Al margen de Faulkner
Faulkner escribe de tal manera que siempre parece estar a punto de contar algo muy grave
Quería escribir un par de cosas sobre Faulkner con motivo de los 50 años de su muerte, pero no me tocaba mi columna quincenal. Hete aquí, sin embargo, que se presenta otra gran oportunidad: este sábado se cumplen 50 años y siete días de su deceso. Oportunidad entonces para comentar algo a propósito.
Parece que en España se ha editado El ruido y la furia como realmente a Faulkner le hubiera gustado. Es decir, y es algo que yo no sabía, señalando con diferentes colores los varios y harto entremezclados tiempos y planos de esa complicada novela. ¿Cómo será leer El ruido y la furia en colores? No me tomen en cuenta para tan prometedora experiencia, me abstengo, pues considero que bastante esmero ya he puesto al leerla en blanco y negro. Pero lo que me llama la atención en realidad es el motivo que aducía el escritor norteamericano: el noble ideal de no dar demasiado trabajo a sus lectores.
Esto por lo menos es lo que dice la crónica periodística. Yo digo en cambio: si tanto le preocupaba el sudor de sus lectores, ¿por qué no procuró meramente ser menos enrevesado? Vieja discusión de los lectores de Faulkner: es un narrador tan arduo que hace pensar a uno si no será que no se está a la altura de tan magnífico artista. Aunque algunos piensan que lo que pasa es que la idea del genio literario ha pasado insensiblemente, en el siglo XX, de la riqueza de ideas y la inteligencia a la disposición a barbotar indefinidamente.
Que no se me malentienda. Admiro sin límites la capacidad (también sin límites) de Faulkner para escribir. He disfrutado por años la vorágine de su escritura y me he quedado estupefacto ante sus mejores logros, como la tercera parte de El ruido y la furia, o ¡Absalón, Absalón!, o varios de sus cuentos. Pero llegada cierta edad, cuando consideré que finalmente sabía leer mejor la literatura, me di cuenta que tanta verborrea me impedía entender de qué estaba hablando. Esto es algo que observó el inteligente crítico norteamericano Norman Podhoretz. Reflexionando sobre las novelas que produjo después de la Segunda Guerra Mundial, comienza a sospechar que en realidad no está diciendo algo muy importante. “Tal vez el estilo prosístico de Faulkner nos ha engañado y ha hecho que le atribuyamos una mentalidad compleja”, dice en buena cuenta Podhoretz. En efecto, he comprobado más de una vez que Faulkner escribe de tal manera que siempre parece estar a punto de contar la ocurrencia de algo muy grave; y, por lo menos a veces, el desenlace es inane o irrelevante, lo que se dice un verdadero coitus interruptus literario.
Otra cosa: sólo ahora veo que el temprano reconocimiento como genio mundial y su culto creciente llevaron a Faulkner a caminar por el peligroso desfiladero del efecticismo y la pose. “Quiere la leyenda cursi de la literatura que Faulkner escribió Mientras agonizo en el plazo de seis semanas y en la más precaria de las situaciones”, escribe Javier Marías en un opúsculo biográfico, y trata de desmentirla. Pero él mismo se pone cursi cuando usa las frases preparadas o las anécdotas famosas que el propio Faulkner supo cultivar, para condimentar su artículo. Arrojaba al basurero las cartas el tiempo que trabajó en correos, para no dejar de leer o escribir (motivo por el cual lo despidieron); escribió tal novela mientras administraba un lupanar (porque era el mejor lugar para escribir, según él), y otras parecidas y bien conocidas.
Luego cuenta Marías que una vez un visitante del escritor observó admirado cómo su pequeña hija montaba a caballo. Faulkner le habría dicho entonces: “hay tres cosas que una mujer debe saber hacer: decir la verdad, montar a caballo y firmar cheques”. Se supone que hay que meditar en semejantes palabras, puesto que vienen de un genio, pero, dicho modestamente y en voz baja, ¿no es ésta una opinión sin ton ni son, y en todo caso intercambiable? ¿Y si hubiera dicho, como mi madre, que una mujer debe ser ordenada, debe tratar de ser puntual (no serlo, porque eso es quimérico, sino sólo tratar), debe mentir menos? No, eso no es posible, por la simple y sencilla razón de que mi madre no es Faulkner.