Los niños del TIPNIS
Es nuestra responsabilidad lograr que los niños lleguen a ser adultos sanos, inteligentes y sensibles
En 1812 una mujer decidió que había una causa digna para entregar todo su sacrificio y toda su vida. Entonces, emprendió una lucha que en su época y su momento era una guerra de guerrillas. Hoy, salvando las distancias, bien podría ser la IX marcha.
En ese momento esa mujer decidió que no por ser madre debía dejar de ser guerrera. Así que tomó a sus cuatro niños y se los llevó con ella a la guerra. Y fue inevitable la tragedia: los cuatro niños murieron de malaria, de neumonía, de enfermedades que muy probablemente hayan sido similares a la que se llevó la semana pasada a la pequeña Karen Yesenia.
Los dirigentes de la marcha, y las propias familias que participan en ella con sus hijos a cuestas, afirman que las madres indígenas y sus hijos son inseparables. Dicen que los llevan a esa especie de “guerra” que es la marcha para enseñarles los valores y principios que a ellos les impulsaron a emprenderla. Seguramente Juana Azurduy y Manuel Padilla dijeron lo mismo en su momento: no tenemos con quién dejarlos. Nuestra lucha es para ellos, por eso los traemos con nosotros.
Pero entonces, igual que ahora, los niños no tienen la posibilidad de negarse a participar en una guerra, en una marcha, en una huelga de hambre, en ninguna actividad de índole política o reivindicativa a la que sus padres decidan exponerlos. Y son los niños los más vulnerables en esas situaciones.
Entonces, igual que ahora, los niños no son propiedad de sus padres. Los niños nos son legados por un periodo breve de sus vidas, y es nuestra responsabilidad lograr que lleguen a ser adultos sanos, fuertes, inteligentes y sensibles.
Quizá Juana creyó que ponerlos desde pequeños a participar de sus luchas y sus ideales era la manera de hacerlo. Pero ese intento se le salió de las manos. Por mucho amor que tenga una madre, por muy buena intención que la haya llevado a evitar separarse de sus hijos, no se puede controlar las fuerzas que se desatan cuando se expone a los niños al frío, al esfuerzo y a las luchas que hasta para los adultos pueden ser demasiado.
Entonces, a diferencia de ahora, no habían instituciones, tratados y convenios que protegieran a los niños incluso de sus propios padres si hacía falta. Entonces, a diferencia de ahora, no habían medios masivos, partidos políticos, dirigentes que se encaraman en el sufrimiento de los pequeños, usándolos como bandera emocional para lograr adhesiones y condenas de acuerdo con sus propios fines. Entonces, igual que ahora, son los niños los que menos tienen que hacer en un conflicto. Y, sin embargo, son los que primero vienen.