Recordando la Cumbre de la Tierra Río+20, quisiera comparar las huellas que los países imprimen en su carrera hacia el desarrollo; para lo cual utilizaré el concepto de huella ecológica, que es la cantidad de hectáreas que necesita un país para producir los recursos que consume y para absorber los residuos que produce, herramienta que permite conocer los límites ecológicos de cada nación.

Teniendo en cuenta que la globalización permite el flujo mundial de bienes y servicios, se crea un desequilibrio debido a la apropiación de ciertos países de servicios energéticos y materiales proporcionados por territorios fuera de sus fronteras, estableciendo lo que se denomina “déficit ecológico”, en contraposición a la “reserva ecológica” de los otros países. Este desequilibrio se acentúa debido al incremento del consumo de energía y recursos naturales facilitado por las innovaciones  y el comercio global; y se refuerza políticamente arguyendo que la combinación de ambos nos permitirá aumentar los límites ecológicos del crecimiento.

Pero la realidad es diferente, porque el análisis de los resultados de la huella ecológica confirman la existencia del “déficit ecológico”. Algunos países estarían consumiendo y generando residuos por encima de su capacidad, a costa de otros territorios con mayores tierras productivas y menor población. De hecho, los países desarrollados estarían importando “capacidad de carga” de los países no desarrollados; y al tratar de extender el modelo de desarrollo occidental a nivel mundial, estarían conduciendo a una situación en la que todos serían países importadores de biocapacidad. Lo que significa una contradicción, pues ¿qué desarrollo podrá haber si sobrepasamos la capacidad de carga del planeta?

EEUU, China, Japón, India y los países de la Unión Europea son los que tienen mayor huella ecológica, con cargas entre el 200% y 600% por encima de su biocapacidad, y consumen el 75% de los recursos mundiales. Según el Informe Planeta Vivo (WWF 2006), la huella ecológica per cápita de EEUU es de 9,6; y la de Japón, 4,4 (un japonés consume  poco menos de la mitad de lo que consume un estadounidense). Mientras que Bolivia tiene una reserva ecológica de +13,6.

Entonces, no sorprende que Japón esté dispuesto a invertir en el país en emprendimientos extractivistas, especialmente de minería.

Hace un año, los televisores de todo el mundo mostraron en tiempo real el terrible tsunami que arrasó la costa este del Japón. Vimos las devastadoras olas llevándose ciudades enteras, lloramos observando la nobleza del pueblo nipón y no quisimos ver al reactor nuclear derritiéndose. Las consecuencias de aquel desastre son ahora globales, los desechos atravesaron el Pacífico, llegando a la costa oeste de Norteamérica (hace pocos días la pelota de un niño japonés llegó a las costas de Alaska), la radiación se ha extendido hasta los jardines de Tokio y el océano, tornando la pesca insegura. En términos de huella ecológica, el “déficit ecológico” del país nipón se habría incrementado exponencialmente. Lo paradójico es que Japón, al utilizar la energía atómica como alternativa al petróleo, disminuía su huella ecológica. Pero a raíz de este hecho decidieron apagar los reactores nucleares, por tanto su productividad y su producción de alimentos se reducirán, y tendrán que importar más alimentos y recursos, aumentando el “déficit ecológico”. Si antes Bolivia era un buen candidato para recibir inversiones de Japón, ahora lo es con mayor razón.