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Clase obrera y proceso de cambio

Paradójicamente fue la derrota obrera y su centralidad a mediados de los 80, con la promulgación del Decreto 21060 y la relocalización minera, lo que desarmó el locus histórico del proletariado y abrió espacio al movimiento indígena, que hasta entonces en la historiografía y la política fue secundarizado; salvo durante las grandes insurrecciones de 1781, 1899 y la posguerra del Chaco hasta 1953, cuando se decreta la Reforma Agraria.

El MAS, por otra parte, no es un típico partido clásico de izquierda obrerista de los años 70, como el PCB, el POR o el   PS-1. Además de la frecuente interpelación gubernamental a indígenas campesinos y originarios como su principal base social, se mostró con claridad la distancia en la interpelación utilizada durante los últimos conflictos con la COB y sindicatos obreros. No se les reconoció, como antes, protagonismo político decisivo. Se usó tonos desdeñosos que nunca antes habían fluido desde un gobierno proclamado de izquierda. Se los presentó como una minoría que se desliza al egoísmo corporativo y no entiende las exigencias sacrificiales del “bien común”. Se invocó al argumento del número y de la población para descalificar el aporte obrero a la economía nacional y su rol en la escena política.

Otra prueba del lugar subalterno del sector proletario es que no existe en las más altas esferas muchos representantes del sector obrero a nivel ministerial (el Ministro de Trabajo, David Santalla, provine del sector laboral, pero no se lo considera un representante “orgánico”; en contraste, el Ministro de Minería, Mario Virreira, es un respetado profesional, sin pasado sindical. Situación impensable para la izquierda de los 70).

Esta conducta puede ser el correlato de la “desobrerización” de la sociedad boliviana, que ha estudiado Álvaro García Linera. En clave estrictamente marxista, se diría, desde los años 70, que no es el número lo que determina la función y la proyección de una clase, sino su rol en la producción, su conciencia política y su efecto de irradiación del que hablaba René Zavaleta Mercado. La nueva clase obrera, empero, no ha exhibido durante el conflicto una proyección ni de reforma ni de revolución, sino de disputa por el excedente, de defensa de las minas y de sus espacios de trabajo, concordando con sus patrones o confrontándose a las comunidades indígenas por la posesión de recursos naturales. Entonces, a ojos del MAS, forman parte (potencialmente) de una falange sino adversaria al menos conservadora.

Al desechar la “crítica de la economía a política” el MAS se desprende del sujeto obrero como único portador de un proyecto iluminista y utópico. Además, el concepto de obrero no es equivalente al proletariado marxista. Para Álvaro García Linera, diversas formas laborales abigarradas pueden ser subsumidas dentro del capital.

Para tal efecto usa la subsunción formal y real de la que habló Marx en el capítulo inédito de El Capital, aunque se cuidaba de calificar como obreras a estas otras modalidades productivas presentes en la periferia capitalista. 

En oposición, García Linera trabaja, basándose en René Zavaleta pero también distanciándose de él, con el concepto de sociedad abigarrada y, por extensión, en el de masa insurgente. Zavaleta, a su vez, fue tributario del estructuralismo marxista francés y algunos marxistas italianos. Sociedad abigarrada nos transporta más allá del modo de producción capitalista, objeto de análisis de Marx, hasta la formación social o modos de producción articulados para la égida del capital; o si se quiere, la multitud indígena y plebeya, sujeto histórico del proceso de cambio.