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La ciudad se lo merecía

La muy noble e ilustre ciudad de La Paz merecía una obra de la envergadura y el acierto de la Avenida del Poeta, inaugurada con fiesta y justificado jolgorio el sábado pasado. Don Miguel de Cervantes Saavedra, que aspiró al título real de corregidor perpetuo de la entonces naciente Villa de Nuestra Señora de La Paz, habrá celebrado desde su tumba el florecimiento de la ilusión que no llegó a alcanzar. El gran arquitecto Emilio Villanueva, al que debemos el noble edificio con rasgos parisinos de la Alcaldía paceña, habrá comprobado con gozo que no se ha extinguido el arte urbanístico de la urbe.

La Avenida del Poeta es parte importante de Laikacota, pulmón de la concentración humana de la ciudad. La avenida es, además, un alivio para el creciente tráfico rodado entre el núcleo del mundo oficial y empresarial —la city, dirían los angloparlantes—, y las urbanizaciones residenciales cada vez más lejanas que van poblando los alrededores de la conurbación paceña. Y es también un remanso para quienes tienen tiempo y humor de pasear entre árboles y flores. Dichosos ellos. Y no hay que olvidar las “canchitas” que ofrecen la oportunidad de ejercitar algunos deportes de bajo costo.

No es poca cosa transformar un cauce de aguas dudosas, como es el entubamiento del río Choqueyapu, en una zona verde, repoblada con abundante y  hermosa arboleda. Esta ciudad, que por los juegos del azar lleva el sobrenombre de sede de gobierno, merecía ese premio a modo de compensación por los malos tratos de la que es víctima, por las mañas de algunos políticos camorristas que buscan el conflicto para flotar en su carrera demagógica.

Quiero hacer notar que la hermosa avenida que hoy alegra a los vecinos y visitantes, así como otras obras municipales que han mejorado notablemente la fisonomía urbanística, ha sido posible, entre otras razones, porque el avasallador Gobierno nacional no tuvo más remedio que respetar el voto popular cuando se trató de elegir al alcalde. Por suerte, no se produjeron derrocamientos ni las consabidas instrumentalizaciones perversas de las normas jurídicas o el prevaricato de jueces y fiscales que impusieran a su capricho las autoridades que debían presidir nuestra ciudad.

En este mundo del plástico, de la comida chatarra, de la prosa vulgar y adocenada, ¿quedará algún poeta que se inspire entre las flores de la avenida que lleva su nombre?