 20 países más ricos, pero nada más. Del 12 al 20 en México DF y luego en La Paz (una ciudad mexicana al borde del mar con unas playas maravillosas, en Baja California), nos reunimos representantes de movimientos sociales, de organizaciones, ONG y activistas de diversos países, para reflexionar sobre las pretensiones codiciosas y cínicas de los siete países más ricos del mundo, a los que se agregaron las economías emergentes, entre ellas Brasil, Argentina y México.

El foro más enriquecedor, profundo y activista fue el de las mujeres con mirada feminista, donde se desarrollaron discusiones sumamente enriquecedoras, como por ejemplo sobre el trabajo doméstico invisibilizado e incluso ocultado por los propios trabajadores. En este espacio quiero compartir una de estas reflexiones con las lectoras y lectores, que tiene que ver con lo que hoy llamamos riqueza. Es un concepto que no tiene relación con la realidad. Es más, esa supuesta riqueza en verdad no existe, es un puro invento, una mentira del capital, y es la forma cómo nos están engañando y quieren, por todos los medios, que les creamos. Me explico, en los conceptos básicos del marxismo, teoría que nos permite conocer cómo funciona el capitalismo y los capitalistas, lo que genera riqueza es la fuerza de trabajo, energía que la poseen las y los trabajadores. Esta fuerza de trabajo produce  bienes que al venderse en el mercado no sólo llevan el precio del costo del producto, sino que tienen agregada la ganancia del capitalista, que no hizo nada de trabajo, pero el sistema le permite a este hombre poner esa ganancia en cada producto que se convierte en mercancía. Si este plus antes ya era injusto (pero al menos había una conexión entre la fuerza de trabajo y la ganancia), hoy en día, por el llamado sector financiero, esa ganancia, simbolizada en papel dinero, crea más dinero sin que haya fuerza de trabajo de por medio ni tampoco ningún producto realizado. Luego, esas ganancias crean más ganancias, y así miles de veces más. Ahí radica la gran crisis de la economía; es decir que la riqueza que dicen tener en realidad no existe. Entonces, hoy el desafío es dejar de creer y no darle valor a lo que no existe. Debemos no sólo negarnos a reconocer deudas sino impugnar, desenmascarar y denunciar la no existencia de una riqueza efímera.

Sólo un grupo de tontos puede invertir en las posibilidades de algo cuyo devenir se desconoce. Por lo tanto, las grandes transnacionales y los grandes inversionistas son unos tontos, pero más tontos seríamos los pueblos si les creemos y asumimos deudas sobre lo que no existe. Hoy de eso se trata, de denunciar que si de un pollo que existe realmente, con la manipulación del imaginario social, el poder, los ejércitos, policías y los medios de comunicación, nos quieren convencer de que hay diez pollos en total y quieren que paguemos los costos de nueve pollos que no existen, pues en la cumbre de los pueblos dijimos: NO pagaremos sus mentiras y especulaciones.