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La partícula de Dios

El miércoles, el mundo científico se conmocionó luego de que se comprobase la existencia del bosón de Higgs, conocido también como la “partícula de Dios”, una de las piezas que faltaba para comprender el origen de la masa de las partículas y la energía que las mantiene separadas; es decir, las bases que constituyen los cimientos de construcción del Universo.

Esta aventura se inició en 1954, cuando 12 países europeos se propusieron estudiar la física de las partículas; o sea, las leyes que rigen la materia y la energía contenidas en el átomo. Para tal efecto se creó el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en francés), que reunió a 3.000 de los más brillantes científicos del mundo.

En 1976, el Consejo construyó el Gran Colisionador de Hadrones (LHC), un enorme túnel subterráneo de 27 kilómetros de circunferencia entre Francia y Suiza, donde se pueden acelerar haces de protones hasta una velocidad de 300 mil kilómetros por segundo, apenas inferior a la de la luz. Uno de los propósitos del acelerador era constatar la existencia de las partículas subatómicas w y z, conocidas como bosones vectoriales (llamados así en honor al físico indostano Satyendra Nath Bose, y al científico británico Peter Higgs (83) que en 1964 pronosticó su existencia).

Para describir un bosón con sencillez, se puede apelar a la siguiente analogía formulada en 1988 por Reinhard Bude, uno de los físicos del CERN. Los científicos nunca han podido entender a cabalidad cómo dos cuerpos como la Tierra y el Sol, o los protones y electrones dentro del átomo, puedan atraerse y rechazar sin que ocurra un verdadero contacto. Estudiar estos fenómenos es similar al ejercicio que haría un observador desde la Luna, con un telescopio enfocado en una cancha de tenis en la superficie terrestre.

Supongamos que su telescopio le permite ver dos puntos diminutos (los jugadores) que se desplazan de un lado a otro. Pero sus movimientos no tienen sentido para el observador, hasta que deduce que son dictados por algo aún más pequeño: ¡una pelota de tenis! Si se eliminase la pelota, entonces la atracción-repulsión entre ambos cuerpos dejaría de existir.

Pero una cosa es deducir que debe haber “una pelota de tenis” entre las partes más pequeñas de las partículas, y otra demostrar que existe. Y eso es justamente lo que hicieron los científicos el miércoles pasado. ¿Cuál la importancia de este descubrimiento? En primer lugar, esto significa que el electromagnetismo y la llamada fuerza nuclear débil no son fuerzas separadas, sino fases diferentes de una sola fuerza “electrodébil”. Por tanto, son tres y no cuatro las fuerzas rectoras del universo; las otras dos serían la gravedad y la fuerza nuclear fuerte, que conserva la cohesión del núcleo del átomo. Por otro lado, el hallazgo abre un nuevo rumbo para entender muchos fenómenos físicos relacionados con la materia.