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Más allá de Río

Flaco de carnes, sin hueso y, sobre todo, sin alma”. Esta potente y despiadada fórmula, acuñada por una activista medioambiental, resume la letra y el espíritu del documento aprobado en la Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sustentable, realizada hace pocas semanas en Río de Janeiro.

No es difícil leer los resultados de la megarreunión de Río como un gigantesco naufragio moral: ninguno de los negociadores, ninguno de los Estados, estuvo a la altura de los problemas y las expectativas mundiales. El documento final esquivó acuerdos y compromisos explícitos sobre los temas estratégicos. Primero, no se fijaron los objetivos del desarrollo sustentable; segundo, no se aseguraron fuentes de financiamiento para los programas y, finalmente, poco se avanzó en la estructuración de una gobernanza global, condición imprescindible para que los Estados cumplan los acuerdos conseguidos. Río no sentó las bases de un reciclaje del sistema de producción y consumo que se inició con la revolución industrial en el siglo XVIII.

Sí, hubo muchos descontentos con la declaración de Río, pero también hubo un claro ganador: la diplomacia brasileña. Partiendo de la premisa de que un acuerdo mínimo es mejor que ninguno (Copenhague, 2009), los negociadores brasileños, monitoreados de cerca por la astuta presidenta Dilma Rousseff, recortaron meticulosamente del texto los puntos urticantes y privilegiaron la retórica de la elipsis y la generalidad, con discretas alusiones a la cuestión ambiental. De hecho, la decisión de fijar objetivos de desarrollo sustentable se postergó hasta 2015. En tres días, la realpolitik del Brasil impuso al mundo una negociación estancada durante seis meses.

Un poco de magia fue necesaria, pero Brasil la tiene, y mucha. Por una parte, al esquivar las tesis de la gobernanza global neutralizó a los Estados Unidos, país que siente un rechazo visceral a las “soluciones globales”, pero también neutralizó a Europa,  proponiéndole la creación de un megafondo: 30 mil millones de dólares por año hasta 2017 y 100 mil millones después. Sin capacidad de proponer alternativa, la vieja Europa hizo mutis por el foro.

Por otra parte, Brasil logró posicionarse como portavoz de bloque de los países emergentes, el BRICS, y lideró al grupo de los 77, los países de desarrollo bajo y medio, que consideran injusto hablar de desarrollo sustentable sin eliminar la pobreza y la desigualdad social. Eso fue Río: una radiografía del poder en el mundo. En uno de sus centros está Brasil, nuestro vecino.