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Polvo de piedras y ancestros

En tanto me desplazaba hacia la ciudad de Tarija a inaugurar la III versión de la Bienal Internacional de Escultura en Piedra, detrás mío cuatro alegres chapacos hacían digresiones sobre el árbol genealógico de Aniceto Arce, uno de los primeros presidentes liberales de Bolivia. “El abuelo de don Aniceto se casó con la señora Párraga”, decían unos. Otros les contestaban que no, que más bien se casó con una señora Paz. Uno de ellos había leído el libro de 700 páginas del historiador orureño Ramiro Condarco, y fue él quien, a mi parecer, desentrañó el asunto. Al final concluyeron que las avenidas de nombre Paz que existen en Tarija demuestran que esta familia tiene ventaja frente a la familia Arce, cuyo apellido no está registrado en ninguna de las principales vías.

Al llegar inauguramos (con las autoridades del municipio, la Directora del Centro Cultural y Pedagógico Portales de Cochabamba y el representante de la Fundación Fautapo) el programa itinerante: “El museo donde tú estás”, que siempre acompaña a la Bienal. El orador principal fue Rodrigo Paz, un diligente político (hijo del expresidente Jaime Paz Zamora) que asumió la presidencia del Concejo Municipal, creando un espacio de acción para el alcalde Óscar Montes. Más tarde nos desplazamos al Albergue Municipal donde se encontraban felizmente hacinados los escultores; este escenario nos trajo inmediatamente el recuerdo de los campos de concentración de Treblinka y Matthausen, así que rápidamente cambiamos de lugar a un hotel.

Por las noches, los artistas (como en cada versión de la bienal) se reunieron para elucubrar interesantes teorías, sobre todo con las personas del lugar, quienes se refirieron a los desplazamientos sociales de la ciudad. Es de conocimiento público que, después de la promulgación del DS 21060, las migraciones internas se trasladaron al Chapare, Santa Cruz y El Alto. Pero casi no existen estudios sobre lo que ocurrió en Tarija, la principal ciudad del sur de Bolivia, cuya estructura social se viene modificando vertiginosamente desde hace más de dos décadas. En esa ciudad es notable el crecimiento de nuevas urbanizaciones pobladas por migrantes de Potosí, Oruro, La Paz y de otras regiones, quienes (como siempre ocurre) cargan sus imaginarios culturales y los instalan en otras tierras, enriqueciendo los acervos y adoptando los del lugar. También es notoria la nueva conformación del comercio y de los museos vivientes que son los mercados; lugares dominados por mujeres (como en toda Bolivia), que permiten acercarse a la coyuntura económica.

Munido de estas informaciones básicas me dirigí al Mercado Campesino. Desde  su localización, sobre el tradicional barrio Las Lomas, se percibe el poderoso flujo económico de ese enorme conglomerado arquitectónico, que cobija a los productores del agro y comerciantes. Una bella mujer, morena y con el rostro brillante como un espejo, nos atrajo hacia su puesto de comida de peces de Villamontes. En medio de la conversación supe que la dueña era potosina y que tenía tres ayudantes para atender a sus numerosos clientes. Ellas, muy jóvenes, saben que el trato y su belleza es un plus. Además, ya eran parte de una fraternidad de morenada y les gustaba mucho bailar también la chacarera y la cumbia villera. Al igual que en otras ciudades de Bolivia, las migraciones internas están cambiando la piel del país.

En tanto el polvo de las piedras, producido por amoladoras y cinceles, eleva  una neblina extraña en el parque de Los Changuitos; me adentro en una ensoñación chapaca, una dulce molicie nos atrapa y me confirma algo que algunos no ven: Bolivia ha cambiado.